Por Dr. Carlos Damin (*)
Por Dr. Carlos Damin (*)
Según datos de la Organización Mundial de la Salud, en 2018, la Argentina ocupó el tercer lugar en consumo de alcohol en América, luego de Dominica y Estados Unidos, con un total de 9,7 litros de alcohol puro por habitante y por año. El consumo promedio del mundo es de 6,2 litros. Estos datos son medidos en personas mayores de 15 años. Pero si observamos los datos del Observatorio Argentino de Drogas, con datos de 2016, vemos que, en el grupo etario de 12 a 17 años, el 54,4% de los adolescentes argentinos consumió alcohol en el último año. Esto claramente nos ubica primeros en consumo en América y en los primeros lugares en el mundo. Casi todos los países cuyas sociedades consumen más alcohol que la argentina, cuidan que sus adolescentes no lo hagan. La razón es simple: cuidan su salud.
En la Argentina está prohibida la venta y suministro de bebidas alcohólicas a menores de 18 años y eso es porque el alcohol afecta la esfera neurocognitiva en un cerebro que aún está en formación. Las consecuencias del consumo a edades tempranas se verán reflejadas muchos años más tarde.
El consumo de alcohol de manera responsable no produce un impacto significativo en la salud de los mayores pero, si ese consumo es abusivo y problemático, no queda órgano ni tejido en el cuerpo sin verse afectado con consecuencias más importantes en aquellos que ya poseen alguna enfermedad como diabetes, hipertensión arterial, gastritis, entre otras.
Pero un punto no menor son las consecuencias del consumo excesivo episódico, la ingesta aguda, que llevan a otras consecuencias comúnmente atribuidas a otras causas: intoxicación aguda, riñas callejeras, caídas de propia altura con fracturas y traumatismos, embarazos no deseados, contagio de enfermedades de transmisión sexual, consumo de otras sustancias y accidentes de tránsito.
Alcanzaría con observar lo que ocurre en las guardias de los hospitales durante los fines de semana. Miramos atónitos y sin reacción como asisten adolescentes sin conciencia producto de la ingesta descontrolada o en algunas ocasiones promovidas por competencias incentivadas por otros más adultos. Vemos padres desbordados e incapaces de decir "no" a jóvenes que tomaron la decisión de no cuidarse. Y éstos no se cuidan porque no aprendieron a hacerlo. Porque tenemos una sociedad que no valora a la salud como un bien, que se automedica indiscriminadamente, que consume alcohol como pocas en el mundo, que usa a regañadientes el cinturón de seguridad y que tiene un muy alto número de accidentes de tránsito con víctimas fatales.
Un trabajo llevado a cabo por el servicio de Toxicología del Hospital Fernández demostró que el 31% de los accidentados que ingresaban a la institución en urgencias tenían alcoholemia positiva.
Necesitamos que nuestra sociedad entienda la importancia, acepte y tome como propio que cuando se va a conducir un vehículo no se puede tomar alcohol. Y que, si se bebió alcohol, otra persona debe ser el conductor. El alcohol siempre produce efectos a la hora de conducir: altera la valoración de los espacios, disminuye los reflejos, enlentece la capacidad de reconocer un riesgo o peligro y altera la capacidad de tomar decisiones. Condiciones vitales para proteger a los ocupantes del vehículo, a los peatones y a los ocupantes de otros vehículos circulando.
Una ley de alcohol cero al volante acompañada de controles y sanciones adecuadas ayudaría a concientizar sobre la responsabilidad que implica conducir un vehículo. Las provincias argentinas que ya han adoptado esta legislación dan cuenta del descenso de la siniestralidad a partir de su aplicación.
Los adultos tenemos la obligación de hacer de la salud algo importante a cuidar y cuidarnos, si queremos que los más chicos aprendan a hacerlo.
(*) Médico toxicólogo. Jefe de Toxicología del Hospital Fernández. Jefe de la cátedra de Toxicología, Facultad de Medicina (UBA). Presidente de Fundartox. Columna publicada en Télam.