I
I
Aunque la cosa no está para risa, me gustaría interpretar los acontecimientos del domingo 10 de diciembre con tono de comedia, incluyendo toques dramáticos, cómicos y de suspenso. Es decir, como debe ser una verdadera comedia, sobre todo cuando lo que se representa en escena son los juegos del poder. Un primer plano y Cristina ingresando al Congreso acompañada de silbidos e insultos. Y el fuck you de ella. Impecable. Para sus enemigos, grosera y vulgar como buena peronista; para sus seguidores, valiente y decidida para darle a los mequetrefes que la insultan la lección que se merecen. Una escena y dos significados opuestos. Ni Luc Besson ni Luchino Visconti se hubieran animado tanto. La escena de traspaso del bastón de mando fue digna de Jacques Tati o de Federico Fellini. Dos presidentes: Alberto y Javier; dos vice: Cristina y Victoria. Se supone que Alberto gana protagonismo entregando el bastón a Javier. Se supone. Pero Alberto a esta altura del partido no gana protagonismo ni jugando al tejo. Expresión sombría, adusta, lo opuesto a la sonrisa y el bamboleo coqueto y algo insolente de Cristina. Victoria contempla la escena segura del lugar que le fue asignado, que, a decir verdad, muy relevante no es, sobre todo cuando es un secreto a voces que su presidente Javier la ha postergado políticamente, no sé si por el momento o para siempre. Cristina encantada con un Milei sonriente y distendido. Cristina con un espléndido y ostentoso vestido rojo. Cristina y Milei hablando en voz baja acerca de las virtudes del bastón. Sonrisas cómplices, inesperadas, sobre todo para los que recordamos la cara de culo que ella le pone a Mauricio cada vez que se lo cruza por el camino. ¿Por qué esa diferencia expresiva? Ni los dioses del Olimpo tienen respuesta por el momento a semejante pregunta. En uno de los palcos, el señor y la señora Milei, es decir, los padres del flamante presidente. Ella no puede disimular el orgullo de madre, pero a él se lo ve serio, reconcentrado. ¿Qué estará pensando este viejo mano larga? Tal vez esté orgulloso de su hijo, pero no sería de extrañar que el hombre esté convencido de que Javier llegó a ese lugar gracias a las palizas que él le propinaba de niño y de adolescente. Palizas y humillaciones. Y ahora el hijo es presidente de la nación. Vamos con el mejor papá del mundo.
II
La otra escena es en exteriores, alrededor del mediodía y bajo la luz del sol de diciembre. El presidente ha decidido hablar desde las escalinatas del Congreso. De espaldas al recinto donde los legisladores se han preparado para escuchar sus primeras palabras. Es probable que la consigna de Javier sea: "Entre la casta y el pueblo, me quedo con el pueblo". Maravilloso. Lástima que el denominado pueblo de la plaza son sus seguidores y lástima que los que le deben votar las leyes que harán posible su gobernabilidad sean los señores de la detestable casta. Tampoco estamos ante una ofensa irreparable. Apenas un desaire. El MiIei irascible pareciera que quedó en el pasado. Ahora es un encanto de político amable, flemático, sereno. Milei habla y no oculta lo que piensa y lo que se propone hacer en el gobierno. Lo dice en un tono firme, pero no agresivo.
III
Las siguientes escenas, según se mire, habilitan la esperanza o el escepticismo. En mi caso, un escepticismo esperanzado. Estoy viejo y hay ciertas frases que escuché demasiadas veces. "Venimos a inaugurar una nueva era". ¿Cuándo llegará un presidente que diga: "Venimos a continuar lo que se está haciendo? Ya sé. Del gobierno de Alberto no hay mucho que merezca ser continuado, pero de todas maneras esa esperanza la mantengo. Sigo con Milei: "Se inicia un período de crecimiento y desarrollo, de orden y prosperidad". No dudo de su sinceridad, pero mi memoria no me deja en paz. Sí es novedoso un presidente que promete al iniciar el gobierno un período de ajuste, Sin entrar en disquisiciones teóricas todos sabemos que cuando desde el poder se habla de ajuste, por lo general los más afectados son los sectores populares. "Se verá la luz al final del túnel". Ojalá. Bernardo Neustadt en su tiempo aseveraba: "Estamos mal, pero vamos bien". Y Álvaro Alsogaray decía: "Hay que pasar el invierno". Nada personal contra Milei, pero yo no tengo la culpa de que mi memoria sea tan artera. De todos modos, resulta interesante que un presidente en vez de ponerse a bailar cumbia, anuncie que se vienen tiempos difíciles. Acto seguido habría que preguntarse si a esos tiempos difíciles el pueblo está decidido a soportarlos. Y si, efectivamente, está decidido a soportarlo, por cuánto tiempo lo hará.
