I
I
Las Bases y el paquete fiscal aprobados en la Cámara de Senadores -según los hombres sabios- no van a mejorar ni empeorar nuestras desdichas cotidianas, es decir, no nos harán ni más pobres ni más ricos; ni más felices ni más desdichados. Ironías de la vida: aunque Javier Milei se resista a creerlo, lo suyo en el Senado fue una victoria exclusivamente política, esa palabra infecta que él detesta tanto. Ganar la votación fue una buena noticia para La Libertad Avanza, pero si hubiera perdido no hubiera sido una mala noticia, hubiera sido lo más parecido a una catástrofe porque los afilados colmillos populistas no hubieran dejado pasar la ocasión. Lo de Milei siempre transita en los bordes de la paradoja. Sus bravuconadas verbales puede que le otorguen publicidad más allá de las fronteras o entusiasmen a su platea local, pero a la hora de las realizaciones efectivas los logros reales los obtiene recurriendo a los recursos, las tramoyas y las roscas de la execrable política, con promesas de embajadas incluidas, en este caso a una exponente de la venerable y lapidaria casta de los Sapag.
II
Milei brinda el espectáculo pero son los modales discretos, sobrios y políticamente correctos de Guillermo Francos los que deciden. No sé si los dioses o los oráculos saben cuánto tiempo durará el romance entre racionalidad liberal y cambalache místico. El enjuague por el momento funciona y no está escrito que lo siga haciendo. Nada me entusiasma de este gobierno, pero jamás pondré en tela de juicio su legitimidad si lo que nos aguarda en el fondo del barranco son las fauces de Juan Grabois, Guillermo Moreno o Axel Kicillof
III
El objetivo del peronismo, como el de cualquier fuerza política, es ganar el poder, lo cual es justo y legítimo, pero la marca en el orillo que lo distingue es su afición, su pulsión, su "vicio absurdo", no de ganarlo como prescriben las leyes, sino de manotearlo, de desestabilizar por las buenas o por las malas al gobierno que no pertenece a su signo, gobierno que siempre será considerado como un intruso y un despreciable enemigo del pueblo . Los actos de violencia y barbarie perpetrados en la calle el miércoles 12 de junio a la tarde, mientras los senadores intentaban sesionar en el recinto, actualizaron una vez más el maridaje pampa entre el peronismo y la izquierda. En la ocasión no se hicieron arrojando toneladas de piedras como en 2017, no porque su bondadoso corazón así se lo ordenara, sino porque la policía no los deja y los muchachos de entonces ya no disponen del poderío de los buenos tiempos para hacer lo que más los excita: daño.
IV
A juzgar por los hechos, el ideario de los manifestantes que se congregaron el miércoles en las puertas del Senado no es el del sufrido pueblo llano "que quiere saber de qué se trata". Por el contrario, se ha sugerido que el imaginario de los muchachos es el de Sierra Maestra o el del Palacio de Invierno, aunque me temo que sus inspiraciones no van más allá de las de un barrabrava depredador y resentido. Como en política las acciones no son neutrales, las tropelías del lumpenaje populista no hicieron otra cosa que fortalecer la imagen de Milei y de recordarle a olvidadizos o a quienes los ajustes les resultan una carga agobiante, que si Milei fracasa llegarán al poder los seguidores de quienes consideran que quemar autos o bicicletas constituye un exquisito hábito de redención política. Digamos que Milei no solo logró que se aprobara su primera ley (veremos qué pasa en Diputados) sino que gracias al candombe populista mejoró su imagen que en la última semana venía algo percudida. La carambola se completó con la proverbial y sigilosa bondad China, la progresiva baja de la inflación y la resignada complacencia del FMI. Conclusión: una buena semana para el gobierno que dice detestar la política mientras proponen transformaciones políticas que algunos juzgan audaces y otros consideran que no se proponen ir más allá de la redición de las añejas recetas que en otros tiempos ensayaron con los resultados conocidos y los matices del caso los Alsogaray, los Pinedo, los Krieger Vasena o los Martínez de Hoz. Como se dice en estos casos: la moneda está en el aire o los dados ruedan por el paño y la banca confía en que el crupier los ha cargado como corresponde. No es aconsejable incursionar por los lodazales y los callejones de la política si no se dispone de una dosis de fe en la buena estrella, me decía un amigo aficionado a la política y al póker.
