Por Rogelio Alaniz
La palabra “crisis”, crisis de legitimidad, crisis de gobernabilidad, crisis política que genera un inquietante vacío de poder con la certeza de que lo viejo no funciona y lo nuevo aún no se constituye.
Por Rogelio Alaniz
I
Podemos discutir hasta el cansancio si en Bolivia hubo o no golpe de Estado y en todos los casos las diversas lecturas de un lado y del otro no lograrán dar cuenta de una realidad cuya textura novedosa no se puede interpretar recurriendo a las viejas palabras, palabras que si bien no han perdido total actualidad no alcanzan para dar cuenta de los procesos que tiene lugar en el siglo XXI. Derecha o izquierda, golpe de estado o rebelión popular, son términos que reclamen ser reconsiderados y resignificados, porque Bolivia está muy lejos de los tiempos de Paz Estenssoro, Lechín Oquendo, Banzer o Barrientos. La palabra “crisis”, crisis de legitimidad, crisis de gobernabilidad, crisis política que genera un inquietante vacío de poder con la certeza de que lo viejo no funciona y lo nuevo aún no se constituye, es la más adecuada para empezar a reflexionar sobre lo que está ocurriendo.
II
Cuando los conceptos no alcanzan a dar cuenta de lo real, lo que conviene es retornar a los hechos, dejando abierto hacia el futuro las posibles conclusiones. En principio, en Bolivia, la ilegitimidad la inició el gobierno de Morales pretendiendo un cuarto mandato puntualmente prohibido por la Constitución promovida por él mismo. Después hubo un plebiscito, iniciativa que en ese contexto fue de dudoso valor democrático, pero una vez celebrado dio como ganador a los sectores que se oponen a la reelección de Morales. No conforme con esto, el presidente manipuló a una Justicia genuflexa y sometida para que produjera un fallo digno del realismo mágico y los novelones tropicales: Morales debía presentarse porque negarle esa posibilidad era un atropello a sus derechos humanos. Tras cartón, convocatoria a elecciones con escrutinio irregular, movilizaciones callejeras y finalmente una auditoría de carácter vinculante convocada por Morales que certifica que efectivamente hubo fraude.
III
Suspendamos en este punto el relato. Nadie (o casi nadie) desconoce que Morales se cansó de cometer irregularidades. El debate en cuestión es si esas irregularidades son o no un golpe de Estado, pero hay consenso para admitir que estas irregularidades no son menores. Así lo entendieron las multitudes que salieron a la calle a protestar por estos atropellos, movilizaciones que fueron lo suficientemente amplias como para que Morales se vea obligado a convocar a nuevas elecciones en un tiempo político muy acelerado en el que los protagonistas empezaron a tomar decisiones empujados por hechos de los que perdieron el control.
IV
La primera institución pública que pide la renuncia de Evo Morales no es Trump, la CIA o la Rosca, sino la COB, la Corporación Obrera Boliviana, que no es precisamente de derecha. Después se sumaron los cívicos de Santa Cruz de la Sierra que sí son de extrema derecha y diversas organizaciones indígenas, porque en Bolivia no son pocas las comunidades “originarias” que se oponen a Morales. Finalmente se conoce la declaración de los jefes militares proponiendo la renuncia del presidente, propuesta que curiosamente Morales acepta en el acto renunciando él, su vice y sus presidentes parlamentarios, decisión también sorprendente porque, como se dijo en estos días, Morales no estaba obligado a renunciar, no hubo ni tanques, ni aviones, ni helicópteros, ni desfiles de tropas, ni planteos militares que lo empujaran a dejar el poder y mucho menos a que, además, quienes representaban la línea sucesoria también renunciaran creando un sugestivo vacío de poder político.
V
¿El planteo militar es o no un golpe de Estado? Seguramente en la Argentina merecería esta calificación, pero en Bolivia esta seguridad no es tan consistente, porque a diferencia de nuestro país en Bolivia el reglamento de las fuerzas armadas las habilita en situaciones de crisis a proponer soluciones.
¿Esas soluciones incluyen pedir la renuncia? Diría que no, pero estamos en Bolivia no en Suecia y además no se puede perder de vista el contexto, un contexto en el que los militares no acataron la orden de reprimir dada por el presidente. ¿Son golpistas los militares que se niegan a reprimir? No creo que hoy la teoría política tenga respuestas totales a esta pregunta.
