Jueves 5.9.2024
/Última actualización 21:53
La frase es de una canción de Héctor "Pichi" De Benedictis, hombre de la música, de las artes plásticas y de la propuesta cultural alternativa de Rosario. Fue funcionario y salió ileso. Es creativo, sigue vivo y en lo suyo: creando. Es el que nunca mencionan en "La Trova Rosarina", pero allí está. Su canción tiene muchas versiones en el mundo, es una de las cuarenta canciones contra eso tan específico: la censura. Wikipedia dice: "En 2009, el Museo de la Memoria y los Derechos Humanos de Chile incluyó su canción 'La censura no existe' entre las 40 canciones emblemáticas del periodo de lucha contra la dictadura militar chilena (1973-1990)". Aconsejo buscar versión de Juan Carlos Baglietto.
Abundemos en el asunto, el triunfo del obligado silencio cuando se necesita el ruido, el sonido, la palabra, por eso es tan grave esta cuestión: la censura. Es una forma de matar el presente y, por tanto, impedir el porvenir; al menos torcerlo. La censura es una forma presurosa del asesinato. Luis Eduardo Aute, en un viejo vinilo ("24 Canciones Breves"), sostiene que "la poesía es palabra que debe alumbrar, que debe alumbrar". De iluminar se trata. Por ahí va el arroyito hacia el mar.
La luz está en oposición a la oscuridad. La censura es oscuridad. Todo intento, desde el llano, de oponerse a una palabra es controversia, discusión, debate, pelea en igualdad de condiciones. El mismo intento de oponerse a una palabra, pero desde una posición de poder, que es parecido a posición de impunidad, es censura y, en todos los casos, injusticia y peligro de vida. Blas de Otero refiere al asunto de un modo muy rotundo: "Si he perdido la vida, el tiempo, todo lo que tiré, como un anillo, al agua, si he perdido la voz en la maleza, me queda la palabra".
Cuando, durante la fiesta K en Argentina, se trataba el tema de "prohibidos y censurados" la realidad, no la memoria, la historia con nombres y fechas puso las cosas muy duras: programas y programaciones enteras de radio y televisión… y medios gráficos, más afiches callejeros, contra periodistas que, ciertos o equivocados en sus dichos y opiniones, ejercían lo más preciado: la libertad. Repitamos a Blas de Otero: "Me queda la palabra".
Mantengo una contradicción que fastidia como piedra en el zapato: no todos los censurados eran/son amigos, conocidos, estimados o semejantes sus dichos a los propios sino que, en muchos casos, no estuve/estoy de acuerdo en aquello que opinan. Algunos de ellos me resultan francamente reprochables. Sonreír y dejar que cada quien respire su aire es lo aprendido, lo que se debe cuidar. Allí se asienta la única defensa imbatible.
La tierra de nadie
Con el tema de las redes, su legislación ausente o poco clara y cómo pararse frente a la censura, tuve una situación temprana -en esos medios nuevos- que dejó sus enseñanzas. Fue al comienzo del siglo XXI. Unas palabras en un texto, presentado en una página del inconmensurable espacio, sin soporte papel o editorial responsable, molestó al punto del enojo y de la ofensa (supuestas ofensas que llevó a tribunales), a una importante figura de la administración nacional. Llegó la carta documento, la citación. Ratifique o rectifique.
No trabajaba en Rosario en aquel año, fue necesario viajar hasta su escritorio en la ciudad, para consultar a un importantísimo titular de un más que importante estudio jurídico que, casi textualmente, me dijo: "Lo que escribiste es una tontería que no dice nada malo, pero este tipo es muy importante, tanto como para que su enojo nos lleve a litigar, por una tontería, en Buenos Aires, porque fijó domicilio en su puesto de trabajo y eso lo vuelve más jodido al tipo este. Vení, dejame escribir un descargo, se lo enviamos y si sigue jodiendo entonces sí, lo agarramos en serio y veo en quien delego el tema, porque yo no voy a litigar en tribunales federales por tamaña estupidez" (no dijo "estupidez", usó un vocablo más rotundo).
Luego me miró y me preguntó: ¿Tenés ganas de seguirla… la seguimos, pero el poder está de su lado y el martirio del tuyo? ¿Querés laburar de mártir?" No pensé mucho, mala mía. Firmé y listo. Ya tranquilos en un bar, delante de un par de cafés, me dijo: "No hay legislación firme en este tema, es el poder y el miedo al poder lo que legisla, es un expediente el sitio de la pelea, es una larga carrera contra el tiempo". Tomó un sorbo y concluyó: "Cada expediente es una flecha que tiene el juez en su despacho, no la disparará a menos que necesite acertar y mientras tanto vos no dormís tranquilo y el otro sí. Allanate. De este modo él se siente feliz y sigue siendo lo que vos dijiste en el texto que lo hizo enojar a ese 'tonto' ... (en realidad, usó otra palabra)". Me pidió que pagara el café como todo honorario y volvió a su imponente despacho. Es un punto duro en mi memoria.
