Leí la novela de Dolores Reyes, "Cometierra". La curiosidad se la debo a los mileístas que pusieron el grito en el cielo por una novela que supuestamente era pornográfica y destinada a ensuciar el alma blanca y pura de los niños. Hace muchos años Manuel Mujica Lainez recomendaba, con su previsible ironía, que para un escritor que pretende que su novela despierte el interés de muchos lectores, lo mejor que le puede pasar es que la Iglesia Católica la censure porque a partir de ese momento su venta masiva está garantizada. Es precisamente lo que le pasó a Manucho con "Bomarzo", motivo por el cual un novelón que hubiera merecido la atención de un puñado de fieles lectores se transformó en un vigoroso best sellers, porque como ya se sabe desde los tiempos de los papiros a la fecha que todos quieren conocer las diabluras que Mandinga le ha dictado al autor para corromper la moral y las buenas costumbres. Casi sesenta años después la tradicional faena de censurar en nombre de la moral la ejerció la iglesia mileísta, cuyos improvisados pero entusiastas sacerdotes no se privaron de atribuirle las peores maldades de la tierra a un libro que en la mayoría de los casos ni siquiera habían leído.
Yo formé parte entonces de la legión de curiosos atraídos por la censura o la intención maléfica de corromper con pornografia el alma de los niños y los adolescentes. Confieso para perjuicio de los censores que la novela me gustó. Está bien escrita. Su escenario es el Conurbano, sus protagonistas son hombres y mujeres que viven, sufren y se divierten en ese ambiente donde la pobreza es la constante. Contra un prejuicio extendido acerca de autores que escriben novelones "testimoniales" para ponderar la supuesta sabiduría de los pobres, o condenar la insensibilidad de los ricos, en "Cometierra" todo esto está escrito con un lenguaje elaborado, intenso y en algunos pasajes, poético. "Cometierra" es una novela que reúne los requisitos literarios para merecer ese título, requisitos que se logran ejerciendo el arte de escribir, entendiendo que la literatura no es una sustituta de la propaganda o una fotografía de la realidad, sino una representación estética, lograda a través de las palabras, de una realidad que existe en primer lugar en la sensibilidad del escritor.
O sea que gracias a los censores pude disfrutar de una novela que en otras circunstancias no hubiera leído, tal vez por el prejuicio o el recelo contra quienes prologan o reseñan un libro imponiendo su identidad política, un pecado que cometen los censores de toda marca y pelaje ya que a la hora de prohibir, de vigilar la libertad y en particular la libertad de escribir y leer los protagonistas pueden venir del campo religioso o laico de derecha o de izquierda, porque la experiencia de estos dos últimos siglos lo que nos ha enseñado es que la censura, la discriminación, el miedo a la libertad, es un hábito, un instinto que no responde a identidad política o ideológica precisa, porque todo lo subordina a la voluntad de poder y, sobre todo, a su afán de prohibir. "Cometierra", para sorpresa de quienes no la han leído, es una novela que, para tranquilidad de las almas pacatas, solo dedica media página a una relación sexual. Los personajes son creíbles, complejos, humanos en definitiva y para sorpresa de prejuiciosos no hay homosexuales, ni travestis, ni relaciones incestuosas. En ese escenario donde la pobreza y la miseria exhiben sus rostros más descarnados y desencajados, sus protagonistas viven peripecias singulares pero no hay sobreactuaciones, costumbrismos y retórica destinada a asustar burgueses.
"Cometierra" es una buena novela y me importa tres pitos la identidad política de su autora, porque la buena literatura debe ser evaluada por virtudes literarias y no por la ideología de sus autores. No conozco a Dolores Reyes, no comparto sus ideas políticas, pero me gusta lo que escribe. No la conozco, pero observo que sus críticos la censuran no por la literatura que es capaz de escribir sino por sus ideas políticas, del mismo modo que muchos de sus simpatizantes la apoyan no porque la leyeron sino porque es kirchnerista. En efecto, Dolores Reyes es una kirchnerista a tiempo completo, opción política que tiene todo el derecho a ejercer más allá que la literatura verdadera -es decir aquella que moviliza la sensibilidad, cuestiona a través de las palabras los lugares comunes y le abre a los lectores la posibilidad de conocer otras experiencias o indagar en otros horizontes-, rehuye la manipulación política, el sometimiento a las monsergas del poder o a los prejuicios moralizantes y represivos de laicos o religiosos. José Stalin no es muy diferente al muy católico Francisco Franco o los devotos de Alá al estilo del ayatolá Khomeini, o los muy rabínicos judíos ortodoxos.