VI
La otra novedad es que durante catorce años estos militares jamás dieron señales de malestar o diferencias con el gobierno de Evo. Es más, siempre sus mandos fueron considerados políticamente aliados al gobierno y beneficiados por ello con muy buenos sueldos, jubilaciones de privilegio y declaraciones en las que nunca disimularon sus simpatías por la causa que dice representar Morales. Los mismos beneficios percibe la policía incluido un sugestivo “Bono a la lealtad”. Por último, un detalle significativo: hasta antes de llegar a México, Morales nunca mencionó a los militares como responsables de un golpe de Estado, creándose la singular situación en que estos militares son más criticados por los seguidores de Morales en países de América latina que por el propio Morales.
VII
Como para complicar un poco más la situación, admitamos que el gobierno de Morales si bien es apoyado calurosamente por Maduro está muy lejos de haber transformado a Bolivia en el infierno al que llevaron Chávez y Maduro a Venezuela. Tampoco se le puede imputar a Morales atropellos a las libertades o de haber ejercido una dictadura o de haber promovido el exilio de millones de personas. La crítica más dura es la de pretender eternizarse en el poder, crítica justificada y que pone en evidencia que en cuestiones de poder, por un camino o por otro, los liderazgos populistas siempre terminan pareciéndose.
VIII
¿Qué puede ocurrir de aquí en más? Lo primero a tener presente es que la crisis no ha concluido con la renuncia de Morales y su exilio en México. Por el contrario, bien podría decirse que esta “historia” recién comienza, porque el exilio de Morales no lo transforma en una víctima sino en un líder victimizado que no ha renunciado a su voluntad de poder. Importa tener presente que más allá del fraude electoral, Evo fue el candidato más votado y no hay motivos para suponer que ese apoyo que representa algo así como el cuarenta y cinco por ciento de la sociedad haya disminuido.
IX
La presidencia de Jeanina Áñez pueda que sea legal pero convengamos que su legitimidad es más que dudosa. El sentido común señala que no hay solución democrática posible en Bolivia si no incluye al “Mas”, el partido político de Morales. Por lo pronto, no hay indicios de que ese acuerdo sea posible, porque mientras el “Mas” ha declarado que no va a colaborar con este gobierno, por el otro lado la extrema derecha liderada por Camacho cierra con su fanatismo cualquier posibilidad de acuerdo.
X
No me conforma el diagnóstico de guerra civil a la que aluden algunos analistas, pero es evidente que la fractura social es profunda, por lo que teóricamente no se debería descartar la posibilidad de guerra civil. Tampoco una posible intervención militar o división de las fuerzas armadas. ¿Morales especula con un 17 de octubre a la boliviana? En todo populista esta fantasía siempre está presente: llegar al poder o a los umbrales del poder apoyado en una movilización popular con el visto bueno o la prescindencia de la policía y los militares. A primer golpe de vista parecería que no hay otra posibilidad de retorno de Morales a Bolivia que no sea a través de un proceso que incluya el naufragio de la actual legitimidad encabezada por Áñez y una movilización de masas que sume a las fuerzas armadas y que corone con el regreso triunfante de Morales. La alternativa de un Morales retornado a la presidencia para desde allí convocar a elecciones sin su candidatura me parece inviable en el actual escenario, aunque, como se sabe, en momentos de crisis todo puede llegar a ser posible, incluso aquello que a primer golpe de vista se presenta como disparatado.
XI
Regreso a Santa Fe, la ciudad que el pasado sábado movilizó hacia Paraguay alrededor de cuarenta mil personas decididas a apoyar a un equipo de fútbol. No soy hincha de fútbol y reconozco que Colón y Unión me resultan indiferentes, pero la pasión de una hinchada (la de Colón en este caso), no. Es más, digo que esa pasión vale mucho más que el resultado de un partido, porque una pasión no se define por la derrota o la victoria, sino por la pureza de su sentimiento.
La palabra “crisis”, crisis de legitimidad, crisis de gobernabilidad, crisis política que genera un inquietante vacío de poder con la certeza de que lo viejo no funciona y lo nuevo aún no se constituye, es la más adecuada para empezar a reflexionar sobre lo que está ocurriendo.
La crisis no ha concluido con la renuncia de Morales y su exilio en México. Por el contrario, bien podría decirse que esta “historia” recién comienza, porque el exilio de Morales no lo transforma en una víctima sino en un líder victimizado que no ha renunciado a su voluntad de poder.