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El bar de los Vigil

El bar de los VigilEl bar de los Vigil

Jueves 20.2.2025
 22:07
Raúl Emilio Acosta
Raúl Emilio Acosta

Quisiera entender la década que aún nos contempla, condena y define. No nos fuimos de esos años. No hay resolución, hay señales. De eso se trata: con muchas señales tal vez un día la luz, den la orden y arrancaremos.

En la esquina de Méjico y Paseo Colón estaba el "bar de los Vigil", eran tres. Tal vez alguno era cuñado o primo. Era el sitio de encuentro de cuestiones que no podían encontrarse. No pacíficamente. Esa es la cuestión.

En los años 70 esa era una zona realmente particular, quiero decir especial, debería decir peligrosa pero… la vida es peligrosa. En aquellos años nuestra vida era peligrosa y, al cabo, sin respirar el peligro no se vive el periodismo. Era una esquina de periodistas.

Era más. Había una broma sobre los apellidos. En la esquina de Azopardo y Méjico estaba Editorial Atlántida, territorio de "los Vigil". Constancio. El mono relojero. La moneda volvedora. Editorial Atlántida. Linaje en editorial. Librería de lujo sobre Calle Florida.

Los del bar de la esquina eran como corresponde: gallegos de Galicia. Cuando era poco el trabajo en una mesa allá, cerca de los baños, de las últimas que se usan, se sentaban por turnos a leer "El Faro de Vigo".

Antonio, el más oscuro de tez, tenía una voz ronca. Yo preguntaba qué leía: "elfarudivigou". Orgulloso decía que era de El Ferrol. Quien sepa de historia de España sabrá que digo.

Antonio lo decía con orgullo. Habían venido allá, sobre los 40, 50. El diario era de días anteriores. Nadie sabe cómo son las conexiones de las comunidades. Alguien traía un diario que en la primera hoja tenía una etiqueta. Un diario usado. De alguna compañía con conexiones allá o la embajada. El diario llegaba y se leía. Quedaba en esa mesa hasta el próximo respiro.

Era una manzana especial. En la otra esquina, Méjico y Azopardo como dije: Editorial Atlántida. Deben incluirse las viejas rotativas a mitad de camino entre Colón y Azopardo. Mi departamento estaba en Venezuela y Azopardo.

En la planta baja de un edificio de dieciocho pisos en toda la esquina una compañía de remises que usaba la empresa periodística y también utilizaban los prácticos del río de la Plata, buques que había que conducir, los que sabían manejar por ese río de sueñera y de barro, que tenían su sede gremial en el mismo edificio.

Desde la terraza se veía una cuadra más allá el Comando en Jefe del Ejército y unos ochocientos metros más allá Casa Rosada.

En el mismo edificio, algunos pisos más abajo todos los jueves, a veces los sábados a la tarde un concierto particular: ensayaba el Grupo Katunga. No eran buenos en vivo. Ensayando solo la buena voluntad impedía el incendio. Escuché al menos mil veces los ensayos de "Veo, veo… qué ves".

Manzana musical. Salía, ya compuesta de uniforme de trabajo, la mujer de Antoñito Tarragó Ross. En algunos meses era lindo el entrar y salir de músicos y amigos de los músicos. En la esquina de Venezuela y Colón, Paseo Colón, con entrada por la gran calle, Paseo Colón vivió Gustavo Beytelman algún tiempo. Nos cruzábamos.

"Rosario tiene el tango y el río, Bigote, ahí está todo, no te podes escapar" esa era su sentencia. Rosario debería invitar a que Gustavo Beytelman cuente sus cosas; este venadense es uno de los pocos que de verdad tocó con Astor Piazzolla, inventó los pos tangos y vive en música.

Por Paseo Colón y hacia allá, el desfiladero donde se divide Avellaneda y La Boca y hay que elegir, estaba "La CGT de los Argentinos".

No era poco, debería ser muchísimo. La CGT de los Argentinos es una dura lucha por un país que soñaban de un modo y se hizo pesadilla. Eran habitantes de largas mesas del café, cigarrillos, una ginebra y discusiones. Duras. Nadie era sencillo en el café de los Vigil.

Por la vereda de este lado del Paseo Colón, siempre hacia allá, hacia el final, a poco más de una cuadra el Otto Krause, un lugar de estudio, respeto y militancias del mismo tipo: duro. Pocos sitios tan claramente puestos en el estudie y lche como el Otto Krause. La década del 70 define al país y no lo define como bondadoso sino como violento y exasperado.

Se reconocía en el bar a los estudiantes por los bolsos y portafolios, no eran tiempos de grandes mochilas sino de morrales. Yo mismo tenía un morral de cuero, hecho por artesanos.

Adentro todo mezclado, lápices, cuadernos, cigarrillos, encendedor. Esa vida mezclaba todo. Obvio: los documentos en el bolsillo de atrás y con salida rápida y aceitada. Mi cara obligaba a pedir documentos más allá del bar de los Vigil. Siempre fui sospechoso.

Por la misma calle Méjico y hacia Huergo o Madero (elija, es la misma avenida que cambia de nombre yendo para allá o para acá) estaba "el garaje de los cuartitos azules".