V
En la jornada parlamentaria del miércoles, al gobierno le salvó la ropa esa oposición moderada y no kirchnerista que Milei pareciera que no se cansa de maltratar con los adjetivos más infames. Sin los votos radicales, es decir, sin los votos de los herederos del despreciable Hipólito Yrigoyen y de Raúl Alfonsín, Milei a esta hora estaría como Carlos Monzón mirando el minutero del reloj para que lo salve el gong. De todos modos, es bien sabido por todos que el rival más duro, más empecinado y más eficaz de la UCR suelen ser los propios radicales, siempre obsesionados en el lujurioso hábito de despellejar a sus candidatos o dirigentes que se distinguen por su talento. Es notable: el partido de la república y los hábitos del pluralismo y la tolerancia solo se permite ejercer la intolerancia y la agresividad verbal en sus crónicas y a veces achacosas rencillas internas.
VI
Desde 1983 a la fecha, el candidato de mejor imagen que produjo el radicalismo después de Alfonsín fue Rodolfo Terragno. Pues bien, algunas venerables momias del partido de Leandro N. Alem e Yrigoyen se dedicaron con pasión de barrabrava y vicios de político tramoyero que hubieran despertado la envidia de los punteros conservadores de la década del treinta, a derrotarlo. Si mal no recuerdo, Leopoldo Moreau fue el cabecilla de esa infame partida mazorquera.
VI
Nunca hablé con Martín Lousteau. No lo conozco, no tengo ninguna preferencia personal por él y no se me escapa que en las actuales circunstancias reconocerle algunas virtudes parece ser una causa perdida. Simplemente sé que no llegó a la presidencia de la UCR por un golpe de Estado, sino porque los dirigentes y las instituciones internas de este partido así lo dispusieron. Insisto en que no lo conozco, pero al mismo tiempo admito, porque el talento y la inteligencia siempre me seducen, que es uno de los pocos políticos que escucho por la sencilla razón de que no dice boludeces ni se empantana en lugares comunes o consignas livianas. Como para inclinar la balanza, observaría que su insistencia en frecuentar a algunos amiguitos en la ciudad de Buenos Aires no ayuda a mejorar su imagen. Se puede o no compartir sus ideas y en particular su trayectoria, pero no se puede desconocer la legitimidad de su investidura. Votó en contra de la Ley de Bases, lo cual originó un pequeño escándalo interno, aunque si no me informaron mal la Convención y el Comité Nacional de la UCR se manifestaron en contra de una ley que también fue rechazada por la Juventud Radical, Franja Morada y el Movimiento de Trabajadores Radicales. ¿Dónde está el pecado? Lousteau votó en contra de la ley, pero dio quórum como corresponde a un jugador de la política que respeta las reglas de juego. Su discurso fue crítico a la Ley de Bases, pero también se diferenció de la letanía populista. Habría que añadir, además, que fue el mejor discurso de la jornada, el más elaborado, el más complejo, el más rico en matices. Todo esto, por supuesto, puede discutirse, un hábito que los radicales practican con convicción. Pero lo que me sorprende no es el debate, sino la agresividad de ese debate. Muchos radicales parecieran regodearse insultando al presidente de su partido, empleando incluso adjetivos que se cuidan mucho de usar contra rivales de otros partidos. Lousteau pareciera que en ciertos ambientes radicales es una mala palabra. No le perdonan nada. Lo acusan de ambicioso y egocéntrico, como si esas "virtudes" no fueran las distintivas de todo político que aspira el poder. Creo que a más de uno en la intimidad les fastidia las amantes que ha tenido o la pinta que luce.