Todas las experiencias políticas autoritarias, de derecha o de izquierda, religiosas o laicas, militares o civiles, cedieron con demasiada frecuencia a la tentación de censurar y manipular el arte. A veces lo hicieron de manera brutal, a veces intentando disimular sus objetivos, pero en todos los casos lo hicieron fieles al principio de que toda manifestación artística, toda creación que se propone ser lo opuesto a cierta corrección política, a ciertos lugares comunes en los que anidan las pasiones más miserables, a cierta estética que más que obra de arte es concebida como adorno, es un peligro, una inquietud para las tramas del poder. "Cometierra" es una buena novela, claro está, pero ello no habilita a que los operadores políticos del kirchnerismo de la provincia de Buenos Aires favorezcan la edición y la divulgación de obras que según ellos valen no por sus valores literarios sino como propaganda política, y en más de un caso con la intención de adoctrinar niños y adolescentes. Es por ello que un escritor bueno o malo, si ha tomado la precaución de ser kirchnerista tiene muchísimas más posibilidades de publicar y de que a sus libros el poder los reparta por bibliotecas de escuelas y colegios, que un escritor no kirchnerista. Este principio manipulador vale para todos, pero convengamos que el peronismo por prejuicio ideológico y porque en las últimas décadas controló el poder, es la fuerza política que más ha manipulado a autores y ha promocionado a los que les son leales y ha hundido en el anonimato a opositores, y todo ello al margen de la calidad literaria que, supongo, está repartida de manera proporcional entre las diversas tribus políticas.
¿Hay que proteger a los niños de la literatura? A los niños en principio hay que protegerlos de la tentación política de adoctrinarlos como bien sabemos que se hizo en nuestro país en diferentes ocasiones y en particular desde 1945 en adelante. También hay que protegerlos de la obscenidad de mayores religiosos o laicos. Los libros, como la pintura o la música jamás le harán daño, todo lo contrario, Es posible que un niño no esté preparado, por ejemplo, para leer "La metamorfosis" de Franz Kafka o el "Ulises" de James Joyce, como tampoco no está preparado para votar o para trasladarse por el mundo, pero conozco niños que estimulados por sus padres o sus hermanos a los 8 años leyeron novelas y relatos en los que hay héroes y viciosos y no creo que esas lecturas hayan ensuciado sus almas, todo lo contrario. Pero en el caso que nos ocupa, el debate abierto no es hacia los niños sino hacia los adolescentes, porque pareciera que hay funcionarios que quieren decirle a los muchachos y a las chicas lo que se debe o no se debe leer. Una buen a novela puede hablar de la guerra, de la paz, del amor y del sexo y siempre, si es una obra de arte, será edificante; siempre el lector percibirá que una puerta más se ha abierto, que un interrogante mas lo interpela, que algo que a sus ojos era desconocido o se presentaba desarticulado, de pronto adquiere identidad nueva. "Cometierra" es una novela que cualquier adolescente puede leer y disfrutar sin temor de precipitarse a las llamas del infierno. Ese objetivo lo cumple "Cometierra" como, en otro nivel, "Emma Zunz" de Jorge Luis Borges, "Los siete locos" de Roberto Arlt, "El pozo" de Juan Carlos Onetti, "La ciudad y los perros" de Mario Vargas Llosa, los relatos de Adolfo Bioy Casares o los poemas de Juan Gelman, Alejandra Pizarnik y Olga Orozco. En estos temas se cumple al pie de la letra esa consigna que pintaron en el calor de las barricadas de París los estudiantes del mayo francés: "Prohibido prohibir".
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