Miércoles 25.8.2021
/Última actualización 16:20
Mis más respetados maestros, a quienes nunca les estreché la mano ni miré al fondo de sus ojos (digo esto para los fundamentalistas de la educación presencial), me enseñaron que todo lo humano es cultural. En otras palabras, salvo la naturaleza y en su estado puro, todo es cultura.
Sin embargo, el común de la gente, suele pensar el concepto de cultura como sinónimo de arte. No es lo mismo, claro que no es lo mismo, sin dejar de reconocer que el arte es el corazón palpitante de la cultura. Quizás el único segmento íntegro, sano y vital que le queda a la humanidad.
Por ejemplo, cuando se habla de política cultural, se apunta a lo artístico (con un toque de historicismo), dejando afuera disciplinas científicas, técnicas, filosóficas, religiosas e incluso deportivas que son parte inescindible de la cultura humana.
Ergo, cuando hablamos de Ministerio de Cultura, suponemos que referimos a la cartera que aborda el quehacer artístico de un gobierno. Hasta los mismos gabinetes se constituyen de acuerdo a las disciplinas artísticas y no a lo cultural en toda su dimensión.
Dicho esto, voy a lo que quiero poner a vuestra consideración.
Se acerca el fin de la pandemia, el fin de la tercera (para algunos cuarta) guerra mundial. Escucho, se viene sosteniendo, que existen diferencias significativas con las conflagraciones pero, a efectos de este análisis, vale señalar que las consecuencias revolucionarias del orden anterior las terminan emparentando. Por caso muchas, muchísimas familias de aquí en más deberán cargar con pérdidas tan dolorosas como injustas y sorpresivas y, en simultáneo, pocos, muy pocos se verán impúdicamente favorecidos. Es que, como bien se sabe, el miedo duele, pero en paralelo enriquece. Antes los fabricantes de armas, ahora los de medicamentos.
En algún momento, ojalá no tan lejano, los desdibujados líderes sociales deberán pensar en la reconstrucción; en este caso con novedosas singularidades, una a considerar especialmente: vivimos en un mundo absolutamente intercomunicado y en consecuencia imposible de segmentar, como en otros tiempos.
Como sucedió en anteriores escenarios de post hecatombes, se terminará imponiendo un nuevo paradigma. En resumen, nuevamente la cultura humana deberá repensarse, so pena de caer en una crisis aún peor de la que estamos viviendo.
Como en toda reconstrucción habrá que buscar una piedra angular, es decir, una base de sustentación desde donde levantar la nueva estructura social. En esto, la historia nos ofrece recetas ya aplicadas en otros episodios: el exterminio sectorial, la religión, la economía y la política, fueron ya utilizados y, en el mejor de los casos, obtenido sólo logros pasajeros. Efímeros.
Y entonces, digo, por qué no pensar la reconstrucción a partir de la única porción "saludable" del enorme y flagelado cuerpo cultural de los humanos. Por qué no utilizar de punto de partida al corazón palpitante de la cultura humana: el arte.
Claro, ustedes pensarán que con el arte no se come, ni se pagan deudas, ni de pacifica, ni se progresa socialmente, aunque esto último es muy relativo. Les contesto que el arte tiene una excepcional virtud muy necesaria, imprescindible para los tiempos por venir, el arte unifica, el arte ignora divisiones humanas, más aún tiene la propiedad de cicatrizar inmediatamente las heridas sociales.
Cuando quedamos extasiados ante una pintura, una escultura, o una foto bien sacada. Cuando un libro, una poesía o una película nos conmueve hasta las lágrimas. Cuando encontramos en el baile, el canto, o la magistral ejecución de un instrumento musical el cable a tierra que nos permite seguir viviendo pese a todo o, sencillamente, cuando nos unimos en un aplauso en un teatro, en un auditorio o frente a la televisión, nadie pregunta de qué lado está el artista, nadie mira al de al lado con desconfianza, nadie se acuerda de la grieta. Somos uno. Vencedores por un instante de la exaltación del individualismo que nos condujo hasta acá.
Seguramente, en el caso nacional, apostar al encuentro de los argentinos, será una prioridad para los tiempos por venir, y para ello se requerirá exaltar lo que nos une como sociedad, desde ahí reconstruir. Desde ahí atender urgencias sanitarias, alimentarias y de pacificación interna.
Es la única chance de conseguir algo duradero.
Quizás alguien, al imaginar la post pandemia, entenderá que llegó la hora de poner sentido a la vituperada frase, tantas veces proclamada como ignorada, LA SALVACION ES ENTRE TODOS, NADIE SE SALVA SÓLO.
Por qué no pensar la reconstrucción a partir de la única porción "saludable" del enorme y flagelado cuerpo cultural de los humanos. Por qué no utilizar de punto de partida al corazón palpitante de la cultura humana: el arte.
Cuando nos extasiamos ente una obra de arte o nos unimos en un aplauso en un teatro, nadie mira al de al lado con desconfianza, nadie se acuerda de la grieta. Somos uno. Vencedores por un instante de la exaltación del individualismo.