Santa Fe es un símbolo nacional que fue construido por personas que tuvieron una visión de Estado, vinculada al diseño institucional del país y por eso la ciudad fue el centro donde se dieron los grandes debates constitucionales.
Santa Fe es un símbolo nacional que fue construido por personas que tuvieron una visión de Estado, vinculada al diseño institucional del país y por eso la ciudad fue el centro donde se dieron los grandes debates constitucionales.
Para lograr ese objetivo, estas personas tuvieron miradas muy por encima de las disputas cotidianas, y se lograron grandes consensos para aprobar reformas relevantes.
En este momento, también estamos viviendo grandes transformaciones y se necesitan grandes acuerdos, así como liderazgos basados en un nuevo idealismo.
Las ciudades y los países no podrán seguir haciendo lo mismo que hicieron durante cuatrocientos años, porque se volverán inhabitables. Ya no hay espacio para hacer una sola ciudad, surgen barrios cada vez más separados en islas que tiene poco contacto con el "centro", los vehículos van y vienen ocasionando grandes atascos de tránsito, hay accidentes, aumenta la contaminación, el agua escasea, los desechos no pueden ir a los ríos o a los basurales abiertos, el paisaje urbano se ha devaluado, la desigualdad entre sectores es cada vez más aguda y la inseguridad aumenta.
Estos problemas son los síntomas de una enfermedad derivada del tipo de crecimiento adoptado durante años, y no se solucionarán creciendo más por el mismo modo.
Para solucionar todo esto, es necesario cambiar el rumbo.
El mundo está asistiendo a una nueva economía, una nueva sociedad y una nueva política. El cambio climático, las nuevas tecnologías, las costumbres multiculturales, nos llevan por un camino muy distinto de lo que se hizo durante los últimos doscientos años.
Este nuevo escenario se dará también en el urbanismo.
Las ciudades fueron planificadas para las personas hasta el siglo XIX, con calles angostas, donde se podía caminar, encontrarse y conversar. En el siglo XX, las ciudades se modelaron en función del automóvil y no de las personas, por eso hay más avenidas y las personas se aíslan cada vez más, diluyéndose el contacto social.
No se pensó en las consecuencias de la acción colectiva. Un automóvil es muy útil para trasladarse de un sitio a otro de la ciudad, con grandes ventajas sobre el caminante o sobre el caballo, el carruaje, si lo que se analiza únicamente es la movilidad. Pero un millón de automóviles genera otro tipo de problemas: el tránsito se vuelve muy complicado porque hay congestión, y se va más rápido por otros medios; hay más accidentes y con ello más lesiones y pérdidas de vidas humanas; hay que hacer más controles de velocidad, de alcoholismo, con inversiones en materia de control de seguridad; hay seguros de responsabilidad civil, y juicios; hay que hacer más calles y más avenidas de circunvalación; hay más ruido; hay más contaminación. Al final de este ciclo de crecimiento y expansión, se vuelve al principio: hay que limitar la circulación dentro de las ciudades, y por eso se prohíbe la circulación a algunos vehículos según las patentes, o se cobran peajes caros.
Las ciudades históricas tenían una identidad y eran diferentes unas de otras, pero las actuales son similares, porque todas tienen los mismos negocios, marcas, shopping y la diferencia se diluye. Quienes viajan lo saben: van a conocer los sitios antiguos, pero no es necesario viajar para conocer los nuevos centros porque son muy parecidos al que se tiene muy cerca.
Además, las ciudades están fracturadas por la desigualdad, ya que no es la misma ciudad la que se ve en el centro histórico, la que se observa en las villas humildes o la que exhiben los barrios cerrados.
Las ciudades aumentan el consumo, pero también los desechos del consumo. Los líquidos cloacales han sido un problema histórico, porque ya no se pueden lanzar a los ríos sin tratamiento previo. Y los basurales abiertos son contaminantes.
La tecnología, al mismo tiempo que nos facilita la vida, produce desechos cada vez más abundantes, porque tienen una obsolescencia programada. Los celulares y las computadoras duran poco tiempo, pasan de moda rápidamente, y se tiran.
Pero todo está cambiando. Las energías renovables llevarán a construir nuevos vehículos, y el transporte en las ciudades será cada vez más público y masivo, en vez de una multiplicidad de automóviles ocupados por una o dos personas. Esto hará que se necesiten menos avenidas. El calor extremo está haciendo que las ciudades comiencen a armar corredores verdes que pueden bajar la temperatura algunos grados y con ello hacer que se usen menos aires acondicionados y por lo tanto menos gasto de energía que escasea.
También, el agua será un recurso escaso. Hasta el siglo XIX, las ciudades se ocupaban de regular el agua por razones de salud pública, construyendo canales para los desechos cloacales o para lograr que los ciudadanos tengan acceso al agua no contaminada. Pero el uso no tenía límites, porque se puede regar las veredas, llenar las piscinas, o dejar las canillas abiertas. En este siglo está cambiando el panorama: hay ciudades que regulan el uso del agua, y establecen la cantidad que se puede utilizar para bañarse, o la prohibición de llenar una piscina.
La generación anterior usaba el agua de modo gratuito y sin límites; nuestra generación empieza a pagar por el uso y con ciertas limitaciones, pero en el futuro se pagará muy caro y habrá restricciones.
Estas breves líneas sirven para llamar la atención sobre un problema central de la gobernabilidad actual.
No se puede seguir peleando ardorosamente alrededor de temas alejados de las necesidades humanas.
No se puede seguir apoyando la polarización sobre temas del pasado, cuando estamos perdiendo el futuro.
Es imprescindible un nuevo consenso alrededor de un nuevo idealismo de transformación social, económica y política.
Las ciudades y los países no podrán seguir haciendo lo mismo que hicieron durante cuatrocientos años, porque se volverán inhabitables.
Las ciudades fueron planificadas para las personas hasta el siglo XIX, con calles angostas, donde se podía caminar, encontrarse y conversar. En el siglo XX, las ciudades se modelaron en función del automóvil y no de las personas, por eso hay más avenidas y las personas se aíslan cada vez más, diluyéndose el contacto social.