Por Padre Tadeusz Giza (*)
Comentarios bíblicos
Por Padre Tadeusz Giza (*)
Queridos Amigos. ¿Cómo están? ¿Cómo se encuentran? Espero que bien, a pesar de las complejas realidades de nuestra Patria que nos tocan vivir.
Por estos días, con toda la Iglesia celebramos solemnemente la Fiesta de la Santísima Trinidad. Una fiesta que afirma que nuestro Dios no es un ser solitario; nuestro Dios es Dios Familia, es Dios Comunidad. En una naturaleza divina hay tres personas y, por consiguiente, todo lo que acontece en el Dios Uno y Trino debe reproducirse también en nosotros. Si fuimos creados a imagen y semejanza de Dios, debemos reproducir en nuestra vida personal, familiar y social estas relaciones de amor, de diálogo, de comunión, de unión que aparecen en la Santísima Trinidad.
Al celebrar esta fiesta tan importante, no podemos limitarnos solo a recordar las verdades conocidas. Debemos preguntarnos, con mucha honestidad: ¿Vivimos lo que anunciamos? ¿Practicamos lo que celebramos? La liturgia no es algo separado de la vida diaria. Todo lo contario. Si los conocimientos que tenemos, los ritos, las celebraciones, no nos ayudan a ser mejores personas, a crecer en la auténtica humanidad… ¿Para qué sirven? Hace tiempo, nuestro escritor José Hernández en "Martín Fierro" con mucha ironía afirmaba: "Hay hombres que de su ciencia, tienen la cabeza llena; hay sabios de todas menas más digo sin ser muy ducho, es mejor que aprender mucho, es aprender cosas buenas". ¡Qué bello, que hermoso y que cierto a la vez!
Sigo preguntando: ¿Por qué la Iglesia año tras año celebra la Fiesta de la Santísima Trinidad? ¿Es pura casualidad? No. No hay casualidades. Si la Iglesia lo hace es para decirnos que en este mundo de tanta confusión, de tantos proyectos políticos y sociales fracasados, Dios también tiene su proyecto con la humanidad. Y nuestra misión de cristianos en el mundo consiste en ir construyendo una nueva sociedad según el corazón de Dios, creando un mundo justo, fraterno porque el mundo que hemos creado –lamentablemente- no es el más deseado, nos sentimos incómodos, desencantados y con frecuencia desilusionados.
Sigo preguntando: ¿Qué nos impide crear un mundo más justo? Mi percepción personal me dice que las causas somos nosotros mismos, el mismo hombre está en crisis. El escritor ruso Fiódor Dostoievski dice: "No es el cuchillo, ni el revólver el que mata, es el corazón enfermo del hombre que lo hace. El campo de batalla entre el bien y el mal es el corazón humano". Hay estructuras corrompidas porque hay corazones corrompidos. Por eso mismo, el día de hoy es el momento oportuno para celebrar, pero también para reflexionar y sobre todo para comprometernos con nuestra patria con nuestros hermanos pobres y empobrecidos.
Me preocupa, por lo menos a mí, el silencio de los buenos. Muchas veces en el momento de oración me pregunto ¿Por qué nos cuesta tanto involucrarnos? ¿Por qué miramos al costado o a otro lado? La pobreza de tantos hermanos nuestros no es casual. Todo lo contrario, la pobreza es causada y producida por personas concretas. Unos la causaron y otros con su silencio, tal vez usted y yo la permitimos. La Fiesta de la Santísima Trinidad debería ser una nueva oportunidad para rehacer muchas relaciones rotas, dañadas y destruidas.
Queridos Amigos. Antes de terminar permítanme contar la siguiente historia. En la Catedral Metropolitana de Buenos Aires se encuentra el frontispicio que representa el encuentro de José con sus hermanos. En los tiempos de la organización nacional fue puesta allí esa imagen bíblica para representar el anhelo de reencuentro de los argentinos. La escena invita a instaurar una "cultura del encuentro", porque nos faltan, como dice el Papa Francisco, la reconciliación, el perdón, el abrazo y el beso.
Me gustaría que esta escena del reencuentro de José con sus hermanos, tan profunda y tan significativa, esté presente en muchos hogares de nuestra Patria, porque somos hermanos y debemos amarnos como hermanos.
¡Feliz Fiesta Patria! Que Dios nos bendiga.
(*) Mensaje dominical del 26 de mayo de 2024, emitido por Radio 96.3.