En la categoría de Mejor Película Internacional, “Sin novedad en el frente” (“All quiet on the Western front”) batió a la candidata nacional, “Argentina, 1985”. Dicho de otra forma, la Primera Guerra Mundial y su baño de sangre se llevó puesta la recuperación democrática en nuestro país. Más allá de la potencia de la cinta dirigida por Edward Berger (gigantesca, como la guerra misma), también corta una racha de películas argentinas que se llevaron la estatuilla por abordar los turbulentos 70 y la última dictadura (“La historia oficial” y “El secreto de sus ojos”).
Ya era medio cliché: los argentinos íbamos con el “Proceso de Reorganización Nacional”, los rumanos con Ceaușescu y los iraníes con la sharía (como “La separación”, de Asghar Farhadi, ganadora en 2012). Curiosamente, “El secreto de sus ojos” le había ganado en 2009 a “La cinta blanca” del austríaco Michael Haneke, un abordaje de las condiciones previas al surgimiento del nazismo. Ahora se dio vuelta la taba: la derrota humillante de Alemania en la Primera Guerra fue el germen de la Segunda, y eso rindió ante la Academia, en tiempos en que el mundo vuelve a estar sacudido por el tableteo de los fusiles y el bramido de los tanques. Los esfuerzos de los fiscales Strassera y Moreno Ocampo quedaron lejanos (en términos temáticos) frente a una actualidad que obliga a repensar el último siglo de humillaciones y ofensas entre potencias europeas.
Escalas
Fuera de eso, “Sin novedad en el frente” es una superproducción de enorme porte, con un set de un kilómetro de ancho, de lo mejor del cine bélico del último tiempo en cuanto a diseño de producción, junto con “Dunkerque” y “1917”: uno puede sentir el olor de la guerra de trincheras, esa mezcla de sangre, sudor, excrementos, pólvora y miedo. Y empatizar con Paul Bäumer (interpretado por Felix Kammerer) en sus duras vivencias. Por ahí tiene algún cliché post “Rescatando al soldado Ryan” (el que dice “guarda que vienen” es el primero al que le vuelan la cabeza, y esas cosas), pero sigue siendo una propuesta renovadora.
Por su parte, “Argentina, 1985” es un filme de presupuesto medio, que resuelve con decisiones narrativas particulares (demasiado mainstream para algunos puristas) cómo contar un momento clave de la historia del país; un buen approach para quien nada conoce del tema, y una puerta de entrada para seguir averiguando (para el espectador internacional, y para los argentinos jóvenes u olvidadizos). Si le buscamos un perfil, podemos asociarla con “El juicio de los ocho de Chicago”, una buena pintura de época de la “primavera de los pueblos” en Estados Unidos. Santiago Mitre y Mariano Llinás se la jugaron por un filme abierto y accesible, y eso los trajo hasta aquí.
El resto de la categoría, sacando algún exotismo la completaba la pequeña pero entrañable “Close”, de Lukas Dhont, sobre la relación de dos adolescentes belgas en un mundo que los mira raro.
Balance
Si alguien quiere ver una guerra de plataformas, Netflix se impuso sobre Amazon Prime. Pero más allá de todo esto, “Argentina, 1985” ya ganó: a Mitre se le abrirán las puertas de Hollywood; el productor Axel Kuschevatzky se anotará otro poroto desde el Sur; algunos miembros del elenco también podrán abrirse mercados; y la cinematografía argentina podrá quizás recibir más recursos de las plataformas para nuevos proyectos. De Darín no decimos nada, porque ¿qué le falta por demostrar?