I
I
Avanzan sigilosos, furtivos; algunos encapuchados, otros con el rostro al viento. Algunos son jóvenes, algunos son hombres mayores. Su objetivo es claro y terrible: asesinar a todo lo que camine, se mueva y respire en estas tierras áridas cargadas de historia, de dolor y esperanza, de sangre y muerte, desde los tiempos de Moisés y Herodes. Amanece en las arenas del Neguev, el sol apenas se asoma sobre las playas del Mediterráneo, la madrugada se insinúa inocente sobre los techos de las casas de Askhelon, Ofakim, Sederot, casas que tienen sus puertas cerradas y sus ventanas bajas. Los señores de la guerra no están preocupados por los reflejos de la luz del sol sobre las aguas del mar, o el juego de luces en el horizonte del desierto, o los rigores del calor que a esa hora de la madrugada ya es intenso; los señores de la guerra quieren sangre; los señores de la guerra quieren violar mujeres, asesinar ancianos y niños; los señores de la guerra quieran secuestrar para celebrar sus rituales sanguinarios con rehenes decapitados delante de cámaras de televisión; los señores de la guerra que responden a Hamas huelen a muerte; los señores de la guerra dicen que todo les está permitido porque están protegidos por Alá y entrenados por Hezbolá e Irán.
II
El primer objetivo es el kibutz de Reim, rodeado de bosques de sombra espesa y hospitalaria, levantado apenas a seis kilómetros de la frontera con la Franja de Gaza, supuestamente una de las más seguras del mundo; la frontera que fue derribada como un inofensivo castillo de arena mientras Bibi Netanyahu dormía después de reiterar las órdenes para avasallar la Corte Suprema de Justicia de Israel. Los señores de la guerra saben que en el kibutz viven los judíos. El kibutz es una creación socialista del pueblo judío; el kibutz debe ser destruido sin contemplaciones. La orden es que nadie quede con vida. En las orillas del kibutz hay un campamento y un recital. El recital de Supernova, celebrado durante los días de la fiesta judía de Sukot. Mujeres y muchachos que disfrutan de la música, del baile, del amor, de la alegría, del sexo, de la vida. Los señores de la guerra aprietan los dientes y juran en voz baja. Que no quede ni uno con vida. Herejes; judíos y herejes. Alcohol sacrílego, música pecadora, sexo desvergonzado; homosexuales infames; mujeres con pantalones y polleras cortas que ríen, cantan, se divierten. Aún no se han retirado las sombras de la noche; la luz apenas parpadea en el aire, cuando se desata el infierno. Más de 260 muertos. Asesinados a la hora del alba; asesinados sin compasión y sin culpas. Están desarmados, son jóvenes, han viajado desde Jerusalén, desde Tel Aviv, desde Raanana, desde Haifa para divertirse, para bailar a la luz del sol y a la luz de la luna, para enamorarse y ser felices. Y las furias del infierno se desatan sobre ellos. Los matan sin compasión. Son judíos y deben ser asesinados. Y el que no es judío también debe ser asesinado por atreverse a tener amigos judíos.
III
Sederot, Ashkelon, Ofakim, son ciudades judías. Nir Oz, Beeri, Kfar Azá, Reim, son kibutz judíos. Ciudades y kibutz levantados o reconstruidos con el trabajo, el sudor y la esperanza judía. Son ciudades con espacios verdes, con playas, con salas de conciertos, con paseos. Los niños corretean en los patios de las escuelas o en las plazas; los muchachos y las chicas juegan al amor; los creyentes van a la sinagoga o a la mezquita, porque Israel es el único territorio en todo Medio Oriente donde los árabes conocen la libertad religiosa, la libertad política y los beneficios de las mejores universidades del mundo. En las ciudades, en las aldeas, en los kibutz de Israel, los ancianos viven sus últimos años contemplando el paisaje de su tierra prometida. Muchos de ellos conocieron el horror del Holocausto; muchos conocen en carne propia, o en la carne de sus padres, o en la de sus hermanos y sus esposas, las impiadosas salvajadas de la judeofobia que recorre el mundo. Sus ojos han contemplado las escenas dantescas del infierno. Lo que ignoran es que el destino les tiene reservada una nueva y siniestra vuelta de tuerca. Ahora, en la madrugada del sábado 7 de octubre, abren sus ojos a un nuevo día sin sospechar que una vez más se han abierto las puertas del infierno. Los asesinos no lucen la cruz esvástica en las mangas de sus uniformes; no pertenecen a las SS, las SA o la Gestapo; no son rubios altaneros y soberbios descendientes de las walkirias; no obedecen a un Führer ni aspiran a fundar el Tercer Reich. Por el contrario: sus ropas son algo indigentes, como su aspecto. No son un ejército de línea, son bandas; bandas de fanáticos religiosos, misóginos y ávidos de sangre; bandas terroristas financiadas por Irán y que dicen asesinar judíos en nombre de Alá. No son nazis, pero asesinan con la impiedad de los nazis. Y sus víctimas son, una vez más, los judíos. Ochocientos, novecientos, mil muertos. Lo dirá un historiador judío hora después: desde los tiempos del Holocausto que no se matan tantos judíos en tan poco tiempo. La hazaña pertenece a Hamas, la organización islámica y terrorista fundada por un jeque que, oh sorpresa, nació en Ashkelon, pero vivió y murió en la Franja de Gaza.
