Nos escribe Matilde (42 años, Comodoro Rivadavia): "Buenas tardes, Luciano, fui a escucharte en la Feria del Libro y te saludé después de tu charla. Por eso me animo a escribirte y hacerte una consulta. Tengo un hijo de 7 años y me cuesta mucho ponerle límites. No hay castigo que funcione, porque le saco la Tablet, le saco la tele, no lo dejo ver videos en mi celu, pero nada de esto funciona. Entonces por acá no es... ¿Cómo nos podemos manejar?".
Querida Matilde, me acuerdo de quien sos. Algo me adelantaste cuando nos vimos en la Feria. Por cierto, te agradezco mucho que te hayas acercado, a pesar del frío, para conocernos y conversar un ratito.
Pasemos directo a tu consulta, que es muy jugosa y tiene diversos elementos. Por un lado, me interesa subrayar la idea de que un castigo "funcione". ¿En qué consistiría esto? ¿Que corrija? ¿Que sirva para evitar nuevas situaciones? Me atrevería a decir que ningún castigo funciona y, en todo caso, cuando alguno funciona... es porque no era un castigo.
Me explico mejor. Castigar a un niño, si se trata de un acto meramente punitivo, implica privarlo de algo. Es lo que vos decís, cuando mencionás todo lo que le "sacás". Y fijate que aquí hablás principalmente de pantallas. ¿Qué idea de placer suponemos en un niño, cómo la reforzamos, si ponemos el énfasis en que esos objetos son parte de una máxima satisfacción?
Hago una observación tangencial: los niños quedan fijados a las pantallas cuando no hay otras opciones. No me refiero a que solo las usan de este modo, porque no soy anti-pantallas; pero sí digo que la fijación en la pantalla como única vía de goce supone que no hay otras alternativas. Cuando a un niño le ofrecemos espacios de juego y, por ejemplo, lo llevamos a jugar con otros niños, o lo introducimos en otra tarea en la casa, el interés por la pantalla disminuye.
Con esto último quiero decir que el refugio del niño en la pantalla es un retorno en espejo de algo que nos pasa a los adultos. El niño que mira la pantalla es el niño que ya no molesta, que no nos habla, que no dice que se aburre, que nos deja hacer otra cosa, etc., entonces, ¿de verdad estamos dispuestos a sacarle la pantalla cuando antes fuimos nosotros quienes seguramente se la ofrecimos para liberarnos un poco de su demanda?
Volvamos a nuestro tema. Castigar a un niño es en vano, sobre todo si este aún no tiene la capacidad para entender el castigo y lo vive solamente como una privación. Por otro lado, ¿qué asegura que la acción privativa lleve a una reflexión sobre las causas de una situación indeseada? La mayoría de las veces, al niño le alcanza con pedir perdón, prometer que no lo volverá a hacer, pero sin conciencia ética, es decir, solamente como un modo de anulación del suceso.
Aquí la edad importa, porque lo que tenemos que preguntarnos es a partir de qué edad un niño está en condiciones de situarse como agente responsable de una acción. Lo cierto es que el castigo, por sí mismo, no lo ayuda en este proceso de crecimiento. "Así va a aprender", dicen algunos adultos, pero por esta vía no hacen más que instalar el miedo como forma de intercambio y el temor no tiene ningún efecto didáctico.
Por otro lado, también pensemos que –si el objetivo es que un niño reflexione– es preciso que no se sienta culpable de más. Muchas veces, el efecto de un castigo es una mayor culpabilización; es decir, no sirve como instancia de reparación, sino que instala una idea de maldad, como le ocurre a aquellos niños que directamente dicen "Pasa que yo pego" –sin saber bien qué hacer con eso– o más directamente "Yo soy malo".
En este punto, el riesgo es que un niño que se sienta malo o culpabilizado de más, se va a comportar de acuerdo con lo que piensa que se espera él y aquí comienza lo que se llama un circuito de profecía autocumplida. Por lo tanto, mejor cambiar de punto de vista y ofrecer otra orientación para resolver este tipo de situaciones.
En particular, por mi parte pienso que cuando un niño no puede aún comprender el sentido de sus acciones –desde un punto de vista moral–, lo mejor es plantearle una situación concreta, no punitiva, que sirva como instancia de reparación. Por ejemplo, si hubo algún incidente en el colegio, proponerle que esa tarde la dediquen a ordenar la habitación o plantearle que ayude a poner y levantar la mesa. Se me dirá que estas son acciones que lo niños deberían hacer por sí mismos, no en el marco de una reparación. Y yo diré que son muy pocos los que las hacen, así que es una buena ocasión para que se las incorpore, o bien –si estas las realizan– proponer otras.
Lo central de esta propuesta es correrse de la perspectiva privativa y plantear una acción concreta, algo que el niño pueda hacer cuando todavía no está en condiciones de una deliberación interior acerca de lo realizado. El modo en que un niño se convierte en sujeto ético toma tiempo y lo cierto es que hoy les toma un poco más, lo que lleva a que los castigos muchas veces se impongan cuando no hay quien pueda entender su sentido. En estas líneas, querida Matilde, comparto con vos una reflexión que espero te sea útil en tu vida cotidiana.
(*) Para comunicarse con el autor: lutereau.unr@hotmail.com