Aclaro: el garaje de los poderosos autos policiales. Al dejar turno o a tomarlo el paso era el bar de los Vigil. Gaseosa, a veces vaso de vino y un familiar de salame, queso, tomate y lechuga, con mayonesa… lujuria: huevo frito.

Los muchachos de la CGT de los Argentinos eran recatados con sus armas. Los policías simplemente tranquilos. Almorzaban con el auto afuera, uno que se quedaba custodiándolo y las armas reglamentarias como para usarse… si hacía falta.

No eran tranquilos los ocupantes de esos autos. Se preparaban para largas patrullas o volvían de largas patrullas en una ciudad que se insiste: no era pacífica. La pólvora era la contraseña del aire. Los vaqueros con panza de la CGT de Azopardo no han cambiado. Venían y están. Las pistolas a veces también están.

La Editorial Atlántida tenía cafetería pero ese café de filtro de trapo nunca se comparaba con el café casi quemado, negro, fuerte, barato, especial del bar de los Vigil. Íbamos.

Los jerarcas no. Yo era jerarca pero el cuerpo es otro y la construcción es única: soy carne del smog y la "diletancia" (¿existe aún la palabra "diletante"?) Soy carne de café y de ciudad, y siempre arreglamos el mundo en esas mesas.

Debo citar al "pingüino" Alfredo Serra, Jorge del Luján Gutiérrez, el mendocino Bracelli, Agustín Botinelli, Horacito del Prado; personajes con prontuario fuera de la ciudad mágica que encierra al periodismo, especímenes que entendían esa otra vida que nos rodeaba.

Más allá de la CGT de los Argentinos, por Paseo Colón, en un esguince rado del paseo, el bar Unión. Refugio, en algunos años, de Horacio González, extraño pensador argentino lleno de certezas y fastidiado con el destino del país.

Siempre respeté su tranquila sonrisa y eso: sus certezas. Disimulaba: todo pensador adhiere a la duda. Varios intelectuales aparecían en aquellas mesas.

Nunca fue mi turno. Sobre la misma calle Azopardo, con entrada por Huergo y Azopardo… la Oficina para retirar los pasaportes, para tramitarlos. Una oficina de Migraciones y Aduanas. Documentos, números, fotos, fichajes… y problemas. Muchos problemas.

Nadie se iba sin pasaporte, se entiende…. Legalmente, claro. Nunca se pudo contar la cantidad de "federicos" (agentes federales) que deambulaban por esas oficinas. Por calle Azopardo y hacia allá, como camino al barrio La Boca, la CGT Azopardo.

Entré dos veces. Apabullaba. Era el sitio. Por esa calle y sin parar, por horas, un día desfilaron y desfilaron tras una muerte que dividió la década.

Tal vez sea magro en detalles. Las dos CGT, la cana, el Otto Krause, el Comando en Jefe a quinientos metros. Migraciones, "los federales". Metras, armas largas, chalecos, el rostro crispado acompañaba el día, ese era el paisaje.

Esa era la década. Cierre o abra los ojos es lo mismo. Estaban ahí. Lo que torna imposible entender es la realidad de los números, es que tanta violencia no diese ni siquiera una pelea, un tropezón en esos metros de convivencia.

Salir a "un cortado doble y dos traviatas" era simplemente la disposición a respirar un aire diferente al de: El Gráfico, Gente y la Actualidad, Para Ti, Billiken, La Chacra, y "yo ya lo sé, lo leí en Canal TV". Aclaro: dos galletitas Express, media rodaja -fina- de jamón cocido y media rodaja -también fina- de queso barra, eso se llamaba "traviata".

Salir a fumar un cigarrillo diferente y ver ese bar con guapos, pesados, patas de plomo, espías obvios, dirigentes, estudiantes de pelo largo y más largo entusiasmo parecía posible y lo era.

Nunca cerraba el bar de los Vigil. A veces, sobre la última gota de la noche, tres, acaso cuatro de la mañana, le pasaban un trapo húmedo al suelo (¿tengo permiso para decir "estropajo"?. Corrección. Cerró un día, en marzo de 1976. Aún lo recuerdo.

De todos los personajes que allí conocí… y conocí gremialistas y políticos y muchas otras sub especies, me quedo con la cara arrugada del viejo Osvaldo Ardizzone, el cigarrillo, la tos, el café, esa voz cascada de tango y su frase:

"Hay ámbitos donde uno sabe que lo mejor que puede pasar es que no lo ayuden, que lo dejen tranquilo, este café no lo va a ayudar a nada y hay cada nene, pero para nosotros, Bigote, este es el sitio, no precisamos que nos ayuden, queremos esto, que no nos molesten…"

Osvaldo era anterior a la violencia del 70, era de la bohemia del 40; estábamos en el segundo café, esperando un amigo demorado con un cierre de una nota, tal vez el gordo Pedro. Usó "ámbitos" Osvaldo y él era cuidadoso con el uso de las palabras. Me debo una relectura de los 40. Al cabo allí nació todo lo que reventaba en el 70 y aún no muere.

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