Domingo 21.4.2024
/Última actualización 20:46
Nos escribe Anabela (43 años, Quilmes): "Luciano, te escribo porque tenemos un gran problema con nuestra hija de 11. Prácticamente no se le puede decir nada y todo lo rebate. Se pone muy confrontadora en el trato y lo que en realidad nos preocupa es que por momentos da la impresión de que hasta puede negar la realidad. 'No es así' nos dice y no es que estemos locos nosotros, sus padres, sino que realmente es que no puede reconocer un error. Desde ya te aclaro que no somos padres rígidos, si nos interesa este tema es porque pensamos que esto puede hacerle daño más a ella que a nosotros".
Querida Anabela, muchas gracias por tu mensaje, que incluye una reflexión muy linda sobre la que quisiera reflexionar en primer lugar. Me refiero a lo que decís respecto de que lo que te preocupa es por el daño que puede representar para ella. Esta es una cesión importante que, en cierto momento, nos toca hacer a los padres; quiero decir: ceder en lo que a nosotros nos puede afectar de una situación para darle mayor lugar al proceso de crecimiento del hijo en función de lo que le tocará vivir… ya sin nosotros.
Y en esta ocasión en particular, para comenzar mi respuesta quiero situar la cantidad de veces que aparece la palabra "realidad" en tu correo: "Lo que en realidad nos preocupa", "sino que realmente es que no puede". Fijate que el tema es claro, la actitud de negación que tu hija puede eventualmente asumir, pero el telón de fondo es más amplio y remite a lo que ustedes, como padres, sienten que pierden ante esta hija. Por eso es que también necesitás aclarar que ustedes no están "locos".
En principio, voy a partir de un comentario general, relativo a la edad de tu hija. Si aún no es una púber, está en la antesala de un enorme cambio que tendrá un sesgo biológico, pero también fuertemente psíquico. Comenzará el desasimiento de la autoridad parental y, en este punto, es comprensible que surjan conflictos entre las interpretaciones. A partir de este punto ya no habrá hechos, sino narraciones y cada una de las partes expondrá su perspectiva.
Con esto último quiero decir que la situación de que vuestra hija "rebata" todo es de lo más normal, porque a esta edad es corriente que el despliegue de la capacidad argumentativa pase a un primer plano. La contracara es la reactividad que ustedes también destacan, que se ponga impermeable y "no se le puede decir nada".
Ahora bien, hasta aquí describo procesos que pueden ser reconocibles con más o menos generalidad. En lo que sigue, voy a plantear una circunstancia que, si llegara a adecuarse a lo que ustedes están viviendo, sería conveniente hacer una consulta –no porque en sí sea grave, sino para tener una evaluación profunda, que solo puede ser realizada por un profesional en una entrevista efectiva.
Vuelvo a la etapa del pasaje hacia la pubertad y ahí mismo sitúo que este es un tiempo privilegiado para la discriminación definitiva de la fantasía y la realidad. Hasta ese momento podía ser común que los niños tuvieran resabios de pensamiento omnipotente, de la misma manera que la realidad todavía no tiene independencia y se confunde con la visión que tienen los padres.
Si crecer es tan importante, es porque solo de ese modo uno logra tener un criterio de realidad que no se confunde con lo que otros nos han dicho. Y si puedo decir algo más, diría que hoy somos muy inmaduros, porque nuestra realidad está hecha de lo que leemos o vemos en la tele en lugar de apoyarnos en nuestra propia experiencia. Así es que hemos perdido todo tipo de conciencia crítica, que es el correlato de una realidad bien fundada.
Si puedo decir algo más, diría que hoy somos muy inmaduros, porque nuestra realidad está hecha de lo que leemos o vemos en la tele en lugar de apoyarnos en nuestra propia experiencia.
Pero volvamos a lo nuestro. Como decía antes, en el pasaje hacia la pubertad es que se da un breve periodo de obstinación basado en que se descubre la decepción con el punto de vista de los padres, pero aún no se tiene otro. Entonces simplemente se da la oposición y esto se acompaña de una actitud que podríamos llamar "disociativa": quizás ella les respondió de muy mal modo, pero solo destaca que ustedes le hablaron mal; es decir, no logra ver que la respuesta de ustedes tiene como procedente un rasgo suyo… porque a lo mejor ese mal modo es un resto de la personalidad infantil que está dejando atrás y que ya no reconoce.
Si desarrollé este aspecto es por lo que me contás de que "no puede reconocer un error" y, como verás, el trasfondo puede ser mucho más complejo. No es una cuestión de orgullo, sino del modo en que se va consolidando progresivamente la relación con la realidad. Por si acaso hubiera algún aspecto que evaluar con mayor detalle, sobre esto último que comenté, es que les aconsejo –si les resuena– hacer una consulta.
Querida Anabela, espero no haberte preocupado con mi devolución. Aclaro, como ya lo hice en otras columnas, que mis respuestas jamás son estrictamente personales, sino que están dirigidas también a otros lectores y, sobre todo, intentan dar herramientas para que cada quien decida luego qué hacer, en lugar de aportar soluciones mágicas. En última instancia, son una breve invitación a pensar, porque la realidad también está hecha de pensamientos.
(*) Para comunicarse con el autor: lutereau.unr@hotmail.com