El Concejo Deliberante de la ciudad de Santa Fe me designó "Ciudadano ilustre". Me honra la distinción, pero no se me escapa que no es una canonización y mucho menos una declaración de prócer. Sería injusto si subestimaría este reconocimiento, pero sería necio si lo sobreestimaría. Los concejales han considerado que merezco esta condición, pero a decir verdad, no estoy del todo seguro cuáles son las condiciones reales que se exigen para merecer algo. Tal vez la historia tenga la última palabra, pero no estoy del todo seguro que a la historia le importen estas menudencias, mucho menos después de que políticos demagogos suelen invocarla para eludir la justicia real y efectiva de un estado de derecho. Admito en voz baja que la condición de "ciudadano", como buen liberal republicano, me resulta agradable, porque da cuenta de un sujeto en condiciones de ejercer con lucidez sus derechos y muy en particular sus deberes. También admito con el mismo tono que la palabra "ilustre" me evoca aquella revolución cultural y política que cambió al mundo en nombre de la libertad y la lucidez, y se conoció con el nombre de "Ilustración". "Ciudadano ilustre". Agradecido.
Un amigo me decía que a estas honras te las brindan cuando ya sos una persona mayor, un viejo, hablando mal y pronto, alguien que para bien o para mal dispone de una historia. En mi caso, mis antecedentes a veces se confunden con un prontuario y algunas virtudes. Respecto de mis defectos, que no son pocos, ya habrá oportunidad de hablar, pero por el momento, y para no dejar a la intemperie a mis generosos auspiciantes, diré que soy maestro, hijo, nieto, hermano, primo y sobrino de maestros. Durante más de tres décadas dicté la cátedra de Historia en la Universidad Nacional del Litoral, cargo que gané en concursos por oposición y antecedentes y revalidé en tres ocasiones, siempre con jurados de otra ciudad y desconocidos. También ejercí la docencia en la Universidad Nacional de Entre Ríos durante diez años, hasta un incidente conocido con un señor de quien la última noticia que tuve de él es que la justicia lo había condenado a nueve años de prisión por acoso y abuso sexual. Carrasco, creo que era su apellido. "Por mis enemigos me conoceréis". En algún momento de mi vida publiqué tres libros de historia, libros que fueron honrados con los prólogos de Luis Alberto Romero, Natalio Botana y Horacio Sanguinetti. Dicté seminarios, organicé cursos y publiqué artículos en revistas académicas. Mi actividad docente la conecté con mi profesión de periodista. Como mis lectores saben, escribo en El Litoral desde 1990, y en la actualidad publico dos columnas semanales. En 2000 fundé la revista Hoy y Mañana, que estuvo en la calle durante cinco años, una revista que contó con la colaboración de valiosos periodistas y que hasta el día de hoy puede leerse porque la mayoría de sus artículos no han perdido actualidad. Desde hace ocho años soy colaborador mensual de Clarín y La Nación, y desde hace casi diez años integro el Club Político Argentino presidido por Graciela Fernández Meijide.
Periodista y docente. Con pretensiones de escritor, según lo verifican algunas novelas y relatos publicados por la UNL, Eudeba, Vergara y Palabrava. En todos los casos, me he preocupado en trabajar con las palabras y de ser posible crear belleza con ellas. Me he equivocado muchas veces, he dicho palabras de más y palabras de menos, pero nunca me equivoqué por plata o en nombre de algún sobre. Me he equivocado porque soy falible, pero también porque siempre he arriesgado opiniones y he dado la cara por ellas. Con colegas hemos debatido muchas veces acerca de la objetividad o la independencia del periodista. Yo siempre he creído no en un periodismo militante, pero sí comprometido. Cuando opino, valga la redundancia, es porque tengo opiniones y esas opiniones nacen de la disponibilidad de información, pero también de un saber que permite contextualizar los hechos, otorgarles un significado, una interpretación. Todas mis notas comprometen mi opinión. Hablo desde un lugar con mis ideas, mis experiencias y, si se quiere, con mis prejuicios. Esas "licencias" que me he tomado me han permitido recibir elogios, que siempre me parecieron algo exagerados, pero también insultos que calificaban más la calaña del insultador que a mi persona. Gajes del oficio. En todos los casos, mi pasión por escribir se mantiene intacta, como se mantiene intacto mi amor por esta ciudad a la que llegué hace más de medio siglo y a la que le he dado hijos y nietos, y a la que cada vez que me alejo la extraño como si fuera una novia.
"Ciudadano ilustre". Juro que la designación me tomó por sorpresa. Si alguna vez he pensado en algo parecido, la imagen no la de "ciudadano" sino la de "personaje". Mi amistad con Tito Mufarrege y el Gallego de Córdoba algo habilita mi pretensión. Dije que llegué a Santa Fe hace más de medio siglo. Entonces pretendía ser un personaje de Roberto Arlt, escribir alguna frase como Borges, un detective salido de las páginas de Raymond Chandler, un perseguidor que conversa una madrugada con Cortázar, pero ni por las tapas entonces me imaginaba que las vueltas de la vida me iban a asignar la condición de ciudadano ilustre. Tenía 18, 19, 20 años. Tiempos en que aspiraba a la revolución social, a la conspiración urbana, a conversaciones nocturnas en bares y cafetines, con vino y whisky barato, acerca de las probables peripecias de la revolución. Tiempos de dictaduras y militares. Hablábamos en improvisadas tribunas. Leíamos a Marx, Freud, Gramsci, Sartre y Borges; firmábamos manifiestos, improvisábamos excursiones nocturnas para pegar carteles y pintar paredes; salíamos a la calle a insultar milicos que nos retribuían con machetazos en el lomo. Más de una vez fui con mis tristes huesos a un calabozo, hasta que en 1976 los militares decidieron reconocer mis méritos y me otorgaron una beca de dos años en la Penitenciaria de Coronda. A principios de los años ochenta organizamos con otros amigos la Asamblea Permanente de los Derechos Humanos (APDH), en un tiempo en que tomar esas decisiones incluía arriesgar el cuero y por supuesto, no nos rentaban para defender libertades y garantías.
"Ciudadano ilustre". Palabras más palabras menos; pudores y excusas, lo cierto es que estoy satisfecho y, nobleza obliga, agradezco a los concejales y a las instituciones que avalaron esta designación. Sé que muchos amigos y amigas, muchos lectores y lectoras compartirán esta distinción. Tampoco ignoro que no son pocos los que se indignarán, estado de ánimo que deduzco a partir de las bellezas que escriben acerca de mi persona, mis antepasados y mis descendientes. Para ellos también mi congratulación, porque a la hora de la verdad ellos son mis lectores más leales, más fieles, más atentos, a los que más les conmueven mis notas. Sin ellos yo no sería nadie; a ellos les debo lo poco o lo mucho que soy; ellos mantienen vivo mi entusiasmo con la escritura; ellos me estimulan a seguir escribiendo y a persistir con mis ideas; ellos son los que más me entienden y los que más han hecho para que yo pueda disfrutar de este honor. A ellos, a cada uno de ellos mi reconocimiento, mi gratitud y este último acto de sinceramiento. Tienen razón, absoluta razón: detrás de mis palabras, detrás de mis frases, detrás de mis opiniones están, qué duda cabe, Hecor Magnetto, Mauricio Macri, Claudio Escribano, Horacio Rosatti, Patricia Bullrich, la embajada norteamericana, el Mossad y el Foreign Office. Para ellos también mi reconocimiento íntimo, cálido y eterno.