Una fatalidad conmueve a la familia liceísta, en una ventana propicia para atacar una institución tradicional en la comunidad y de excelencia académica.
“Cuidado del personal y del material”. En ese orden nos enseñó el Liceo las prioridades ante toda actividad o exigencia. Nunca fue negociable: ante un inminente peligro o afección para el Cadete o su entorno, todo se detiene. Si en el andar de la cotidianeidad algo fallaba, la contención llegaba desde el área pertinente, o desde todas juntas. Militares, docentes, profesionales psicopedagógicos, egresados, familias y hasta los propios Cadetes sirven de apoyo ante la adversidad que cualquier integrante de la comunidad educativa pueda sufrir. Así fue, es y será siempre porque es la esencia de un Liceo Militar.
El Liceo Militar “Grl. Belgrano” atraviesa horas de profunda tristeza, es sabido lo que ocurrió con una combi que transportaba pequeños adolescentes de regreso a casa. Del mismo modo, que el conductor – “Bigote” – un apasionado del volante, terminó asesinado mientras hacía lo que amaba. También, aunque cueste más tenerlo en foco con la misma firmeza, hay una familia que debe afrontar la dureza de tener un hermano, un hijo, con problemas que explotaron de la peor forma. Tres tragedias: muerte, heridas (no solamente las que cicatrizarán en la piel de los Cadetes, sino también las que perdurarán por siempre en la retina de sus memorias) y otro joven más que pierde los límites cabales. A ese combo terrible, la intencionalidad maliciosa aparece como miel para aquellos que reaccionan ante esto con malicia. Carroñeros ideológicos.
Apenas sucedió el ataque, ahí estuvo la familia Liceísta para sostener a las víctimas y acompañar a sus familias. Desde autoridades, hasta el último soldado, con cada actor de los sectores mencionados anteriormente. Así fue también, antes, cuando el victimario mostraba signos preocupantes. Todas las herramientas (profesionales, materiales y humanas) fueron puestas a plena disposición para ayudarlo. Lamentablemente, había algo más fuerte y la pata institucional no alcanzó para evitar un detonante de tamaña magnitud una vez que el ex alumno ya no tuvo vínculos con la casa de estudios.
El Liceo nos enseñó desde chiquitos, a quienes pasamos por sus aulas y dormimos en alguna de sus carpas en medio del terreno de un Regimiento, que la camaradería – ese vínculo incluso más poderoso que la amistad – es la fuente para resolver y afrontar lo que sea. En esa línea, nadie queda atrás y ninguno aventaja hacia adelante, mientras se remarca correctamente el camino a quien desvía su rumbo. Nos los enseñó a partir de los 12 años y fue progresivamente exigiendo aprenderlo durante los cinco años de paso redoblado sucesivos. Lo sigue enseñando a nuevas generaciones, mientras algunos intentamos seguir aquello que fue marcado a fuego en nuestra vida adulta. Resulta paradójico, pero aún pasando los años el Liceo seguirá siendo el refugio, segundo hogar y anhelo de muchos que vistieron su uniforme así sea un puñado de meses.
Por todo lo que es un Liceo Militar, en este caso el “Grl. Belgrano”, es imperioso respetar su historia, el duelo de la familia que llora una pérdida; del trauma de las que acaban de ser marcadas de por vida como testigos de una violencia triste y del dolor de la que, quizá, se pregunta qué hizo mal y tampoco debe ser perseguida. Por el contrario, sería prudente – necesario – pensar colectivamente qué nos pasa como sociedad y a qué escenarios llevamos a los actores del presente y el futuro, mientras acompañamos a salir adelante a quienes chocan con las peores dificultades.
*Egresado del Liceo Militar “Grl. Belgrano” – Prom. LXIV.