IV
Mientras MiIei habla desde las escalinatas bajo la mirada atenta de Karina, transformada en "el jefe" y, al mismo tiempo, en algo así como una primera dama, yo me pregunto con qué ingredientes este presidente construirá un ajuste que el pueblo argentino, educado en décadas de populismo, soporte sin rebelarse o, para ser más preciso, sea soliviantado una vez más por los llamados al combate del populismo que, como ya lo anunciaron algunos de sus principales jefes, están con el rostro pintado y afinando los tambores de la guerra. Yo, como tantos, creemos que la economía forjada por el peronismo no da para más, pero tengo mis dudas acerca de las soluciones que se presentan como exclusiva alternativa. Quiero ser claro: no estoy en contra; tengo mis dudas. Además, me interesaría saber cómo se van a repartir las cargas del ajuste. En su momento Milei prometió que lo pagaría la casta; ahora dice el Estado. Yo digo que en términos prácticos lo pagarán los ciudadanos. Pues bien, entre esos ciudadanos hay ricos y pobres, hay clases medias bajas y altas. Cualquiera sabe que pertenece al humor negro quitarle a un pobre lo poco que tiene porque se "terminó la fiesta". ¿Qué fiesta, preguntará el pobre? Tampoco suena razonable amenazar con bajar los salarios, cuando hasta la fecha los trabajadores lo que conocen es que los salarios se los bajan ante el consentimiento atorrante de la CGT peronista Repito: el ajuste es necesario pero, como en nuestra historia siempre han sido injustos, tengo derecho a preguntar cómo se repartirán las cargas. ¿Y por cuánto tiempo durarán las privaciones? No es una pregunta menor. La vida, la vida de cada uno de nosotros, está hecha de tiempo. No me vengan a decir que dentro de diez años vamos a estar bien, porque al decir de John Maynard Keynes en el largo plazo todos estaremos muertos.
V
Sí me resultó interesante que el presidente diga que no viene a perseguir a nadie ni a ejecutar vendettas. Lo dice el presidente y por eso importa, aunque bueno es saber que las decisiones de juzgar y condenar no pertenecen al presidente sino a los jueces. Contra lo que advertían los enemigos más bizarros de Milei, no hubo apología a la dictadura militar o anuncios contra los derechos humanos. Me resulta muy interesante ese abrazo de Milei con el presidente de Ucrania, porque ese abrazo es el símbolo de una Argentina decidida a sumarse al mundo libre. No soy indiferente a los llamados a la libertad en todos los órdenes, aunque, a decir verdad, yo en lugar de citar a Alberto Benegas Lynch (hijo) lo hubiera citado a Juan Bautista Alberdi. Y ya que estamos metidos en temas históricos, le digo al señor presidente que no tengo noticias de que alguna vez la Argentina haya sido la primera potencia del mundo. Tampoco me convence el argumento de que este país viene fracasando desde 1916, fecha en la que se impuso el colectivismo que se extiende hasta el día de hoy. Perdón señor presidente, pero esa no es la información histórica que dispongo. Ni tampoco creo que sea la información de José Luis Romero, Ezequiel Gallo, Tulio Halperín Donghi, Luis Alberto Romero, es decir, los historiadores que los populistas califican como los popes del panteón liberal. Por último, y en mi condición de simpatizante del liberalismo, digo que la experiencia y la historia me han enseñado que para defender los valores de un mundo libre el liberalismo es una solución sabia, pero no exclusiva. En ese sentido, le recuerdo una frase suya pronunciada el mismo día que ganó las elecciones: "No me votaron para dar clases de liberalismo, sino para solucionar los problemas de la gente". Y los problemas de la gente, señor presidente, suelen ser a veces más sencillos, a veces más complejos, que el decálogo de una exclusiva ideología económica.