En noviembre último, Daniel Attala, profesor, investigador y escritor santafesino radicado en la localidad francesa de Locmiquélic, estuvo en Santa Fe, donde presentó el conversatorio titulado "Mil y un cabos sueltos en 'El Aleph' de Jorge Luis Borges", evento organizado por la Asociación de Docentes de la Universidad Nacional del Litoral y el Centro de Estudios Comparado de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la UNL. En la ocasión, que contó con muy buena asistencia de público -pese a coincidir en la fecha con uno de los partidos de Argentina en el Mundial-, Attala desarrolló una serie de tesis sobre la obra de Borges.
Daniel es profesor titular de la Universidad Bretagne Sud (Lorient, Francia); doctor en Humanidades por la Universidad Pompeu Fabra-Barcelona y doctor en Literatura Hispanoamericana por la Universidad Stendhal Grenoble. Ha trabajado largamente a propósito de las relaciones entre el autor de "Ficciones" y Macedonio Fernández. Publicó, entre otros libros: "Impensador Mucho. Ensayos sobre Macedonio Fernández", director (Buenos Aires, Ediciones Corregidor, 2007); "Macedonio Fernández, lector del Quijote", con referencia constante a Jorge Luis Borges (Buenos Aires, Paradiso, 2010); "Macedonio Fernández, précurseur de Borges" (Presses Universitaires de Rennes, Rennes, 2014). Nos encontramos en un café céntrico una mañana calurosa de diciembre a compartir un café. Ésta es una síntesis de esa conversación.
- Creo que puede decirse que en tu caso se advierte la existencia de dos "viajes", uno mental o espiritual y el otro físico. El primero sería el que va de la Filosofía -primera carrera en la que Attala se graduó- a la Literatura; el segundo es el que se da desde la Argentina a Francia. ¿Cómo es ese pasaje desde la filosofía a Macedonio, que es considerado por muchos como un pensador? Y, por otro lado, qué nos podés contar de tu "viaje" profesional a Europa.
- Antes de Filosofía, hice también cuatro años de Derecho en la UNL. En esa época (1982), todavía se hacían test vocacionales. Me gustaba leer. Durante un tiempo pensé en estudiar una carrera llamada Orientalismo, que descubrí en un libro de carreras. Como tengo ascendencia libanesa, la cosa oriental siempre me atrapó. Pero el test resultó que tenía que estudiar… Derecho.
- Recién dijiste "me gustaba leer". Tenés registro sobre la primera vez que tuviste consciencia de esa preferencia. O de dónde viene eso…
- En parte viene de la familia. En Gálvez, mi papá había sido alumno de Amelia Biagioni y se sabía muchas poesías de memoria, que nos recitaba. Él y mi mamá leían mucho, aunque no siempre cosas buenas. Pero en mi casa había libros. En torno a los 16 o 17, recuerdo que me encantaba leer Historia. Mi primera pasión fue con motivo de la guerra de Malvinas y de hecho, sobre ese tema hice mi primera publicación. Mi papá leía una revista horrible, Nueva Visión, de Mariano Grondona, y me acuerdo que mandé una carta y que la publicaron, a propósito del conflicto. Estando en Derecho me apasioné por la Filosofía y entonces me inscribí en la Católica, donde hice una licenciatura. Pero acá siempre estudié filosofía europea: Descartes, Frege, Foucault, Wittgenstein. Te lo digo en respuesta a tu pregunta. Entré en el Conicet para estudiar a Hegel y finalmente hice una tesis sobre este filósofo alemán, en Barcelona, con Eugenio Trías. Pero ya en ese momento, el hecho de estar en Europa me hizo tomar consciencia de la alienación cultural que me aquejaba, por así decir.
- ¿Cómo se da tu viaje a Europa, de qué manera?
- Hacía tiempo que pensaba en ir. Mi compañera santafesina se fue becada a España y la seguí. Y después nos fuimos quedando. Fue ahí también que empecé a escribir literatura. Me di cuenta de que la filosofía no me servía para expresar mis inquietudes del momento y de hecho publiqué dos libros de cuentos en Beatriz Viterbo. El primero vuelve sobre recuerdos de infancia y adolescencia, cosas escondidas que en ese momento me pareció tener que expresar. El segundo es una especie de parodia de la alienación cultural, de la necesidad constante de apoyarse en una bibliografía que tienen los literatos y los filósofos y del exceso de erudición… muchas veces de segunda mano.
Mirá tambiénBorges y el Magreb- Cuando te referís a la cuestión de la alienación cultural, a ver si te interpreto adecuadamente: un amigo mío decía que en ciertos ámbitos lo que se hace en la Filosofía es escribir notas a pie sobre la figura de algún autor de renombre europeo (ejemplo Foucault) ad infinitum. ¿Dedicás toda la vida a eso y no podés salir de ahí?