IV
La masacre se inicia casa por casa, puerta por puerta. Hay que hacerlo rápido y bien. Y gozarlo y disfrutarlo. Las balas o los puñales deben estar dirigidos a niños, mujeres, viejos y jóvenes. A todos. Adolf Hitler hubiera considerado excesiva la masacre. Las víctimas no imploran piedad porque saben que no la habrá, pero esperan la llegada de su ejército; uno de los ejércitos considerados entre los mejores del mundo. Seis horas demoraron en llegar. Seis horas en un país donde la distancia más larga no llega a los doscientos kilómetros. De Ashkelon a Tel Aviv hay apenas 56 kilómetros. Pero el ejército demoró seis horas. Netanyahu se jactaba de que su sistema defensivo era el más eficaz del mundo. Los terroristas tiraron abajo las defensas con un tractor. Hubo advertencias, hubo señales, hubo avisos. Desde Egipto le informaron que había movimientos extraños en Gaza. Netanyahu levantó los hombros y bostezó indiferente. Sara, su esposa, se miraba al espejo, se acomodaba el maquillaje mientras concertaba la entrevista con su peluquería preferida.
V
La tragedia coincide con otra fecha trágica para Israel: Yom Kippur. Se dice que allí se desplomó el mito de la invencibilidad de Israel. No fue para tanto. Israel se recuperó en tres días y recuperó posiciones. Sin embargo, Yom Kippur puso punto final a la carrera militar de Moshe Dayan y al gobierno de Golda Meier. En 1973, Israel fue invadido por dos ejércitos de línea: Egipto y Siria. Hubo combates de militares contra militares, pero la población civil fue respetada. En 2023, Israel es invadido por terroristas y las víctimas preferidas son los civiles. Si Golda Mier pagó por Yom Kippur, esperemos que Bibi Netanyahu, que en términos de coraje civil, talento político y humanismo no le lustra los zapatos a Golda, pague dejando un poder que ha deshonrado.
VI
Los que saben dicen que esto recién empieza. Israel no va a soportar esta afrenta poniendo la otra mejilla. Ya lo dijo Ben Gurión cuando era jefe del Haganá y se enteró de que un judío acababa de ser asesinado por un comando palestino: "Después del Holocausto no podemos permitirnos que nadie mate a un judío y no pague por ello". La respuesta será dura y terrible. Para mal y para bien correrá mucha sangre. Hamas no puede salir impune de esta masacre, porque si esto pasara las horas de Israel estarían contadas. Más de 300.000 soldados fueron convocados. El pueblo de Israel lo pide. El espectáculo que contemplaremos no será edificante pero parece ser inevitable. Los generales judíos saben que deben cumplir con su deber. Los judíos saben, lo han aprendido con la pedagogía de la sangre, que en las horas decisivas están solos y que de ellos, y nadie más que de ellos, depende su destino. Los soldados judíos marcharán a la Franja de Gaza con los acordes de Hativka en los oídos, y en las pupilas los rostros de Raz y Aviv; de Dan y Nieves; de Rez y Sahar, los niños asesinados sin compasión por los mensajeros de la muerte y los ejércitos de la noche.
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