I
I
Apostaría doble contra sencillo que el gobernador Jorge Capitanich no dio la orden de asesinar a Cecilia Strzyzowski; la misma apuesta que hice a favor de Ramoncito Saadi y de la señora Nina y su marido, el benemérito caudillo peronista Carlos Juárez, cuando algunos lo acusaban de ser partícipes del asesinato de Soledad Morales en Catamarca o del el horrendo crimen de la Dársena en Santiago del Estero. Una licencia literaria en homenaje a Shakespeare cuya obra gira de manera decisiva alrededor de las relaciones entre crimen y política: "Los reyes no ordenan asesinatos; los reyes solo los permiten, pero no quieren conocer los detalles y mucho menos pagar las consecuencias". Cambien la palabra "rey" por "gobernador" o "presidenta" y empezamos a entender cómo opera el poder populista criollo desde el asesinato de Soledad Morales en Catamarca, pasando por el magnicidio de Alberto Nisman en Puerto Madero, continuando con los crímenes de Leyla y Patricia en Santiago del Estero, hasta la muerte de Cecilia en el Chaco. Shakespeare acude una vez más en nuestra ayuda. Sus tragedias ocurren en un contexto político al que califica de "mecanismo", un sistema que inevitablemente en algún momento reclama del crimen para realizarse, un sistema que incluye una subjetividad criminal, trágica o corrupta. Cualquier duda leer o releer "Ricardo III", "Hamlet", "Macbeth" o "El rey Lear". Los tiempos cambian, pero las pulsiones del poder parecen mantenerse intactas. Los argentinos podemos constatarlo periódicamente.
II
Todos los crímenes mencionados poseen como constante la relación, a veces visible, a veces invisible, con el poder en su versión más amplia y sistémica. El asesinato de Nisman tuvo objetivos políticos evidentes, pero las muertes en Catamarca, Santiago del Estero o el Chaco, la relación con la política está mediada por pulsiones criminales. Para Saadi, como para los Juárez, esas muertes fueron una catástrofe para su poder político. Guillermo Luque o Musa Azar o los Sena, no mataron para favorecer una estrategia política, mataron porque les gustaba hacerlo, pero en todos los casos con la tranquilidad de conciencia de que podían hacerlo, de que serían protegidos, de que no debían responder de las consecuencias de sus actos porque, después de todo, el poder se ejerce no solo para controlar el poder público, dirigir a las masas, decidir sobre la vida cotidiana de la gente, ganarse un lugar en la galería de la historia, sino también para permitirse algunas satisfacciones personales, si son lujuriosas, mucho mejor. Mansiones, autos de alta gama, mujeres hermosas, turismo de cinco estrellas, pero también darse el gusto de violar, matar, abusar, porque el poder en su versión más primitiva o absoluta significa desconocer límites; límites institucionales, humanos e incluso religiosos. La singularidad de Shakespeare consiste precisamente en traducir desde su genio literario los rasgos objetivos y subjetivos del poder. Para el autor de "Otelo", el poder no es una abstracción, es en primer lugar una realidad palpable, visible, una realidad que incluye pasiones, intereses y personajes reales de carne y hueso. Traducido a nuestros pagos, no estoy hablando de generalidades, hablo de los asesinatos de personas con nombre y apellido, crímenes cometidos por personas con nombre y apellido e identidad política pública, porque, importa decirlo, por lo menos sugerirlo, los ejemplos mencionados en todos los casos se presentan con los atuendos, los encajes y afeites del peronismo. Peronistas fueron Saadi y los Luque; peronistas fueron Juárez, la Nina y ese personaje sanguinario que fue Musa Azar; peronista es Capitanich y el clan de los Sena. ¿Casualidad o causalidad? No lo sé, y por el momento tampoco me importa saberlo. Los hechos son elocuentes, el "mecanismo" funciona con rutinaria previsibilidad. El poder absoluto y el crimen siempre en algún momento se dan la mano, se confunden en una exclusiva unidad. Esa relación se denomina "tragedia". Por lo menos, para Shakespeare no hay dudas al respecto. La respuesta del peronismo oficial es previsible: "Intentan politizar un femicidio", dice la titular del Ministerio de la Mujer, la misma que hace una semana no vaciló en postular que "la menstruación es un acto político". A Shakespeare no es el humor lo que lo distingue, pero para la señora ministra Ayelen Mazzina el humor, si en el caso que nos ocupa no fuera un recurso canalla, es exquisito.
