Por Gustavo José Vittori
Por Gustavo José Vittori
Los tres evadidos de la cárcel de Gral. Alvear fueron recapturados vivos. Era lo que querían la sociedad y los gobiernos, tanto el de la provincia de Buenos Aires -que había quedado desairado a pocos días de asumir- como el de la Nación, porque María Eugenia Vidal es un retoño político de Mauricio Macri, y sus destinos están anudados. Pero en vez de la alegría que el asesor ecuatoriano Jaime Durán Barba inoculó como valor político-emocional en el discurso del PRO, hay bronca. Tanta, que perfora el logro objetivo de las detenciones incruentas, para derramarse como un ácido sobre la opinión pública. Lo insólito, en un país que no logra ser normal aunque se lo proponga, es haber convertido un éxito en un fracaso por disonantes sobreactuaciones y cuestiones de cartel. Lo peor es que cuando las cosas parecían aplacarse, y tanto la ministra de Seguridad de la Nación, Patricia Bullrich, como el gobernador de Santa Fe, Miguel Lifschitz, le habían bajado el tono a la discusión, y confluido en el propósito superador de trabajar coordinados en el futuro, la mecha de la discordia volvió a encenderse. Nuevos y agresivos comentarios del frustrado ministro de Seguridad bonaerense, Cristian Ritondo, la figura más golpeada por la minicrisis de la fuga, provocaron réplicas de su par santafesino Maximiliano Pullaro. La temperatura empezó a subir de nuevo, con imputaciones graves hacia la policía de Santa Fe, la cenicienta del relato, la actora de reparto que se llevó los laureles del rol protagónico. Era demasiado. Ese “triunfo” obtenido en el plano simbólico por la que hasta ayer fuera una convidada de piedra, activó mecanismos más relacionados con los sentimientos de egos heridos que con los resortes de la política bien entendida. Por si algo faltara, hizo su aparición en escena Elisa Carrió, una brillante intelectual que está siendo devorada por su personaje mediático, por su condición de estrella política televisiva, obligada, en tal condición, a producir actuaciones memorables. Esta vez se fue de pista. En el programa “A dos voces” que prometía explosivas declaraciones de Carrió sobre el caso que nos ocupa, la diva apareció en la pantalla. Pero en vez de la prometida revelación “bomba” sobre una presunta y deleznable maniobra de policías santafesinos, que habrían capturado y escondido a los prófugos durante el fin de semana para hacerlos aparecer “oficialmente” el lunes por la mañana, sólo hubo una pobre presunción basada en un mensaje de un militante de la Coalición Cívica en la Costa. Así, la bomba se pinchó como una pompa de jabón. Teatral, como sólo ella es capaz de serlo, la mujer que habitualmente tiene buena información sobre los asuntos más tenebrosos de la política argentina, quedó empantanada como la camioneta Toyota de los prófugos en campos saturados de agua de la Costa santafesina. En su incursión televisiva, y luego de un largo silencio político, Carrió dejó en el aire una doble acusación: contra los policías, que en su versión pasaban de héroes a villanos; y contra el gobierno socialista de Santa Fe, al que de modo difuso endilgaba una supuesta intención de dañar políticamente al gobierno nacional de Macri. ¿Por qué actuó Carrió de esta forma? Quizá parte de la respuesta la haya dado ella esa misma noche, cuando a la manera de un hada madrina defendió el gobierno de Macri y mostró preocupación por acciones de desgaste provenientes de la oposición. Pero según todo indica, erró el blanco. Hay cosas que decir al respecto. Es verdad que se activó una agresiva estrategia del kirchnerismo para “resistir” a un gobierno que, más cerca de la teología que de la política, identifican con el “mal”; también, que el variopinto universo de la corrupción está encendido por la declaración de guerra del gobierno. Es asimismo cierto que el socialismo arrastra lejanos desamores con Carrió y que algunos dirigentes de ese partido dijeron durante las campañas del pasado año electoral que para ellos Macri era un límite político y moral. Pero en términos genéricos, los enemigos de Cambiemos no están en Santa Fe. Apuntar aquí es gastar energía y crear innecesario estrés político. Además, implica ofender gratuitamente a los santafesinos por lo que hicieron de bueno. Policías locales persiguieron ese sábado a los prófugos a través de los barros espesos y las aguas pútridas de campos de arroz. También sabemos que, una vez detenidos, los delincuentes, que parecían linyeras, les dijeron a sus perseguidores que varias veces les habían pasado cerca, y que los habían evadido hundiéndose en el agua entre la vegetación y dejando fuera sólo sus narices para respirar. Ésa parece ser la verdad. Hasta que fueron apresados en un molino de Cayastá, dentro de la cuadrícula Nº 1 del rastrillaje previsto para el día lunes. Paradójicamente, esa acción también atrapó en la telaraña de los intereses políticos a las autoridades de la Nación, y de las provincias de Buenos Aires y Santa Fe. Por su lado, ni lerdas ni perezosas, las autoridades comunales crearon el eslogan “Cayastá, un pueblo que te atrapa”. Y a juzgar por los hechos, tienen razón.