Nos escribe Patricia (42 años, Concepción): "Querido Luciano, te escribo porque tengo un problema con mis hijos. Son dos y el más grande vive peleándose con el más chico. Yo le digo que es más grande, pero no sé si son celos o qué, la cuestión es que vive comparándose y me pregunto si esto es normal, la verdad es que me da cosa que con el tiempo se vuelva un resentido".
Querida Patricia, muchas gracias por tu mensaje. Nos da la ocasión de seguir trabajando sobre los vínculos, esta vez la relación entre hermanos. No sé cuál es la edad de tus hijos, pero por tu correo supongo que el mayor de tus hijos debe haber sido "único" durante un buen tiempo. Desde ya que es comprensible que un niño se ponga celoso cuando nace un hermanito, la única observación que haría al respecto es la que sigue: eso no quiere decir que no quiera a su hermano. Al contrario, los celos del hermano están referidos al amor de los padres y no se basan en el odio fraterno. Este último tiene otras coordenadas y, cuando aparece, requiere que haya un tratamiento particular.
Ahora bien, para la circunstancia que me contás, cabe hacer una distinción: una cosa es el vínculo de tu hijo mayor con su hermano, otra es que aquel pueda no tener ganas de crecer y, por lo tanto, tienda a querer ser pequeño como el otro. Si este último fuera el caso, también requeriría un tratamiento particular. Supongamos que va todo bien, que no es ninguna de las situaciones que mencioné y se trata de un caso de celos normales entre hermanos. ¿Qué le decimos al mayor? En principio, creo que decirle que es "más grande" no es conveniente, porque es un modo de reforzar que sienta una privación.
No nos damos cuenta y le estamos transmitiendo una resignación: hay cosas para las que ya no está y, entonces, el hermano menor queda en el lugar de un goce que le pertenece y del que excluye al otro. Por lo tanto, vamos a cambiar la estrategia. Decirle que es el más grande, es como si le dijésemos que lo vamos a ascender a CEO de la empresa, con muchas más obligaciones, pero con el mismo sueldo. Tenemos que ir por otro lado. Por eso, en principio, te aconsejo que le digamos que es el mayor y que esto, por un lado, quiere decir, que él siempre va a tener más que su hermano menor.
¿Qué quiere decir que siempre va a "tener más"? En primer lugar, quiere decir que él va a tener muchas cosas antes que su hermano, que ya las tuvo con anterioridad, pero que, desde un punto de vista progresivo, en segundo lugar, también va a tener experiencias para las que el otro va a tener que esperar. Esto implica una gran ganancia e incentiva el deseo de crecer, el más fundamental de los deseos en la infancia.
Por otro lado, "tener más" también quiere decir que, en la medida en que crece, puede elegir. Pensemos una situación típica, el hermano mayor se pone celoso de lo que le regalaron al pequeño –supongamos, un autito. ¿Quiere decir que quiere el autito? No, para nada. Lo que quiere es la experiencia de gratificación que proyecta en su hermano menor; sin embargo, lo que no se debe olvidar de señalar es que el pequeño seguramente no eligió.
Algo que es muy importante destacar con los hermanos mayores, es que ese lugar les permite acceder a una capacidad de elección que no está en los más pequeños. De este modo, "tener más" no quiere decir quedar encallado en una rivalidad con el menor, sino trascender la comparación. Mayor no solo no es "más grande", sino que tampoco es un término que se define por la relación con el otro (menor), es una cualidad distinta.
Si algo quisiera subrayar, querida Patricia, es que esta estrategia apunta a que nuestros hijos quieran crecer apropiándose de la libertad que acarrea el crecimiento. Si como dije más arriba, un niño tiene alguna inhibición de crecimiento, va a decir que no quiere elegir, que tal vez era más feliz cuando era más chico. Esto es algo que siempre hay que tener en cuenta, ya que es un modo de escuchar que a ese niño quizá le ocurrió algo que lo lleva a añorar ese tipo de plenitud ingenua que se tiene en los primeros años de vida.
Si todo va bien, en cambio, el niño se apropia de la libertad y quiere elegir, valora esta capacidad, ya que –independientemente de cualquier objeto– que se lo haya podido elegir le da un brillo singular. Fijate en lo que le ocurre a aquellos (no solo niños) que quieren algo en la medida en que se lo vieron primero a otro, o bien porque creen que es socialmente valioso: al poco tiempo lo olvidan, quizá nunca lo quieren lo suficiente.
En este tipo de circunstancias, querida Patricia, es que se juegan las decisiones que más importan en la crianza. Muchas veces nos desvivimos por recetas o tips que nos digan qué hacer, pero el tema no es tanto la acción sino el criterio. Lo que más debemos compartir entre padres es el criterio con el que queremos que nuestros hijos crezcan. Si pensamos la crianza en términos de un medio para un fin, como si este fuera un ideal a alcanzar, nunca nos irá del todo bien.
Con esto último lo que quiero decir es que la crianza no es lograr objetivos, sino que los medios se reemplacen entre ellos y que la orientación se vaya definiendo más allá de nuestros intereses. No criamos a nuestros hijos para que sean un modo u otro –en todo caso, este es el propósito de la educación–, sino que lo hacemos para que ellos decidan qué vida quieren tener.
(*) Para comunicarse con el autor: lutereau.unrhotmail.com