- En Argentina era más o menos así. Dejé de pretender escribir filosofía y empecé a hacer otra cosa. Escribí también una novela, una narración épica, también paródica, de la fundación de un pueblo parecido al mío, Gálvez, que al final no publiqué. Se llama "El promontorio". En Francia, terminada mi tesis sobre Hegel, tuve que reconvertirme al hispanismo, en parte por razones laborales. Y entonces empecé a estudiar a Macedonio Fernández, lo que es decir también a Borges. Publiqué tres libros sobre Macedonio, dos en castellano y el otro, capaz el más importante, por el momento únicamente en francés. Estudié su pensamiento más que su obra literaria. Creo que fue la primera vez que alguien lo estudió con el mismo rigor y seriedad con que suelen estudiarse los autores europeos. En eso sigo a Borges, el único -en mi opinión- que entendió a Macedonio, el predominio que tiene en él la emoción por sobre la consciencia representativa, como en Schopenhauer.
- A mí me pasó, como lector, esta dificultad o complejidad en la lectura de Macedonio. ¿Qué opinás al respecto? ¿Te parece que es un autor muy difícil de leer o es un error de apreciación?
- Como todos los grandes autores de la historia de la literatura y del pensamiento, Macedonio exige cierto estudio. De hecho, ayer unos amigos de Santa Fe me contaban de sus reuniones para estudiar el "Ulises" de Joyce. El colonialismo cultural que yo veo en el terreno del pensamiento y de la crítica en Argentina está, no desde luego en estudiar a Joyce sino en que no se haga lo mismo con autores como Macedonio. Y que siempre se esté leyendo la literatura desde la óptica de los críticos y filósofos europeos o norteamericanos. Yo intento leer a Macedonio desde Macedonio. Y lo mismo a Borges. Fijate: ninguno de los dos está siquiera bien editado todavía. Borges ya sabemos por qué. En cambio lo de Macedonio es inexplicable, porque los manuscritos, por suerte, están en Argentina. Pero, salvo algunas excepciones, siguen sin ediciones críticas.
- ¿Cómo podríamos sintetizar tu tesis sobre El Aleph?
- Es un trabajo de largo aliento. Ya escribí sobre "Tlön", sobre los usos de la Biblia en Borges, y de las "Mil y una noches". En cuanto a "El Aleph", el error fue para mí leer este cuento a partir de la idea que el propio Daneri propone del Aleph, entendido por lo general en clave matemática o cabalística, por ejemplo. Se ignora que Borges al principio llama al punto mágico del sótano "mihrab", no "aleph". El mihrab es una especie de hornacina ante la que se coloca el imam en las mezquitas y que está orientada hacia La Meca. Yo presto atención a lo que el narrador dice al final: el Aleph de Daneri es un falso Aleph. Tampoco me parece acertado pensar que Daneri es únicamente una alegoría de Dante Alighieri y Beatriz Viterbo una alegoría de Beatrice Portinari. Beatriz Viterbo tiene un segundo nombre que casi nadie explica, Helena, que representa, en la tradición, exactamente lo contario de la Beatriz de Dante.
- Y después están todos los significados intelectuales que se le han encontrado al Aleph.
- Claro, y creo que también es un error. Hay una especie de "inflación intelectualista" entre los estudiosos de su obra. Se lo toma como un autor de ideas, de conceptos, y hasta se le atribuye un "método". No se le cree cuando dice que él no es un filósofo, que no sabe ni puede pensar con conceptos sino con imágenes. Tampoco se le toma muy en serio cuando dice que lo que a él le gusta sobre todo es Stevenson, Kipling, Chesterton o las "Mil y una noches". Se lo sigue interpretando en términos de matemáticas y filosofías trascendentales. Una de las mejores críticas de Borges es, para mí, Estela Canto. En 1949 publicó en Sur una crítica de "El Aleph" en la que dice que Borges no es un escritor frío, intelectual, como andaba diciendo Sábato. Porque Borges, según ella, iba a la emoción. Lo califica incluso de autor popular, creador de leyendas e impregnado de cultura popular. Pienso que Estela Canto tenía razón y que hay que volver a leer a Borges en esa dirección. Pero hoy la crítica parece resignada a ocuparse de sus manuscritos, como si Borges ya no tuviera nada que decir, o como si ya lo hubiéramos entendido. Se fijan en la manera como escribía, en el papel, la tinta, la letra, el método… o la tos, como diría Tita Merello. Creo que a mi libro sobre Borges lo voy a llamar "El anti-método Borges". Pocos escritores están más lejos de Descartes.
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