Por Roberto L. Elissalde
Bicentenario del fallecimiento de Manuel Belgrano (XII)*
Por Roberto L. Elissalde
En estos tiempos de pandemia en que mucho se escribe sobre historia de las epidemias o “pestes” como se llamaban entonces estos males, bueno es destacar la preocupación del Belgrano por la salud pública. En primer lugar porque debió vivir como todos sus contemporáneos y especialmente en su niñez el temor a las epidemias de viruela, de sarampión o de otras enfermedades que muchas veces en menor grado, atacaban la ciudad de Buenos Aires.
Pérdidas familiares y vida estudiantil
La había padecido la familia Belgrano en 1780 cuando por esa epidemia fallecieron sus dos hermanas María Florencia la mayor de 22 años, casada con don Julián Segundo de Espinosa, matrimonio que dejó un hijo de corta edad, quien también sucumbió por el flagelo; al igual que la menor de las mujeres, Ana María Estanislada, de casi dos años.
Cuando Belgrano llegó a España en 1786 para estudiar en las afamadas universidades de Salamanca y Valladolid, el reino se encontraba en los finales de una terrible epidemia de Malaria que desde Valencia se había extendido hacia las demás regiones. A ello se deben agregar las noticias que su hermano Domingo Estanislao informaba desde Córdoba a la familia donde “la universal peste que corre, por esta ciudad y hace doblar las campanas más de lo regular”.
No es el caso referirnos aquí a sus enfermedades debidas a los amores fáciles, de larga y molesta secuela, que lo obligaron a buscar reposo en el clima benigno de la Banda Oriental; sino destacar su preocupación por la difusión de las novedades en medicina que llegaban a través de los diarios españoles, así lo hizo de algún modo a través de la incipiente prensa porteña como lo dimos a conocer con el médico Fernando Tuccillo en la revista de la Academia Paraguaya de la Historia sobre “La difusión de los temas médicos en la Asunción del Paraguay a través del Telégrafo Mercantil (1801-1802)”, donde en muchos casos se encuentra la mano del secretario del Real Consulado.
Periodismo y salud pública
Tampoco fue ajeno a esos intereses en el Correo de Comercio que apareció en marzo de 1810. En el número 5 del 31 de marzo bajo el título “Beneficencia Pública” exalta la labor del Pbro. Dr Saturnino Segurola “de vacunar gratuitamente en esa Capital y en parte de sus campañas” lo que le ha valido “reconocido nombre de conservador y propagador de la vacuna”.
Preocupado por la educación concluyó el 5 de mayo una nota sobre la posibilidad de aunarse los párrocos con los vecinos más caracterizados para construir una escuela para mujeres y también “cada parroquia tendría un médico para los pobres, viviendo en ellas y no necesitarían muchos de aquellos ir a los Hospitales, hallando quien los atendiese en sus propias casas, de que no sacaría pocas ventajas la humanidad”.
Justamente una semana antes de la Revolución en ese semanario salió como adjunto un cuadernillo escrito por el doctor Justo García Valdés, miembro del Protomedicato y uno de los más prestigiosos de la ciudad sobre la hidrofobia que causaba no pocas muertes.
A fines de junio se publicó un artículo sobre “la mejor forma de preparar el extracto gomoso de opio”, además de una defensa de la necesidad del conocimiento del latín no sólo por los clérigos y abogados para litigar en el foro, sino también por los médicos.
La edición del sábado 14 de julio trajo dos artículos sobre el remedio para tratar la gota y otro sobre los recursos para atender la hidropesía, que como afirma José Luis Molinari, habría de serle aplicado en la enfermedad que llevó a Belgrano a la tumba. No falta en el mes de agosto el comentario sobre un árbol semejante al alcanfor para con él hacer uso para elaborar el “vino alcanforado que posee la mayor parte de sus virtudes y eficacia, como un remedio tópico, resolutivo, discuciente poderoso en las inflamaciones externas reumáticas erisipelatosas y en los tumores blandos, fríos edematosos. Sus hojas molidas a polvo se aplican como un remedio externo en casos iguales con notable efecto; como igualmente en forma de fomentaciones y baños externos... Su infusión cálida tomada interiormente es un medicamento diaforético muy común en estos parajes, en varias afecciones catarrales”. Hasta aquí un pantallazo del Correo de Comercio en tiempos en que se preparaba Belgrano para marchar al Paraguay.
La salud, la guerra y la diplomacia
Justamente en medio de las urgencias y necesidades de una operación militar, no dudó en parar en su marcha a aquella provincia en la localidad de San Nicolás de los Arroyos, en setiembre de 1810 para con el médico del ejército prestar la mayor colaboración al doctor Francisco de Paula Rivero comisario de vacunación para que cumpliera su cometido, cuando los primeros síntomas del flagelo de la viruela comenzaba a presentar las primeras víctimas.
Cuando dictó el Reglamento para los pueblos de las Misiones que recorrió en su marcha, uno de los puntos proponía algo que ya había dispuesto en su paso por Santa Fe y que en Buenos Aires no se había podido lograr: “Los cementerios se han de colocar fuera de los pueblos señalándose en el ejido una cuadra para este objeto, que haya de cercase y cubrirse con árboles como hoy los tienen en casi todos los pueblos, desterrando la absurda costumbre, prohibida absolutamente de enterrarse en iglesias”. Debieron pasar 11 años para que se inaugurara un cementerio público en el huerto de los Recoletos en Buenos Aires.
En su marcha a Rosario en enero de 1812 apenas llegó a Luján requirió “cuatro carretas para auxilio de los enfermos que no lleva como acomodarse”. Belgrano permanentemente se ocupó por la salud de la tropa hasta en los más mínimos detalles. Poco después en marzo, cuando por enfermedad de Pueyrredon fue enviado a hacerse cargo del Ejército del Norte, que lo era tan solo en su denominación, pues carecía de armamentos y de equipos y estaba constituido por individuos dispersos, indisciplinados y desmoralizados, reclamaba con urgencia medicamentos ya que el “chucho” había atacado a la tropa, y la época en el norte era un caldo de cultivo para las fiebres, y ya en funciones a fines de abril afirmaba: “cuento con 1.500 hombres en el ejército, pero la mitad de ellos están enfermos”.
Enviado a las cortes europeas en misión diplomática a fines de 1814 con Rivadavia, los pasajeros hicieron en marzo de 1815 una escala en Río de Janeiro para sondear opiniones en la corte y a la vez mantener contactos con individuos de alguna influencia. Sin duda uno de estos era el ministro plenipotenciario de los Estados Unidos ante esa Corte, Mr. Thomas Sumter, con quien entre otros temas indudablemente habló de la viruela que seguía siendo un flagelo en aquella ciudad.
Inmediatamente le recomendó usar en ese lugar el suero que preparaba en Buenos Aires el canónigo Segurola a quien le pidió el envío de ese fluido al ministro, lo que Segurola cumplió en mayo de 1815 con una conceptuosa carta. Este documento publicado en una compilación jamás lo habíamos leído, y podemos afirmar que este aspecto del prócer lo dimos a conocer hace muy poco en el diario La Prensa de Buenos Aires.
Belgrano una vez más nos desconcierta por su mirada puesta en el futuro, en el bien común, un adelantado a su tiempo que sopapea con sus hechos y sus palabras en el presente, como queriéndonos despertar. Esta síntesis de sus preocupaciones por la salud pública es un acabado ejemplo.
* Serie producida para El Litoral por la Junta Provincial de Estudios Históricos.