Por Jorge Bello
Saber que la ciencia más rigurosa afirma que un bebé argentino sano, alcanza sus hitos fundamentales de desarrollo y madurez a un ritmo igual que otros bebés de entornos diferentes, significa que vale la pena apostar por el futuro de estos niños. La clave es asegurarles un apropiado entorno socio-económico, de salud y de educación.
Por Jorge Bello
Y como el turco, y como el sudafricano. Aun tratándose de cuatro realidades harto diferentes en cuanto a cultura, lengua, origen étnico, situación socio-económica, acerbo del pasado y perspectivas de futuro, los bebés de Argentina, India, Sudáfrica y Turquía se desarrollan, es decir, maduran a un mismo ritmo, igual, durante sus tres primeros años, según un estudio (1).
Esto es una buena noticia. En cambio, se sabe de los retrasos que pueden observarse, tanto en lo físico como en lo psíquico e intelectual, en los bebés, luego niños, luego adolescentes, que viven sus primeros años privados de una adecuada alimentación, de un entorno y unos estímulos adecuados, y del amor y la protección que necesitan.
Es una buena noticia porque significa que nuestro más preciado potencial, la infancia, nuestra mejor herramienta para diseñar el futuro, los niños y las niñas de hoy, son una realidad, una potencia que se mantiene intacta.
Me explico. La situación y por tanto las perspectivas de la infancia argentina se han deteriorado durante los últimos años como consecuencia del deterioro del conjunto de la situación socio-económica del país. Ambos deterioros encuentran explicación en la indiferencia, o tal vez mejor dicho en la negligencia, de unas autoridades que no supieron ver que la realidad de la infancia de hoy determina la calidad del inmediato futuro de casi todos.
Tal vez sordas, tal vez ciegas, sin duda incompetentes, ni en un bando ni en otro apostaron suficiente por la sanidad y por la educación, sobre todo de las madres y de los niños y jóvenes. Como consecuencia, el índice argentino de pobreza supera con creces al que cabría esperar si se considera que Argentina es aún un país rico y con mucho potencial.
Ya se sabe que la pobreza es una realidad compleja que compromete tanto el presente como el futuro, y no parece que pueda solucionarse sólo con vistosas medidas ocasionales. Expertos de aquí y de allá coinciden en afirmar que se necesita apostar fuerte por la sanidad (el acceso de todos a un efectivo sistema primario de salud) y por la educación (formación básica, y en valores, y formación profesional) si realmente se quiere solventar, con vistas al futuro que hoy comienza, la mala situación socio-económica. Por supuesto que también hacen falta otras medidas, pero sin buena salud o sin buena educación, la mejor perspectiva no pasa del corto término, porque enfermedad e ignorancia lastran el desarrollo de las personas y de la comunidad donde viven.
En este contexto, saber que la ciencia más rigurosa afirma que un bebé argentino sano, niño o niña, alcanza sus hitos fundamentales de desarrollo y madurez a un ritmo igual que otros bebés de entornos diferentes, significa que con certeza vale la pena apostar por el futuro de estos niños, ya que demuestran tener intacto el propio potencial de desarrollo. Por supuesto que hay que asegurarles un apropiado entorno socio-económico, de salud y de educación: esta es la clave.
No habrá futuro si no hay presente. Y así, en este duro presente que tenemos entre manos, no caben más que políticas sólidas y sobre todo con fundamento. Sólo lo bien fundamentado es incuestionable.
Ya sabemos, y nos lo recordaban hace unos meses desde el más alto nivel (2), que la pobreza de un país daña sobre todo a los niños, y esto compromete el futuro de todos. En efecto, la mayoría de los pobres, me temo, me sospecho que en Argentina también, son niños. Más que nadie en el país, ellos son los más vulnerables a la enfermedad y al abuso, y son obviamente quienes tienen menos posibilidad de defenderse.
Quien nos recordaba esto también nos recordaba que la pobreza se debe en buena medida a la indiferencia oficial, y se mantiene y se hace crónica por causa de la misma negligencia oficial. Ahora sabemos que un estudio científico de valor extraordinario sienta las bases sobre las que hay que trabajar: los niños, y por extensión las madres y los jóvenes en general.
Este estudio se llevó a cabo comparando gran número de bebés de la zona urbana y periurbana de Rosario, de Ankara (Turquía), de Pretoria (Sudáfrica) y de Mombai, en la India. Bebés sanos, atendidos y controlados en servicios públicos de salud. Demuestran que el niño de hasta tres años se desarrolla bien, en tiempo y en forma, si está sano, es decir, si un sistema sanitario, educativo y socio-económico, destinado a todos sin excepción, veló con profesional celo tanto la gestación como los mencionados tres primeros años. Y esto vale tanto para el bebé nacido en la periferia de Rosario, como en la India, en Sudáfrica o en Turquía.
Ya sabemos qué es lo que se tiene que hacer, rápido, eficazmente y más allá de algo tan ridículo y destructivo como el color del partido que gobierna. Es hora, por fin, de arremangarse y trabajar, en primer lugar para los que hace tiempo que esperan.
Saber que la ciencia más rigurosa afirma que un bebé argentino sano, alcanza sus hitos fundamentales de desarrollo y madurez a un ritmo igual que otros bebés de entornos diferentes, significa que vale la pena apostar por el futuro de estos niños. La clave es asegurarles un apropiado entorno socio-económico, de salud y de educación.
La pobreza de un país daña sobre todo a los niños, y esto compromete el futuro de todos. En efecto, la mayoría de los pobres, me temo, me sospecho que en Argentina también, son niños. Más que nadie en el país, ellos son los más vulnerables a la enfermedad y al abuso, y son obviamente quienes tienen menos posibilidad de defenderse.
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