A lo largo de la historia, el conocimiento ha sido el pilar del desarrollo humano pero no siempre ha sido suficiente para abordar las complejidades de la existencia. Las personas pueden acumular títulos y dominar teorías, pero muchas veces la profundidad del entendimiento reside más allá de lo aprendido en las aulas. Existe un tipo de saber que no se enseña ni se mide en exámenes: el saber sabio, una forma de comprensión que emerge de la experiencia, la reflexión y la conexión profunda con la realidad. Este ensayo busca reflexionar sobre las diferencias y tensiones entre el conocimiento aprendido y el saber sabio, al tiempo que rescata la importancia de ambos en la búsqueda de la verdad.
El filósofo francés Michel Foucault afirmaba que "el conocimiento no es para comprender, sino para cortar"; reivindicando cómo el saber académico o técnico suele ser instrumental, orientado a resolver problemas específicos o a dividir el mundo en categorías claras. Este tipo de saber nos otorga herramientas valiosas para intervenir en la realidad, pero no siempre nos permite interpretarla de manera integral. Por otro lado, el saber sabio nos invita a mirar más allá de las categorías, a cuestionar lo que parece evidente y comprender las múltiples aristas de una situación, incluso aquellas que no son visibles desde el conocimiento formal.
Imaginemos a un ingeniero que diseña un puente. Su aprendizaje técnico le permitirá calcular cargas, materiales y resistencias, pero si no entiende la importancia cultural o simbólica de ese puente para una comunidad, su diseño puede carecer de alma, de conexión con quienes lo utilizarán. Algo similar sucede en otros ámbitos, un maestro que enseña sin comprender las emociones y contextos de sus estudiantes, o un médico que prescribe tratamientos sin considerar el impacto emocional en sus pacientes, está limitado por su conocimiento formal. En estas circunstancias, el saber sabio se presenta como un complemento indispensable para abordar la realidad de manera completa y significativa.
Martha Nussbaum, filósofa y educadora, argumenta que la educación basada únicamente en la técnica deja de lado elementos esenciales como la empatía, la imaginación y la capacidad de ver al otro como un ser complejo y valioso. Según Nussbaum, el saber sabio es el que permite no solo aplicar conocimiento, sino también transformarlo en acciones que contribuyan al bienestar humano. Esta perspectiva resalta que el conocimiento técnico por sí solo puede ser insuficiente, e incluso peligroso si no se articula con una comprensión más profunda y humana.
En este sentido, el saber sabio no desprecia lo aprendido, sino que lo utiliza como base y lo amplía mediante el diálogo con las emociones, las dudas y las vivencias. Gabriel García Márquez al recibir el Premio Nobel de Literatura afirmó que "la vida no es lo que uno vivió, sino lo que uno recuerda y cómo lo recuerda para contarla". Esta frase subraya la idea de que el saber sabio se forja en la capacidad de interpretar y resignificar la experiencia, de darle un sentido que va más allá de los hechos o los datos. El relato humano, al igual que la sabiduría, se construye desde la memoria, las perspectivas subjetivas y la capacidad de dotar de sentido a lo vivido.
Desde mi experiencia como docente universitario, he observado que muchos estudiantes llegan con una sed insaciable de aprender, pero también con una visión limitada del saber. A menudo, buscan respuestas absolutas o fórmulas infalibles, sin darse cuenta de que las grandes preguntas de la humanidad no tienen soluciones definitivas. Mi labor como educador no sólo es transmitir conocimiento, sino también fomentar la capacidad de reflexionar, de dudar y de abrazar la incertidumbre como una oportunidad para crecer. En ese proceso, he aprendido que enseñar también es aprender; el aula se convierte en un espacio de intercambio donde el saber sabio se cultiva colectivamente.
Autores como Paulo Freire destacan que la educación verdadera no consiste en llenar cabezas con información, sino en transformar la conciencia. Para Freire el diálogo es esencial; no se trata de imponer verdades, sino de construirlas juntos, desde una perspectiva que respete las historias y realidades de cada persona. Este enfoque está profundamente ligado al saber sabio que se alimenta de la interacción y la apertura al otro, en esa relación con los demás donde emergen los matices del saber que trascienden la técnica.
Este equilibrio entre lo técnico y lo sabio también tiene implicancias éticas. Un saber desconectado de la sabiduría puede llevarnos a decisiones frías, guiadas exclusivamente por la eficiencia o la rentabilidad. Por ejemplo, la planificación urbana basada únicamente en cálculos económicos puede ignorar los efectos devastadores de la segregación social o la deshumanización de los espacios públicos; mientras que un enfoque que integre el saber sabio, valorará la diversidad de experiencias urbanas y buscará diseñar ciudades que promuevan la equidad y el bienestar colectivo.
La filosofía oriental, particularmente el taoísmo, aporta una perspectiva interesante sobre este tema. Lao-Tsé afirmaba que "quien sabe no habla; quien habla no sabe". Aunque esta frase puede parecer contradictoria, alude a una verdad profunda: la sabiduría no siempre necesita ser expresada en palabras o demostrada mediante títulos. Muchas veces, se manifiesta en la humildad de aceptar lo que no sabemos y en la serenidad de actuar con propósito y compasión.
El desafío es encontrar un equilibrio entre el saber técnico y el saber sabio. Ambos son necesarios, pero sólo cuando se complementan pueden generar un impacto duradero y significativo. El arquitecto que domina las leyes físicas y comprende las necesidades emocionales de quienes habitarán sus espacios; el médico que combina la ciencia con la compasión; el maestro que inspira más allá del currículo; todos ellos encarnan esa fusión ideal entre los dos tipos de saber. En este equilibrio, no hay jerarquías absolutas sino que ambos conocimientos se enriquecen mutuamente y contribuyen juntos a un mundo más justo y comprensivo.
Decía el poeta libanés Khalil Gibran: "La sabiduría no está en las palabras, está en el significado detrás de ellas". En esta línea, la sabiduría interpreta el conocimiento y lo contextualiza, orientándolo hacia el bien común. La conexión entre saber y sabiduría es como un puente que une el pensamiento crítico con el propósito humano, transformando la información en acciones y decisiones con sentido. El verdadero desafío no se encuentra en acumular conocimiento, sino en aprender a utilizarlo con sensibilidad y creatividad. Que nunca dejemos de aprender, pero que tampoco nos olvidemos de reflexionar y sentir; pues sólo así el saber podrá convertirse en verdadera sabiduría. Tal vez, en ese camino, logremos no sólo comprender el mundo, sino también transformarlo en un lugar más habitable para todos.
Dejanos tu comentario
Los comentarios realizados son de exclusiva responsabilidad de sus autores y las consecuencias derivadas de ellos pueden ser pasibles de las sanciones legales que correspondan. Evitar comentarios ofensivos o que no respondan al tema abordado en la información.