I
I
Si Javier Milei necesitaba que alguien confirmara sus tesis acerca de "la casta", los señores senadores le dieron el gusto. No solo le dieron el gusto sino que, a juzgar por la puesta en escena, los caballeros se esmeraron en representar con lujos de detalles y al pie de la letra el rol que Milei les había asignado. No se puede ser tan cínico, o tan torpe, o tan tonto para hacer exactamente lo que no se debe hacer en las actuales circunstancias. Y además, no se puede hacer más daño a la credibilidad de una república democrática. ¿Exagero? Para nada. La democracia, mis queridos senadores, se sostiene en primera y en última instancia en la credibilidad. La teoría de la representación, es decir, represento territorios, personas, deseos, voluntades, es una "ficción" necesaria que solo se puede sostener si los representados, si el público, cree en ella. Evoco estas consideraciones con un cierto toque de escepticismo porque no se me escapa que muchos la ignoran o si la conocen hacen como que la ignoran. La letra en algún lugar dice que un senador es un servidor público, pero todos sabemos que además el cargo es un privilegio. ¿Privilegio? Sí, como escucharon. En sociedades con jerarquías, roles, status y funciones, un senador ocupa un lugar privilegiado en la escena o en la trama. Lo que digo no es ni malo ni bueno. Es. Y lo que se sabe o se supone, es que en el caso de los cargos electivos ese privilegio debería ir acompañado de obligaciones y exigencias. No es de la misma consistencia el privilegio de un heredero millonario que el privilegio de un senador, porque en los cargos electivos ese privilegio hay que ganarlo y hay merecerlo. Merecerlo, estableciendo con la sociedad un nivel básico de empatía, en tanto es esa sociedad la que lo votó y la que paga con sus impuestos sus dietas; en segundo lugar, legislando con sabiduría y sensibilidad; en tercer lugar, llevando un nivel de vida austero, el nivel de vida de un demócrata que no debe ser indigente pero tampoco ostentoso. Pues bien, me temo que desde hace unos cuantos años los representantes han olvidado estos deberes y subjetivamente están convencidos de que los cargos les pertenecen y, además, les deben asegurar una excelente calidad de vida. ¿Todos son así? Yo diría que no, pero la sensación para la sociedad es que efectivamente todos son así, sensación que la reciente proeza de los senadores no hace más que confirmar, a pesar mío. Capítulo aparte, es la propia cuestión del poder. Un senador ejerce una cuota de poder con todas las tentaciones, riesgos y vanidades que el poder alienta. Es probable, es muy probable, que el juego de la política necesariamente exija el hábito de estos privilegios. Pero esa probabilidad no exime a la ciudadanía del derecho a criticarlos y controlarlos. Y sobre todo, a indignarse cuando la vanidad, la codicia y la prepotencia se transforman en los hábitos preferidos de "los que mandan". ¿Todos son así? Supongo que no. Pero tengo derecho a sostener la certeza de que la mayoría suele tentarse e ilusionarse en ese fatuo juego de espejos.
II
Si la Argentina fuera Suecia o Inglaterra, que un legislador gane de cinco mil a diez mil dólares mensuales no sería un escándalo. Se trata de sociedades con más recursos, con más estabilidad económica y política, y con una clase dirigente que sin dejar de ser criticada no ha llevado su condición de "casta" a extremos tales para que un outsider pueda ganar la presidencia de la nación denunciando sus vicios. Cinco mil o diez mil dólares, Suecia, Suiza o Inglaterra, pueden pagarles a sus legisladores. La Argentina, no. La solvencia de la economía argentina está muy lejos de la de esos países, pero además no estamos pasando por nuestro mejor momento. Si le vamos a creer a Milei, atravesamos por uno de los ajustes más formidables de nuestra historia. La palabra "ajuste" se asimila a privaciones, carencias, postergaciones, sacrificios. Y se supone que esa travesía nos incluye a todos y sus riesgos y penurias nos alcanzan a todos. No voy a ser tan ingenuo para creer que "todos" vivimos los ajustes de la misma manera. Para muchos el ajuste significa no saber que van a cenar esta noche y para otros el ajuste significa no saber qué whisky más barato deberían comprar, o si para las próximas vacaciones deben alojarse en un hotel de cinco estrellas o de cuatro. El ajuste lo pagamos todos, pero a algunos les duele más y a otros les duele menos. Pero si hay en las esferas del poder un sector que debe predicar con el ejemplo, ese sector es la clase dirigente o como mejor quieran llamarla. Yo no le voy a pedir a los senadores que salgan a la calle a vender anilinas como lo hiciera en su momento alguien que fue vicepresidente de la nación, además de legislador y ministro. No les voy a pedir que imiten a Elpidio González porque sería demasiado, pero sí tengo derecho a pedirles que a la hora de disfrutar de privilegios e impunidad no la imiten a Cristina Kirchner, la reina de la casta. No les voy a pedir a los senadores lo que sé que es imposible, pero sí me asiste el derecho de exigirles un mínimo de recato, un mínimo de decencia pública, ese recato y esa decencia que han ignorado en la sesión del jueves votándose un aumento de sueldo que casi triplica sus ingresos en un país donde los precios están por las nubes y los salarios de los trabajadores reptan a ras de tierra. Fue un operativo furtivo, sigiloso, brevísimo y moralmente tramposo, porque, y esto es lo más triste, los señores senadores sabían que su maniobra era sucia, motivo por el cual había que perpetrarlo con la velocidad del punga.
III
El discurso moral, moralista, o como mejor quieran llamarlo, de Milei, incluye la virtud de que a su impulso se ventilan negociados, trampas, privilegios y chanchullos. Incluso los cometidos por quienes militan en las filas de La Libertad Avanza. No sé si fue el oportunismo, la irresponsabilidad, la ambición o la ideología lo que lo llevó a Milei a iniciar esta cruzada contra "la casta", palabra lo suficientemente ambigua como para permitir las más diversas interpretaciones. Lo que sé es que, lo haya o no previsto, el discurso está en la calle y sospecho que a sus promotores se les ha ido de las manos. La riqueza de lo real una vez más demuestra su superioridad a los dogmas ideológicos y las maniobras políticas más o menos oportunistas. Conmovedora la imagen de la economía de mercado en donde todos asistimos con el corazón en la mano para intercambiar mercancías. El mercado libre como una sesión de corazones abiertos. Todo muy conmovedor hasta que, por ejemplo, las prepagas, las petroleras, los laboratorios, los supermercados o los poderes imponen sus abusivas condiciones y al muy liberal de Milei no le dejan otra alternativa que comportarse como un keynesiano severo y justiciero. Digamos que en la Argentina que vivimos la estamos pasando mal, pero políticamente hablando vivimos tiempos interesantes. Los vientos de la historia nos han colocado en una situación en la que todos estamos expuestos, y particularmente están expuestos los poderosos, aquellos que desde las sombras y desde las tinieblas, desde el poder político y el poder económico manipularon y trampearon con absoluta impunidad. Tengo los años necesarios para permitirme el derecho a ejercer cierto escepticismo, pero no obstante también los años pueden permitirme el lujo de alentar una mínima esperanza, una brisa de ilusión acerca de que más allá de un presidente o de los rigores de una coyuntura la Argentina dispone de la oportunidad de dar vuelta una página de la historia. No me atrevo a descifrar el texto, tampoco a adelantar resultados, pero, conociendo el paño aseguro que el espectáculo será interesante.
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