Pedido solidario
AYELÉN VILLAVERDE
"Agradezco desde ya a El Litoral por este importante espacio brindado, para poder comunicarnos. Me he quedado sin trabajo, y mientras consigo otro, estoy concurriendo al trueque. Por eso solicito a quienes quieran ayudarme, la donación de ropa, calzados, cosas que no usen y que a mí me sirvan para intercambiar por algo que necesite. Lo que quiero es trabajar, pero no es fácil, ya que hay poca oferta y mucha demanda laboral. Mi teléfono es: 342 502-9699. Desde ya, muchas gracias y que Dios los bendiga".
No nos dejen sin luz
VIVIANA FARIOLI
"Un pedido a la EPE: si el día está nublado, suspendan por favor los cortes programados. No vemos nada en nuestros domicilios. No podemos calefaccionar... La verdad, el sentido común se les apagó. Gracias por el espacio".
Más allá de la superficie
JÓSÉ
"Cada vez hay más gente en los semáforos. Y no estoy contra ellos sino contra aquellos que han perdido la capacidad de ser solidarios. A mí hasta ahora me han tratado bien y con respeto, y cuando no he tenido para darles he recibido un: 'No hay problema amigo, que Dios lo bendiga igual'... Ellos no están ahí porque no quieren trabajar, sino porque no hay trabajo. He escuchado a algunos decir ¡¿por qué no van a cortar el pasto a algún lado?! Hay miles de personas que lo hacen y necesitan contar con una cortadora... En fin, he visto que el desprecio puede más que el amor al prójimo. Quisiera que alguna vez, esos que piensan tan mal imaginen siquiera qué harían si tuvieran hijos que mantener y no conseguir trabajo. No todos hemos tenido las mismas posibilidades y oportunidades, ni la misma familia, ni la chance de estudiar y progresar. Hay sectores que no lo han conseguido por diversos motivos. Pero no se puede despreciar a un ser humano por estar en esa condición, me parece que es terrible pensar así, carente de toda compasión. El amor al prójimo comienza con respetar primero y ayudarlo. Ni hablemos de lo que no hace el Estado, ese es un tema para otro análisis. Pero mientras tanto no seamos tan despreciables, miserables y discriminadores con los que no tienen recursos... Hay que mirar más allá de la superficie...".
Una tercera vía de tránsito
MARÍA ELENA
"Ayer viernes, hubo un accidente en el puente Oroño, a primera hora del día, tipo 6.30, entre una moto y una camioneta. Se armó un tremendo cuello de botella, ya que iba toda la gente de la Costa, de barrio El Pozo, etc., hacia Santa Fe, para trabajar y los chicos a la escuela. No sé cuánto tiempo estuvimos circulando a paso de hombre. Afortunadamente, no hubo víctimas que lamentar; pero el hecho es el problema que tenemos porque las vías de circulación existentes (el Oroño y el Puente Colgante) no dan abasto para que transite tanta cantidad de vehículos, de distinto porte. Por eso, una vez más me pregunto: ¡¿¿cuándo van a construir esa tercera vía tan necesaria, tan mentada pero que nunca llevan a cabo. La que se proyecta desde el barrio El Pozo, hasta la Costanera Este y también por donde están los pilotes del ´puente roto'. ¿Qué es lo que pasa que Santa Fe está tan estancada, que no se avanza con todo lo que nos resulta tan imprescindible? De más está decir que hay muchísima gente que se ha ido a vivir a Colastiné y Rincón y que diariamente va a trabajar, estudiar, etc., etc., a Santa Fe. Esperamos que esa construcción se concrete. Ya no se puede seguir así".
La bicicleta de Luis Arturo XVI
LUIS ARTURO DE SANTA FE
Un neumático desinflado, consecuencia de alguna espina, bastó para lo que en principio comenzó siendo un placentero paseo en bici se convirtiera en un malestar inexplicable, por ver modificado el plan de disfrutar la hermosa mañana otoñal…
Tal vez, el malhumor sea el resultado de sentirnos disconformes con nuestra manera de encarar la vida. Cuando observamos lo que ocurre alrededor, solo quedamos rumiando cuestiones que determinan un estado de serenidad. Sopesamos que la existencia ajena puede ser mejor que la que nos tocó, argumentando una suerte que creemos carecer. Pero resulta una mirada sórdida con respecto a cómo encaramos sobrevivir.
La mayoría de las comparaciones son desfavorables en la condición que nos paramos frente a la realidad. No es posible ser feliz con la panza vacía. Y estoy de acuerdo. ¿Qué puede importar el ejemplo de una parábola si me hacen ruido las tripas? Soy un convencido de que para exponer sobre aquello que comparto, primero debo estar en idénticas circunstancias, experimentando lo que ocurre con los demás. Es fácil decir: me gusta el invierno, si tengo en suerte una situación que permite abrigarme y habitar un lugar calefaccionado. Pero claro, en secreto, vivo una historia que, pese a manifestarme disconforme, no me arriesgaría a cambiarla.
Emprendemos intentos osados, pero descreo de aquellos que sin mayores sobresaltos probarían sustituir la posición cómoda en la que están plantados. Valoramos lo que no tenemos, y no dimensionamos lo afortunados que somos. Es la demostración de nuestra extravagancia.
La apariencia indica que sobre esa privación debemos actuar para encontrar la satisfacción de lo que en gracia nos provoca bienestar. Nadie elige dónde nacer. Tampoco quiénes serán sus progenitores ni su descendencia. Ese misterio, que será parte de mi ser, arrastrará grandes etapas del camino. El lugar por donde prefiero transitar, más allá de la variabilidad de las circunstancias.
Lo fortuito es relativo, en ocasiones termina resultando un deseo sobre el cual trabajamos algún tiempo para concretarlo. Posibilitamos desarrollar una idea y edificar a mediano plazo una ilusión. No hay mucho mérito del azar en esta ocurrencia. Cuando constituimos una familia logramos realizar un aspecto para el cual fuimos concebidos. Sobre ella nos afanamos para disimular los errores que nos dejó el resentimiento de cómo hemos sido educados.
Podemos insinuar que las infancias son violentas si no entendemos que la madurez llega cuando empezamos a comprender el mecanismo de perdurar. El constante avance hacia la decadencia perturba, e inconscientemente a eso enfrentamos los prejuicios.
Conseguimos debilitarnos y aun así seguimos intentando aferrarnos a lo que nos tiene atados a una evidencia velozmente pasajera, llena de sobresaltos que se manifiestan en contra. La propia impotencia de sabernos vulnerables y fácilmente susceptibles. Justificamos los actos inducidos que al final un manto de misericordia nos absolverá de toda disconformidad y seremos mansos, no por convencimiento sino por estar sometidos a lo trágico que se vuelve subsistir. Eso es lo que ocultan esos arrebatos impulsivos, resistirnos a la incapacidad de no poder revelarnos contra lo inevitable.
La historia se repite, una y otra vez, varían los personajes, pero el padrón es el mismo, la lucha del ser humano intentando prolongar la agonía de existir.