Martes 22.11.2022
/Última actualización 14:29
Los chicos de Santa Fe son la razón más poderosa para repensar la realidad, y actuar en consecuencia. Y mientras allá se gasta dinero inútilmente, en el circo más que en el pan, acá resuenan otra vez las voces que alertan sobre la falta de pediatras. Estas voces se rasgan en público las vestiduras y no dudan en levantar el dedo para señalar al otro, cuando tal vez les sería mejor mirarse antes en el espejo.
No es que falten pediatras, no. Faltan pediatras que quieran trabajar en las duras, ásperas condiciones que establece la autoridad, política o de gestión. Si hubiesen previsto esta situación, anunciada desde hace tiempo, y sobre todo si consideraran que hay que tratar a las personas con dignidad, me parece que otro gallo cantaría.
Dicen, no privados de cierta histriónica verborragia, que no hay suficientes profesionales para cubrir todas las vacantes de las guardias de pediatría, de hospital. Siendo que éste es uno de los trabajos más duros de la pediatría, pero sin duda imprescindible, me pregunto si la oferta que les ponen sobre la mesa es interesante, tentadora. O si, por contra, la autoridad pretende que el profesional candidato acepte aquello que por cierto no aceptaría quien lo propone. Si es así, cabe mirarse antes al espejo.
Dicen, también, que no se ocupan todas las vacantes de la residencia de pediatría, y esto resulta sospechoso porque, más allá de nuestros límites, la residencia de pediatría es una de las más buscadas. Hay que preguntarse por qué, y responder con sinceridad.
Se debe observar que el modelo de atención de pediatría de Santa Fe, en cuanto a lo ambulatorio, la puericultura, la prevención, etc., no es en absoluto el mejor, puesto que no consigue satisfacer la demanda.
No responde a la demanda porque está fraccionado en exceso y porque tiene marcadas desigualdades, y porque no incluye a todos los actores ni a todos los escenarios que, con la realidad en la mano, serían oportunos y necesarios, y están disponibles. Y si se pretenden soluciones más allá del discurso, hay que contar con todo, y con todos.
La autoridad debe recordar que el cargo que ocupa no implica la sabiduría para ejercerlo bien. Por lo tanto, lo primero es preguntar qué pasa y qué podemos hacer. Es sabio quien pregunta, y es necio quien tiene la respuesta preparada. Hay otros modelos de atención de pediatría, y no sería mala idea mirar cómo son, qué ventajas tienen, cómo se organizan, quién hace qué.
Mientras tanto, mientras unos piensan, los chicos son los que salen perdiendo. Sobre todo aquéllos que necesitan una pediatría accesible porque no tienen otra puerta a la cual llamar. Mientras nos vamos a jugar al fútbol como si no tuviéramos nada mejor que hacer, hay una infancia en Santa Fe que se queda esperando. Es una cuestión de dignidad, hacia los pediatras, presentes y futuros, y hacia los chicos. Ellos son una razón poderosa, un motor suficiente, el mejor argumento para repensar la realidad.
Los chicos de Catar
Todos sabemos que no es bueno casarse entre primos. Es arriesgado, por el peligro genético de una descendencia defectuosa. Pero en Catar, esto es habitual, tanto los casamientos entre primos como la descendencia defectuosa. Los chicos de Santa Fe no son entonces como los cataríes, porque tienen menos dinero pero mejor sangre.
Según un informe médico internacional (*), más de la mitad de los casamientos en Catar se formalizan entre primos, en general primos hermanos. En la mayoría de casos, los padres de la novia también son primos entre sí, tanto como lo son los padres del novio. La endogamia pasa así de generación en generación, y arrastra consigo la perspectiva, cada vez más probable, de genes defectuosos que se manifiesten en los hijos.
El citado informe dice que las parejas entre primos tienen más hijos que las parejas cuyos miembros no son parientes entre sí. Supongo que esto puede deberse a que, en los matrimonios entre primos, ella se casa (o, mejor dicho, la casan) con, por ejemplo, 15 años. Es decir, tienen más hijos porque empiezan antes.
Pero no se trata de cantidad sino de calidad. El dicho informe alerta de que el número de hijos con retraso mental o epilepsia es significativamente más alto en las parejas de primos que en las parejas que no son parientes entre sí.
Catar es así un ejemplo de aquello que no hay que hacer, en materia de casamientos o, mejor dicho, de política matrimonial. También es un ejemplo de lo que no hay que hacer en otros aspectos. Allí, la flagelación y la lapidación son castigos legales, y también lo es la pena de muerte.
En Catar, pese a ser un país rico gracias al petróleo, tres hombres y cuatro mujeres de cada cien son analfabetos. Y en las pruebas PISA de matemáticas y lectura, los jóvenes cataríes de 15 y 16 años quedaron en pésimo lugar, en 2012, al mismo nivel que Colombia, por ejemplo.
Siendo así, se entiende la voluntad de esconder las vergüenzas y hacer cosas de alto impacto para mejorar la imagen. Pero quien acepta esta estrategia, a cambio de seguir alimentándose del pan y del circo, con su silencio se hace cómplice de las vergüenzas que se pretenden esconder.
Las parejas formadas por dos miembros de una misma familia son llamadas consanguíneas porque ambos miembros son de una misma sangre. Son una tradición muy antigua en diversas culturas pero, por suerte, van disminuyendo en todo el mundo gracias a la globalización del conocimiento. En Catar, sin embargo, los matrimonios entre primos van en aumento.
Los matrimonios consanguíneos, en general forzados, suelen tener en común que ella, mucho más que él, es joven, muy joven, a veces poco más que una niña. Él, en cambio, tanto puede ser un adolescente como un señor maduro. Si ella aún está en la escuela cuando los padres toman la decisión de casarla, ella deja la escuela para dedicarse por completo a su marido, a sus hijos y, en ciertos países, a sus suegros. Las consecuencias son fáciles de imaginar.
Pese a que Catar tiene más hijos con defectos, sus estructuras escolares no guardan proporción con la riqueza del país, y resultan insuficientes para atender las necesidades, sobre todo preescolares, de los chicos de Catar.
Esto último hace pensar que la escuela, para un país o para una cultura, no es una cuestión de dinero. Sino de dignidad. Allá donde se desprecian los derechos humanos, allá donde no hay democracia ni sistema judicial independiente, allá donde la explotación laboral llega hasta la esclavitud, se comprende entonces que allá también haya un desprecio por el sistema educativo.
Siendo que Catar es lo que ya sabemos que es, y siendo que organizar grandes eventos deportivos es una estrategia conocida para mejorar la imagen del país y esconder así las vergüenzas, no entiendo por qué Argentina gasta tanto dinero en ir allá a jugar al fútbol si ese dinero sería mucho más útil en el presupuesto escolar, o en la guardia de pediatría. Pero esto del pan y circo no es nuevo.
(*) Referencias: «Consanguineous unions and child health in the state of Qatar», «Modern traditionalism: Consanguineous marriage in Qatar», y «Early childhood development in Qatar: Status and opportunities for the future», los tres gratis en Internet.
Siendo que Catar es lo que ya sabemos que es, y siendo que organizar grandes eventos deportivos es una estrategia conocida para mejorar la imagen del país y esconder así las vergüenzas, no entiendo por qué Argentina gasta tanto dinero en ir allá a jugar al fútbol si ese dinero sería mucho más útil en el presupuesto escolar, o en la guardia de pediatría. Pero esto del pan y circo no es nuevo.