Jueves 13.6.2024
/Última actualización 22:07
El origen no fue la ciudad, quizás por eso no hallo las respuestas que necesito ni en las luces de las avenidas, ni en las esquinas oxidadas, ni en las plazas donde las palomas se reúnen para revolotear tras las migas que dejan los transeúntes. Los ruidos de los motores, la radio de fondo, el murmullo de la gente que va y viene por las aceras no logran mitigar esas voces que me invaden, no consiguen distraer mis pensamientos que se alargan, electrizan, rebotan contra las cavidades explorando definiciones, gestos, indicios de eso que tanto cuesta expresar. La última vez que lo vi, le pregunté que sentía por mí y noté la duda en su silencio.
- Querer es difícil, respondió finalmente.
Descubrí en sus ojos la profundidad del mar, sacudiéndose los crustáceos y los cristales del tiempo, el oleaje de su perplejidad confundiendo la espuma con antojos de luna, la marea divirtiéndose con sus límites de sal y de arena. Percibía que no quería lastimarme, pero las palabras rompen, atan y enredan los sentidos posibles. Más aun para nosotros, que no pudimos construir una historia juntos; que no tendremos nunca la oportunidad, porque cada uno eligió un camino diferente, un rumbo que solo se toca apenas. Sin embargo es importante saber.
Y yo, perdida en esa mirada que era magnetismo y vertiente, indagué el principio de ese disparate, de ese delirio del destino que nos hacía reír y llorar. ¿Cuál es la génesis del amor? ¿En qué segundo, por qué milagrosa reacción el alma tembló de esperanza? ¿Cómo se arraigó este sentimiento que tiene mucho de Dios, pero también un atisbo de lo absurdo y lo infame?
En una fracción mental, recorrí los itinerarios de la memoria, los juegos de la infancia, su ausencia durante los años de estudio en el extranjero, la alegría de los reencuentros, los primeros besos. También aquella vez que me confesó que había una mujer increíble en su vida, se había casado y ya tenía un hijo. Recordé mi dolor en lo que creí una despedida, las horas de tristeza, mi lenta recuperación hasta lograr formar una familia hermosa. Y cuando estaba convencida que ese vínculo había quedado enterrado en el pasado, volvió. Y regresó con diferentes excusas cada dos o tres años y ante esa felicidad tan cruda, tan feroz y fugaz, no pude, no quise, rechazarlo.
Aquella tarde, mi mano caprichosamente, se acercó a su rostro, tocó esa piel con tanta suavidad que él entornó los párpados y respiró lentamente. No quería revelarme el vademécum de sus reflexiones. Y yo lo comprendía. Siempre lo comprendo. Adiviné que estaba sopesando un argumento negativo, y marcharse rápido para no tener que afrontar mis lágrimas. Pero… ¿Cómo iba a explicar que el olvido no llegaba, que el deseo era una ronda interminable de hormigas que le comían la carne, que se negaba a sentir y sin embargo no podía desaparecer?
- Querer es fácil, musité.
Alcanza con abrir el corazón y dar lo que guardamos dentro. Lo complejo es aceptar esta dicha momentánea, la certeza de una existencia con otros amores y con esto, invisible, inevitable pinchando la garganta constantemente, sin saber si volveremos a cruzarnos…
Ahora estoy segura. El comienzo fue la soledad intentando ahogarse entre la muchedumbre, atorándose de sonidos estridentes, notando ese vacío que pica como sarna y solo se aplaca cuando te dejas de resistir a la ternura. Él también lo entendía. Tal vez por eso, sonrió con nostalgia iluminada y me abrazó.