Por Remo Erdosain
Por Remo Erdosain
—Lo largaron a Carrascosa, pero en esta Argentina siempre pasa lo mismo: los jueces son muy sutiles para probar la inocencia de algunos pero la misma sutileza no la tienen para descubrir los asesinos -dice Abel.
—No es tarea de los jueces descubrir asesinos -digo.
—Llamale hache, pero lo cierto es que después de catorce años de producido el crimen estamos como cuando llegamos de España; y lo mismo se puede decir con Nisman o con el caso Amia. En todas las circunstancias parece que somos muy buenos para demostrar quién no cometió el crimen, pero nunca sabemos quién lo hizo.
—Convengamos que es un caso complicado -dice José-, tan complicado que sólo Hércules Poirot o Jane Marple podrían descubrirlo.
—Fuera de joda -digo-, el episodio del country Carmel de Pilar se ajusta detalle por detalle al escenario típico de las novelas policiales inglesas: el cuarto cerrado, es decir, el crimen cometido en un lugar donde hay varios testigos y protagonistas y uno de ellos, a veces más, es el culpable.
—Yo voy a insistir siempre -dice Marcial- con que este caso tiene la relevancia que tiene porque los personajes son de la clase alta y, ya se sabe, al público consumidor le encanta conocer miserias o debilidades de los ricos.
—Puede ser -admite José-, pero no sé qué tiene que ver lo que decís con lo que estamos hablando.
—Tomalo como una advertencia.
—A mí -dice Abel- lo que más me llama la atención es que esa familia tan bien, tan correcta, no se haya dado cuenta. Empezando por su marido. Que la mujer que encontraron muerta en la bañadera tenía cinco tiros encima y uno que le había pasado cerca.
—Parece que no era tan evidente -digo-, incluso el comisario Degastaldi y el juez Molina Pico, que estuvieron esa misma noche en el lugar, no lo advirtieron.
—Yo no sé cómo habrá sido, lo cierto es que resulta muy sospechoso que la familia integrada por personas cultas, advertidas, atentas, no se hayan dado cuenta de nada y, al mismo tiempo, se hayan ocupado de hablar con la policía para que no haya demasiadas molestias.... o para que les extendieran un certificado de que aquí lo único que pasó fue un lamentable accidente.
—A eso agregale -digo- lo del famoso pituto que lo tiraron por el inodoro.
—¿Qué es lo del pituto?
—Algo así como un objeto destinado a sostener estantes, pero que en realidad era una bala.
—Todo esto es cierto -admite Marcial-, pero tengamos presente que fue el propio Carrascosa el que ayudó a encontrar el pituto.
—Capaz que lo hizo para disimular.
—Todo eso habría que probarlo -reitera Marcial-, pero también es raro que el principal sospechoso sea defendido a capa y espada por la familia de la víctima. Extremando la imaginación podríamos decir que alguno de esos familiares es sospechoso, pero que todos los familiares de la mujer digan que Carrascosa es inocente, es raro. Es más, la herencia de María Marta le correspondía a sus padres porque el marido estaba condenado. Y no obstante ello, los padres de María Marta decidieron ceder esa herencia a Carrascosa. Podrán decir lo que quieran y tejer las sospechas más delirantes, pero reconozcan que es muy raro que toda la familia sin excepción lo defienda a Carrascosa... tan raro que yo también me sumo a esa familia para proclamar la inocencia de Carrascosa.
—Yo hago números -dice Abel- y me imagino la plata que le va a tener que dar el Estado nacional a Carrascosa por haberlo detenido durante todos estos años siendo inocente.
—Plata nuestra, plata de los contribuyentes.
—Yo lo que recuerdo -digo- es que existieron tres hipótesis fuertes en este caso: la primera, que involucraría a Carrascosa y respondería a causas económicas o amorosas.
—Sí -dice Abel- se llegó a hablar incluso de una relación lesbiana de María Marta; también de diferencias económicas familiares. No nos olvidemos de que Carrascosa era un operador de Bolsa, vinculado a los hermanos Rohm, que los santafesinos conocemos tanto.
—También se habló del Cártel de Juárez y de negociados con una fundación que facturaba mucha plata.
—Yo no creo demasiado en el crimen pasional. Carrascosa y su María Marta se llevaban muy bien.
—No sé si se llevaban tan bien; era gente educada y no hacían escándalos en la calle, pero la intimidad de ellos nadie la conoce, entre otras cosas porque todos coinciden en señalar que los dos eran muy, pero muy reservados... Así que la pareja pudo haber sido un infierno y nadie vio ni escuchó nada.
—Convengamos que lo tuyo es muy retorcido; además, repito que llama la atención la solidaridad total de la familia de María Marta con Carrascosa.
—La otra posibilidad -digo- es la del robo perpetrado por algún adivino.
—Nicolás Pachelo -dice José-.
—Es una posibilidad; tenía antecedentes delictivos, sus coartadas eran débiles y hay testigos que aseguran haberlo visto en las inmediaciones de la casa de los Carrascosa e incluso parece que una empleada doméstica vio ropas manchadas con sangre.
—Todo muy correcto pero tampoco cierra.
—Más o menos no cierra; se habla de un tipo con brotes psicopáticos.
—Recordemos que ese día jugaba River con Boca, que las calles del country estaban desiertas y para que todo cierre con lo dramático, llovía.
—Sí, pero lo más raro de todo es que las cámaras de seguridad, exactamente las que daban frente de la casa de Carrascosa, casualmente no funcionaban, es más, parece que eran las únicas que no funcionaban en todo el country.
—A eso agregale el suicidio de la madre de Pachelo.
—No me acordaba de ese detalle.
—No sé si será importante, pero es un dato que no se puede omitir. La buena señora se tiró de un piso alto ubicado cerca de Retiro.
—Raro, todo muy raro; pero, Erdosain, ¿cuál es la otra hipótesis?
—La del narcotráfico. Las tres hipótesis asimismo admiten sus propias variables, con lo que llegamos a una situación en la que todos y nadie pueden ser culpables.
—A mí lo que sigue sin cerrarme -reitera José- es el hecho de que los familiares hayan estado tan distraídos y su primera preocupación haya sido ocultar todo. Uno no se encuentra todos los días con su esposa o su hermana o su hija muerta en una bañadera.
—En estas familias de clase alta o de clase media alta, la discreción, el rechazo al escándalo, es un componente cultural muy fuerte.
—No me convence esa teoría de la supuesta discreción de las clases altas -dice José-.
—A mí no me convence del todo -digo-, pero alguna cuota de razonabilidad tiene.
—Yo creo, conociendo el paño -dice Abel- que al culpable de este crimen nunca se lo va a descubrir.
—Como Nisman, como la Amia, el poder protege a sus sicarios.
—No comparto -concluye José.