III
Por supuesto, el poder cobra sus honorarios. En algunos casos los responsables pagan con la libertad o la vida, pero también con pertenencias más íntimas. Menem lo pagó con su propio hijo, asesinado por enemigos misteriosos o víctima de su propia irresponsabilidad, pero en todos los casos la muerte fue su destino, su límite. Felipe Sapag lo pagó con la muerte de dos de sus hijos, asesinados por la dictadura militar, aunque indagando en los detalles no es arbitrario suponer que en ambos casos se trató de una suerte de suicidio cuyas causas nunca se podrán saber, pero en todos los casos están relacionadas con la intimidad, la penumbra y la suciedad cotidiana que suele acompañar de una dinastía política. Gildo Insfrán gana elecciones en Formosa, acumula poder, riqueza y honores, se comporta como un capanga o un cacique, pero todos esos ornamentos, privilegios y potestades no le impidieron asistir al suicidio de su único hijo varón; suicidio extraño para algunos observadores, que aseguran que Gildo Miguel Juniors era un adolescente agradable, honrado, alegre. Virtudes que para Shakespeare o Maquiavelo habilitarían una resolución trágica, porque se hace muy difícil conciliar la bondad del corazón con la lógica despiadada de poder de un padre o una madre. Para saber algo más del suicidio de Gildo Miguel, habría que indagar en su familia y en la singular voracidad del "mecanismo" formoseño. Stalin dispuso del poder absoluto en Rusia. Mató a camaradas que osaron discutirlo, ordenó aniquilaciones colectivas, fusiló, torturó y martirizó a amigos y enemigos, y en más de un caso por capricho, pero en el camino se suicidó su esposa, una hija se exilió en Estados Unidos y se dedicó a hablar hasta el último día pestes de su padre, y mientras tanto, un hijo también optó por el suicidio.
IV
En la provincia del Chaco las relaciones de poder entre el gobernador Jorge Capitanich y los Sena eran públicas y visibles, "carnales", diría un menemista conocido. Tan carnales que Jorge fue padrino de casamiento de Emereciano Sena y Marcela Acuña. Nada nuevo bajo el sol populista. Los Sena no hacían nada diferente a lo que Milagros Salas hizo en Jujuy y a lo que los barones del Conurbano practican todos los meses: clientelismo y demagogia con recursos públicos, es decir, con la plata de los contribuyentes. Nobleza obliga, cuando Capitanich tomó noticias del escándalo, lo primero que hizo fue tomar distancia de sus amigos, bajarlos, por ejemplo, de las candidaturas de su lista. Una vez más, nada nuevo bajo el sol populista. Ramón Saadi no vaciló en soltarle la mano a los Luque, como Menem tampoco vaciló en soltarle la mano a los Saadi. Como la mafia, o como todo dispositivo siniestro de poder, las promesas de amistad y honor se traicionan ante el primer inconveniente. En el ambiente, el beso entre hombres, al que son tan aficionados los populistas y los mafiosos, nunca se sabe con certeza si es una muestra de afecto o una sentencia de muerte. A decir verdad, y a modo de conclusión, si las relaciones de los crímenes populistas en la Argentina no se ajustan a las tragedias de Shakespeare, aconsejaría en otro nivel a algunos autores de la novela negra o al propio Mario Puzo, el autor de "El padrino", escenas donde los personajes no son reyes, príncipes o duques, sino rufianes, proxenetas, fulleros y toda la fauna infame que constituye el alma de nuestro populismo criollo.