El Colegio Militar de la Nación es la cuna de los oficiales del Ejército Argentino. Días atrás celebró 154 años de vida, tras ver pasar por su mítico arco de entrada a miles de ciudadanos argentinos que se convirtieron en soldados. Otros tantos pasaron, en consecuencia, a la historia grande de nuestra Nación como héroes que ofrendaron sus vidas en cumplimiento de su deber. Quizá sea esa sinergia la que permita hoy, tanto tiempo y tanta diferencia después de su creación, ver en ese lugar una institución garante de los valores que forjaron los cimientos de nuestro país y que sirve de sostén y guía para los desafíos venideros.
“Orden, valor y gloria”. Tres términos que guardan la regla de oro que todo integrante de la mencionada casa de estudios debe cumplir para alcanzar los estándares necesarios que el Estado les requiere en su paso allí. Pero también serán la disciplina, la entrega y aquello anhelado, que esconde este icónico lema, la marca a fuego que llevarán durante toda su carrera militar. Hombres y mujeres se instruyen y forman al mismo tiempo como ciudadanos íntegros, para el desarrollo honesto y transparente de su vocación, y como militares profesionales, para ser efectivos en las tareas encomendadas.
En ese camino, serán infinitas las situaciones donde las exigencias dadas durante cuatro años por profesores, oficiales instructores y autoridades civiles y militares quedarán expuestas a través del accionar de los cadetes y oficiales del Ejército. Desde la pulcritud de su uniforme, hasta el orden de su espacio de trabajo. Desde la organización de las tareas y el camino para lograr distintos objetivos de día a día, hasta la planificación de una campaña sanitaria o humanitaria a lo largo y ancho de todo el territorio nacional. Desde una postura impoluta, parado en un transporte público, hasta la fortaleza física y emocional de conducir una sección de tanques dispuesta a todo para defender los intereses vitales de la Nación. Desde compartir el pan, espalda con espalda, en el frío terreno, hasta entregar un plato de comida caliente en aquellos lugares donde el Estado tiene dificultades para llegar a los más vulnerables. Desde el sudor, aplacado por la disciplina del orden cerrado, en extensas formaciones al rayo del sol, hasta el cara a cara con las llamas de feroces incendios en nuestros límites o países vecinos. Desde el espíritu de cuerpo en lo cotidiano de la sección o la subunidad, hasta el brazo tendido con el agua al cuello cuando otro argentino peligra en una inundación.
En cada ejemplo que podamos agregar a estas líneas, podremos ver la entrega, el coraje, la astucia y hasta la picardía de un integrante o egresado del Colegio Militar de la Nación. Un solar de razas, credos e historias de argentinos que llegan desde los 24 distritos de la República y que, a lo largo del desarrollo de su incipiente carrera, recorrerán diversas condiciones meteorológicas que desconocían y conocerán miles de historias de otros argentinos que llegan, igual que ellos, desde rincones de nuestro suelo. Del mismo modo tendrán esa simbiosis con aquellos extranjeros con los que operen en misiones de paz o contribuyendo al desarrollo científico nacional y mundial en la Antártida. Todo será bajo la guía de aquellos que llevan más tiempo vistiendo el uniforme camuflado y que ya son expertos en forjar su espíritu a favor de un bien supremo.
Juntos, cadetes, suboficiales y oficiales, podrán ser vistos levantando un puente o desfilando en una avenida, como muestra concreta de lo antes mencionado, pero también ejemplificarán tácitamente el calor de sus corazones cuando canten el Himno Nacional Argentino frente al Pabellón Nacional con una energía envidiable. Ni que hablar cuando juren ofrecer sus vidas por los colores celeste y blanco. Esas mismas personas son quienes acompañarán con hidalguía la silla de su pareja que toma asiento o que servirán agua primero al que está a su lado. Los mismos que serán inflexibles ante la injusticia, firmes en el caos y amenos ante las necesidades de sus compatriotas. En esos “pequeños” detalles, que hacen a la diferencia en la prestancia y desarrollo de los militares, también podemos observar la transmisión dada en el Colegio Militar de aquellas sanas costumbres y comportamientos que buscan contribuir a la armonía del entorno individual con proyección a la sociedad toda.
Como hace 154 años, el Colegio Militar de la Nación no solamente ofrece a sus cadetes las herramientas necesarias para actuar como lo querría el Padre de la Patria, sino que – en consecuencia – ofrece a la comunidad general un cuerpo de valientes que se constituirán en el brazo armado nacional para cuidar nuestros objetos de valor estratégico en el peor escenario de crisis posible, pero que – mientras tanto – estarán dispuestos a tender una mano a quienes lo necesiten. Por eso, ante un nuevo aniversario de vida, es importante recordarle a aquellos jóvenes que busquen una vida profesional de solidaridad, empatía, aventuras y entrega a su Patria que la respuesta puede estar en alguna de las compañías, en el escuadrón o en la batería que rodean al histórico Palomar de Caseros.