Por Berta C. Wexler y Graciela C. del Valle Sosa
La historia ha registrado de manera incompleta la participación de las mujeres en la guerra de la independencia. El año 2020 nos posicionan en un escenario particular en el que las grandes luchas femeninas en el Siglo XXI pugnan por hacer visible su rol en la historiografía y en otros campos de la cultura.
Las mujeres reconocieron a Manuel Belgrano, en 1813, como el “Protector de los pueblos del Continente americano”. Acto muy relevante de las damas de la elite de Potosí, cuando el Comandante de la Segunda Expedición del Alto Perú llegó a esta localidad, le ofrecieron un obsequio de platería virreinal que ellas hicieron confeccionar con los orfebres del lugar, en oro y plata llamado Tarja: un escudo que realza las victorias de las batallas de Tucumán (1812) y Salta (1813), y mide 140 cm de alto y 103 de ancho.
Este objeto está cargado de símbolos que cantan la independencia y están representados el mapa de América del Sur, palmas y laureles como homenaje a los héroes. Varias figuras masculinas sostienen un cartel que dice “Viva la patria”. Don Manuel lo envió a la ciudad porteña y se exhibió en el Cabildo, luego pasó al Museo Nacional de Buenos Aires que la exhibe actualmente como una preciada Joya Nacional.
El proceso de militarización ganó los espacios públicos y privados modificando la vida tanto de los hombres como de las anónimas que caracterizan la presencia de las mujeres en este proceso. En este marco están quienes aparecen en la historiografía de la revolución asumiendo diferentes compromisos, ya sea directamente en las armas, en el apoyo económico, como partícipes de reuniones, prestando algún tipo de colaboración o en los propios campos de batalla.
La confección de la Bandera Argentina que Belgrano enarboló en Rosario, por primera vez, el 27 de febrero de 1812 como un símbolo distintivo para su ejército la confeccionó María Catalina Echevarría de Vidal. Fue desconocida por dos siglos, recién en el año 2012, ella recibiría los honores correspondientes y su nombre quedó en una placa que la recuerda en el Pasaje Juramento, a metros del Monumento Nacional a la Bandera, como recuerdo de su ciudad natal.
Colaboradoras de la causa
Las que participaron en el Éxodo Jujeño, batallas de Tucumán y Salta prestaron una valiosa ayuda conformando verdaderos escuadrones de espías y actuando para retrasar el avance del enemigo.
María Remedios del Valle, participó en la segunda invasión inglesa, defendiendo la ciudad de Buenos Aires. Después del 25 de Mayo de 1810, se incorporó a la primera Expedición Auxiliadora al Alto Perú junto a su marido y sus dos hijos, quienes no sobrevivirían a lo largo de la campaña. Participó en las batallas de Salta y Tucumán y de las derrotas de Vilcapugio y Ayohuma, donde figura en los textos escolares, con otras mujeres, como “Las niñas de Ayohuma”, llevando agua a los heridos y ayudando en las curaciones.
Belgrano la nombró Capitana y “Madre de la Patria”. María sobrevivió a las batallas, y gracias a un oficial que la descubrió mendigando en una calle de Buenos Aires consiguió ser reconocida y recompensada con un sueldo de oficial del Ejército Argentino, que casi nunca cobró. Sin embargo su figura fue discriminada por ser afro Argentina.
En su campaña al norte Belgrano se hospedó en Salta en la casa de Martina Silva de Gurruchaga, una mujer de la alta sociedad, que donó grandes sumas de dinero para solventar gastos para los uniformes y armas. Prestó su casa para la tropa, bordó una bandera y participó junto a los soldados en un enfrentamiento. Fue nombrada por el General como Capitana del Ejército y benemérita patriota. Con esa leyenda bordada recibió como obsequio del General un tapado de seda.
Juana Gabriela Moro Díaz de López, fue mensajera y espía y el Virrey del Perú Joaquín de la Pezuela la tomó prisionera y la encerraron en su casa tapiándole todas las aberturas. Por esto fue conocida como “la emparedada”. Pero sus vecinos solidarios abrieron las paredes para salvarla de la muerte por hambre y sed. Continuó colaborando disfrazada para que no la descubrieran.
María Loreto Sánchez de Peón de Frías, recorría a caballo lugares de Salta, Jujuy y Orán trayendo noticias obtenidas de los españoles ocultas en sus faldas. Su trabajo de espía consistía en guardar en papeles los datos obtenidos y depositarlos en el hueco de un árbol cuando sus criadas iban al río a lavar la ropa. Luego los soldados buscaban la información en ese horadado algarrobo que hacía de escondite.
María Gertrudis Medeiros Martínez de Fernández Cornejo, apresada y amarrada a un algarrobo fue luego llevada a pie a Jujuy. Prisionera encontró la forma de seguir pasando información a las fuerzas locales. Belgrano, en una carta al Director Supremo Juan Martín de Pueyrredón le otorga el título militar y elogia su accionar.
Junto a otro gran caudillo
Macacha Güemes, hermana del caudillo salteño Miguel Martín de Güemes, y la esposa de este, Carmen Puch, convirtieron una casa en taller de costura de uniformes para los soldados y colaboraron siendo fieles a la causa de la revolución.
Juana Azurduy también acompañó a Güemes para defender el avance de las tropas españolas. Ella fue designada Teniente Coronel del Ejército, y peleó junto a su esposo Manuel Asensio Padilla en 16 batallas con Belgrano. Él mismo le obsequió su espada por la gran hazaña de arrebatar una bandera enemiga.
En el presente, y por los avances en los estudios de género, se coloca a las mujeres como sujetos de la historia por su participación en la esfera pública, con voz propia en pos de la emancipación, superando el anonimato a las que fueron condenadas por el discurso hegemónico de una sociedad patriarcal.
El proceso de militarización ganó los espacios públicos y privados modificando la vida tanto de los hombres como de las anónimas que caracterizan la presencia de las mujeres en este proceso.
Juana Azurduy también acompañó a Güemes para defender el avance de las tropas españolas. Ella fue designada Teniente Coronel del Ejército, y peleó junto a su esposo Manuel Asensio Padilla en 16 batallas con Belgrano. Él mismo le obsequió su espada por la gran hazaña de arrebatar una bandera enemiga.
(*) Serie producida para El Litoral por la Junta Provincial de Estudios Históricos.