La solución es no callar
Llevo años pensando que debería haber actuado diferente. La soledad y la lejanía, la ridícula situación y el miedo que quien firmaba el escrito usase su poder -que era real- resolvieron el tema. Fui débil. Desde entonces vivo de "promesero". Quedé en deuda con los demás. Fue promesa que aún sostengo. Dije, y cumplo, que apoyaría a cada periodista que tuviese problemas por decir lo suyo. En lo personal no solo que desde allí hasta hoy no callé nada, sino que buena parte de mis años como profesional se han convertido en un trabajo de alerta por defender a quienes son amenazados de un modo incierto, solo por la soberbia de aquellos que, desde el poder, se sienten impunes.
Tal vez me exceda en desafiarlos. No hay más sobresaltos. "Cuando ya nada se espera personalmente exaltante" (Gabriel Celaya). Donde el asunto se complica es cuando una ley, un articulado mejorado y más avieso, intenta llevar al plano del delito la publicación de lo que es un redondeo: publicación de información pública… contradicción, que termina en una división: el miedo a publicar, más el juicio por hacerlo.
Vamos al fondo de la legua: no son los datos sobre los perros de Javier Milei, que acaso provoquen un descalabro jurídico solo por existir en un territorio nacional intocable (Quinta de Olivos), sino que por allí va la fisura y aparece la pregunta: ¿Qué cosa es privada de un hombre público? Ni sus perros, ni sus amantes, ni su lecho furtivo… caramba: ni siquiera sus malas costumbres. Y la médula: ¿Qué cosa se hace necesario callar de un hombre público? Después la cuestión entra ya en el paroxismo: ¿Qué cosa puede callar un hombre público? ¿Qué cosa puede exigir que callen, que los periodistas no cuenten ahora, ahora mismo? ¿Cómo es esto que se sugiere, que sería necesario dar todos los datos de filiación de quien pide una información… pública? ¿León… me estas jodiendo?
Sin miedo al león o al cangaçeiro
En Argentina estamos por ese camino. Mal camino. Es peligroso. Si es cierta la información sobre las propuestas de reformas que lleven al silencio de los datos públicos, a la censura más visible, Milei resultaría peligroso porque a él se le deberían imputar estos proyectos. Se votó Milei/Villarruel y el resto son funcionarios no elegidos por el pueblo. Intranquiliza que adhiera en redes a declaraciones difíciles de explicar o, directamente, responda, por esos medios, a declaraciones de colegas. Pero esa es su alegría… que disfrute.
Vale la aclaración: que responda con el insulto o la descalificación no es lo mismo. Tal vez sea rentable en adhesiones de quienes piensan de ese modo, pero ojo, no es lo mejor para los modos y las formas, los "folkways" de la democracia, el descenso a los infiernos del insulto y la descalificación. Lo más duro de asimilar: con tales ejercicios de lenguaje mantiene adhesiones. Suben los "likes", dicen los expertos. Asusta el asunto. ¿Lo votaron por eso? ¿Es ese el inconsciente colectivo que lo banca?
El más tremendo argumento de quienes creen interpretarlo es el siguiente: es que él se enfurece e insulta no por otra cosa que por este punto: "Faltan a la verdad". Caramba… ser dueño de la verdad es un altísimo punto del desequilibrio de quien se cree infalible. Creo en la falibilidad de las ciencias y de la investigación y afirmo: solo el dogma es infalible, por construcción.
No es Milei, sin embargo, el que más preocupaciones ha traído a comienzos de septiembre por la censura. En Brasil vuelven los "cangaçeiros". Desde el Supremo Tribunal Federal (STF, Corte Suprema de Justicia brasileña) se intenta frenar una plataforma entera. El viejo pajarito convertido en una letra "equis" no puede volar. Alguien es dueño del "sertao" y lo maneja como quiere. Otra vez estoy siendo el peón de la orquesta, el "violín obligado", vuelvo a estar en la inconmovible: es la libertad la única opción.
No me agrada el señor Elon Musk, ni sus desplantes ni su poder. Por su plataforma vuelan verdaderos pájaros de libertad y oscuros pajarracos de la locura. Pero todos deben volar, no es posible elegir solo los buenos o, como el juez Alexandre de Moraes (el primero del STF), un verdadero "cangaçeiro", impedir que vuelen todos porque algunos no me agradan. La canción de "Pichi" De Benedictis describe todo tan claramente: "La censura no existe, mi amor / La censura no existe mi… / La censura no existe… / La censura no… / La censura… / La… (Sol, Do)".