Queridos amigos, espero que se encuentren bien. Cuando falta sólo un domingo para celebrar la fiesta de "Cristo Rey", los textos bíblicos nos presentan un discurso escatológico, que hace referencia a las cosas últimas. Pero… ¿cuáles cosas son las últimas? Sin lugar a dudas, una de ellas es la muerte. Los hechos dramáticos de cada día, como las inundaciones, los terremotos, las enfermedades terminales, nos recuerdan que somos simples peregrinos caminantes y que nadie -absolutamente nadie- tiene el control sobre su vida. No somos inmortales. Vivimos en un mundo donde todo es transitorio.
Víctor Frankl, convencido de la fragilidad de la existencia humana, en su maravilloso libro "El hombre en busca de sentido" afirma: "Hay que vivir cada instante de nuestra vida con vibración de eternidad. Como si fuera el último momento". Mis queridos amigos, la Palabra de Dios de hoy nos sale al encuentro para iluminar nuestra existencia. En el evangelio Jesús dice: "Aprendan esta comparación tomada de la higuera. Cuando sus ramas se hacen flexibles y brotan las hojas, ustedes se dan cuenta que se acerca el verano".
Y así sucede. Jesús nos invita a observar el mundo, la naturaleza; nos invita a reflexionar sobre nuestros actos, nuestras actitudes; nos invita a analizar lo que pasa en nuestro corazón. Como el campesino que está ejercitado en sacar sus conclusiones hasta de las pequeñas señales de la naturaleza, también los cristianos debemos vivir atentos, prestando atención a todo lo que pasa a nuestro alrededor. No podemos ser simples espectadores, personas distraídas, anestesiadas, esperando que los demás nos resuelvan todo.
Insisto con lo que Jesús dice: "Aprendan esta comparación tomada de la higuera"; "cuando brotan las hojas, ustedes se dan cuenta que se acerca el verano". Por lo tanto, si hay agresividad en el mundo, es porque nuestro corazón se ha vuelto agresivo; si hay violencia, es porque nuestro corazón es violento; si hay corrupción es porque nuestro corazón es corrupto. Las cosas externas son el fiel reflejo de lo que somos por dentro... como los brotes de la higuera que preanuncian el verano.
Ante la pregunta de sus discípulos: ¿Cuándo tendrá lugar todo esto, es decir, la destrucción, el fin del mundo, la muerte? Jesús no precisa ni el día, ni la hora, simplemente advierte: "Cuidado con que nadie los engañe". Vendrán muchos falsos profetas con la piel de corderos. Esto sucede permanentemente, porque los falsos profetas toman mil rostros. Los que nos decían en sus campañas electorales que hay que servir al pueblo, una vez elegidos se servían y se sirven del pueblo. La confirmación de la condena de la ex presidenta, anunciada en estos días, es sólo un ejemplo de tantos hechos escandalosos.
Abunda la propaganda que quiere robar la felicidad a nuestros jóvenes y adolescentes. Los falsos profetas de hoy, les ofrecen el alcohol, la droga. Prometen mucho y después les quitan todo, hasta la propia vida. "Que nadie los engañe", es el mensaje de Jesús. Hace unos años, en un texto muy profundo y dramático, titulado "El drama de la droga y el narcotráfico", los obispos argentinos afirmaban: "La sociedad vive con dolor y preocupación el crecimiento del narcotráfico en nuestro país. Son muchos los que nos acercan su angustia ante este flagelo. Nos conmueve acompañar a las madres y los padres que ya no saben qué hacer con sus hijos adictos, a quienes ven cada vez más cerca de la muerte".
Cuidado con que nadie los engañe. La liturgia de la Palabra de Dios de hoy nos invita a la vigilancia, al compromiso concreto, a involucrarnos. La Iglesia no puede ser indiferente, la misión de la Iglesia y por consiguiente de cada cristiano está en la calle. En este sentido son muy sabias las palabras del papa Francisco pronunciadas a los cardenales durante el conclave, en 2013. En aquel momento, Jorge Mario Bergoglio dijo: "El único propósito de la Iglesia es salir de sí misma y darle al mundo la buena noticia de Jesucristo, ir a las periferias, no solo geográficas, sino también a las existenciales: las periferias del pecado, del dolor, de la injusticia, de la ignorancia y de la indiferencia religiosa".
Es verdad, cuando uno sale a la calle, dice el papa Francisco, se puede sufrir un accidente, "pero prefiero una Iglesia accidentada que una iglesia pasiva, dormida o anestesiada". Por eso, antes de terminar, quiero contarles esta bella historia: "Ante el juez celestial aparece un hombre diciendo. Mira Señor, yo soy una persona buena y fiel cristiano: Yo no he matado a nadie, no he robado, no he mentido. Mira, mis manos están limpias. Sí, dijo el Señor, tus manos están limpias, pero también vacías". Podríamos decir: amigo, te has pasado la vida sentado, acostado, de brazos cruzados. Qué pena. No alcanza con evitar el mal, hay que hacer el bien. Que Dios nos bendiga.