I
I
Mi absoluta satisfacción porque el rostro de Cecilia Grierson esté en un billete argentino. Se trata de una persona que como mujer, como profesional y como defensora de las causas justas de la humanidad, siempre estuvo a la altura de las circunstancias. Lo que expreso, lo piensan todos, porque esta gran mujer pertenece al linaje de quienes supieron compatibilizar la virtud con la inteligencia, el honor con la lucidez, la sensibilidad con la inspiración creadora. Una buena compañía de ella podrían haber sido Bernardo Houssay, César Milstein o Luis Federico Leloir, científicos indiscutidos en el mundo por sus saberes y calidad humana. Pues bien, la propuesta del gobierno peronista es la de Ramón Carrillo, el sanitarista, neurobiólogo y neurocirujano nacido en 1906 en la localidad santiagueña de Añatuya y que se desempeñó como Ministro de Salud del gobierno de Perón entre en los años 1946 y 1954.
II
No me preocupa que el rostro de Ramón Carrillo esté en un billete, si es que ese billete alguna vez se emite. Me preocupa, en primer lugar, la pérdida de valor de ese billete en la actual Argentina peronista, que exhibe uno de los índices inflacionarios más altos del mundo. Pero como mi afición a la historia "me puede", me interrogo acerca de la biografía profesional y política de Carrillo, en tanto desde ciertos sectores de la comunidad judía y corrientes críticas al peronismo, se dice que se trataría de un nazi que contó con la colaboración de nazis. ¿Es así? No estoy del todo convencido. Por lo menos no sería tan contundente en afirmarlo. Carrillo pertenece a esa generación de nacionalistas católicos que en el contexto de los años treinta consideraron que por razones culturales e ideológicas, Hitler y Mussolini podían ser una alternativa al liberalismo anglosajón y al comunismo ruso. Muchos intelectuales, políticos, e incluso artistas lo fueron, pero lo fueron en un tiempo en donde aún no se sabía de los horrores de los campos de concentración, los guetos, los campos de exterminio, las masacres masivas,… del Holocausto en definitiva.
III
En sus años de formación profesional e ideológica, Carrillo fue nacionalista, católico y anticomunista. Tranquilo, pacífico, nunca fue un matón o un cruzado, pero fue lo que fue. Hasta 1943, él y sus compañeros apostaron a la victoria del Eje. Y seguramente se lamentaron por su derrota. Hoy los peronistas pretenden disculpar o desconocer ese costado de su personalidad, diciendo que en esa época era "normal" pensar en esos términos. Por ese camino de la "normalidad" podemos disculpar a Hitler, a Goebbels, a Himmler y a ese otro arquetipo de la "normalidad" que se llamó Eichmann. Ellos también suponían que pensar en la supremacía de raza superior, o en los beneficios del estado totalitario, o en el exterminio de los judíos, era "normal". ¿Carrillo pertenecía a esa "normalidad?" No me consta. Su biografía, la de uno de los hombres más respetados como sanitarista en nuestra historia, demuestra que en un funcionario se debe distinguir su ideología de la traducción de sus ideas al campo de la política. Por último, la identidad ideológica de Carrillo, entre tantos, confirma, por si importa saber, que el peronismo en 1945 fue la estrategia política y cultural del fascismo en estos pagos. Un fascismo que paradójicamente se consolida en el marco de la derrota del fascismo en el mundo; un fascismo posible, como se dijo alguna vez. El debate alrededor de estos temas no se ha cerrado y seguramente no se cerrará nunca. El peronismo nació comprometido con el fascismo y se fue configurando históricamente con otros tonos, pero en su cultura política, en su suerte de ADN, la cultura fascista está siempre latente.
IV
Ramón Carrillo. Hay un amplio consenso en admitir que su gestión como ministro fue buena y muy buena. Estoy dispuesto a compartir esta opinión. Los resultados no dejan lugar a dudas. Y a esta altura del partido sabemos que a los funcionarios se los juzga por los resultados. A diferencia de los nazis, su gestión aseguró la vida y no alentó la muerte. No fue Mengele. Tampoco Ivanissevich, el otro ministro estrella del peronismo de los cincuenta y del peronismo de los setenta. Para matones, cachiporreros y pregoneros de las virtudes del nazifascismo estaban personajes como Juan Queraltó, Patricio Kelly y sus despreciables renacuajos de la Alianza Libertadora Nacionalista. No tengo conocimientos de que alguna vez Carrillo haya transitado por esas cloacas. Es más, creo que Carrillo es uno de los pocos funcionarios que el peronismo puede exhibir sin sonrojarse, o por lo menos sin sentirse incómodo. Fue apoyado por Evita, pero su concepto de gestión estatal no era el de Evita, y sus disidencias con esa maquinaria ilegal de saqueo de recursos del Estado y del bolsillo de los ciudadanos que fue la Fundación Evita, fueron evidentes aunque discretas. Durante ocho años Perón lo respaldó, pero a la hora de decidir una política de obras sociales apoyó a los sindicatos y a él lo dejó pedaleando en el aire. Hasta el día de hoy debemos soportar que la mafia sindical maneje los recursos de las obras sociales, suspendidas durante unos años, pero reintegradas a los sindicatos por la dictadura militar de Onganía. Carrillo fue un funcionario estatal ejemplar. A quienes hoy lo respaldan con tanto entusiasmo, habría que recordarles que no apoyó ni alentó a ladrones y saqueadores. Y cuando se retiró lo hizo con las manos limpias y las uñas cortas. Es verdad que en su ministerio trabajaron nazis como Carl Vaernet, que pregonaba las virtudes de un proyecto "científico" que permitiera "curar" a los homosexuales. Vaernet no fue el úncio nazi que se desempeñó en el Ministerio de Salud, porque ya se sabe que la Argentina peronista fue la "tierra prometida" de los criminales de guerra. No sé si Carrillo los recibió con alegría o se resignó a su presencia en un gobierno cuyas simpatías con los nazis nunca se disimularon, pero lo que sé es que también algunos destacados científicos judíos trabajaron con él, como fue el caso de Salomón Chichilnisky. Alguien dirá que Carrillo, como todo antisemita, se jactaría de contar con un amigo judío. No fue así. Profesionales como Jorge Cohen, Fernando Knesevich y Jacobo Zimman se encuentran entre sus amistades, como también se sabe que en 1954 el Ministro de Salud de Israel le reconoció los méritos de su gestión. Carrillo no abusó del poder, todo lo contrario, se valió de él para crear centros sanitarios, combatir el paludismo, organizar instituciones que hicieran más eficientes los servicios de salud a los más necesitados. Por supuesto, no se enriqueció en el poder, no me lo imagino revoleando bolsos con millones de dólares en las puertas de algún convento o habilitando vacunatorios VIP, o haciendo negociados con las compras de vacunas o depositando millones de dólares en la cuenta bancaria de alguno de sus hijos. Fue otra cosa. Fue, en primer lugar, un hombre decente. Y murió en el extranjero en 1956, pobre y perseguido por los golpistas de 1955. Se dirá que en la Argentina hay muchos problemas como para discutir qué rostros van en los billetes. Puede ser, pero no hay que olvidar que una nación es una creación simbólica y uno de sus símbolos distintivos es el billete. Y si bien una cara u otra no es el tema más importante del país, la elección de los símbolos no nos puede resultar indiferente. En lo personal, me alegra la elección de Cecilia Grierson y no tengo objeciones a la presencia de Ramón Carrillo.