La conquista española no pudo verificarse plenamente en Santa Fe. Desde los primeros tiempos del contacto entre originarios y europeos en la región rioplatense las cosas salieron mal para los invasores, que fueron literalmente expulsados del área con grandes pérdidas. Recuérdense el destino sufrido por Solís, la destrucción del fuerte de Gaboto en la boca del Carcarañá, y los apremios que debilitaron a la gran expedición de Pedro de Mendoza en su asiento de Buenos Aires, al punto que tuvieron que hacerse fuertes en la cuenca superior. Todavía siguieron perdiendo capitanes en el intento ambicioso de llegar a la sierra de la Plata, como fue el caso de Ayolas que no pudo sostener su fuerte de La Candelaria.
Concentrados en Asunción, los españoles y sus primeros descendientes, planificaron desandar el camino hacia el sur y "abrir puertas a la tierra", Así fue que, ante el recuerdo de la suerte sufrida por Gaboto y su gente, la expedición de Garay fue provista de algunos armamentos, previendo la hostilidad de los indios comarcanos. Fue precisamente cuando Garay era asediado por estos que se produjo el encuentro con Jerónimo Luis de Cabrera, fundador de Córdoba.
Al poco tiempo de fundada la ciudad, las relaciones con los originarios se complicaron y fueron varios los vecinos que intentaron abandonarla y volver a Asunción, lo que les fue prohibido. Una de las causas de conflicto debió haber sido la pretensión de los colonos de incorporar a los indios como fuerza laboral bajo el sistema de encomiendas. No es de extrañar que entre las reivindicaciones de los insurgentes de 1580 figurara el reclamo de mayor cantidad de indios para su servicio. Poco tiempo después, el mismo Juan de Garay era muerto por los originarios mientras pernoctaba en las proximidades de la laguna de Coronda.
Entre las causas que motivaron el traslado de la ciudad, entre 1650 y 1660, figura el asedio de los indios comarcanos, junto a las dificultades de comunicación con el interior y los avances del río.
La difícil subsistencia de la ciudad
Los colonos y sus descendientes, en su nuevo emplazamiento, lejos estuvieron de imponerse a la contundencia guerrera de mocovíes y abipones del Chaco y a los payaguaes que dominaban el río con sus flotillas de largas canoas. Estos pueblos habían avanzado desde el norte sobre el territorio de otras parcialidades originarias, y pusieron en riesgo la permanencia de la ciudad a partir de 1710, al punto que se analizó la posibilidad de un segundo traslado hacia 1725, en medio de una constante migración de vecinos hacia la otra banda del río, hacia el Pago de los Arroyos y hacia la campaña bonaerense.
Desde Buenos Aires los gobernadores tomaban medidas para resguardar a Santa Fe. Se enviaban soldados del fuerte y se proveía de armas a los vecinos. En 1724 se creó un cuerpo especial para la defensa de los indios que pronto recibió el nombre de "Blandengues" y al año siguiente se analizó la posibilidad de mudar la ciudad al punto donde hoy se levanta la ciudad de Rosario o a donde está hoy la ciudad de Paraná. Todos los pagos (Rincón y Coronda) fueron despoblados. El mismo gobernador Bruno Mauricio de Zavala pudo apreciar personalmente las destrezas militares de los indios, el dominio de sus cabalgaduras y lo certero de sus ataques, que casi siempre dejaban un saldo fatal entre los colonos.
Los intentos ofensivos habían fracasado. Costaba coordinar acciones con las otras ciudades (Córdoba, Santiago del estero y Corrientes). Pero en 1728 y 1729 la ciudad comenzó a hacer expediciones ofensivas con sus propios medios, organizando cuerpos ligeros de caballería, capaces de penetrar en las profundidades del monte, en vez de armar grandes y lentos contingentes como en 1721, que nada lograron.
Estas expediciones y otras posteriores que no conocemos bien, hicieron ver a los grandes caciques que los santafesinos podían causarles daño en su propio terreno. Por otro lado las paces que les ofrecía el Teniente de Gobernador Francisco Pascual de Echagüe y Andia, no significaban sumisión por lo que fueron sumándose a los acuerdos las distintas parcialidades entre 1734 y 1743. Tras la muerte de Echagüe se inició el proceso de formación de las reducciones de San Javier, San Pedro y Cayastá.
Los Jesuitas administraban estas poblaciones y los indios se acostumbraron a disponer de ganado propio y se introdujeron en la vida sedentaria, respondían a sus propios cabildos y los caciques adquirían un estatus especial que lo ponían por encima de la autoridad de los tenientes de gobernador. Pero además podían volver a su vida montaraz si así lo deseaban. De esta convivencia pacífica entre indios y colonos nos han dejado valiosos testimonios los padres de la Compañía de Jesús, en libros escritos desde el exilio después de la expulsión dispuesta por Carlos III en 1767.
Los españoles no pudieron someter a los abipones y mocovíes
Es preciso reconocer que, durante el período colonial, los mocovíes y los abipones no fueron vencidos por los de Santa Fe. Los indios no fueron sometidos, simplemente porque los colonos no pudieron hacerlo, pero mostraron que eran capaces de defenderse. La constatación de la capacidad de respuesta de la ciudad a los ataques indígenas, llevó a los grandes caciques a modificar las formas de relación, aceptando las ofertas de reducciones y el status especial que por su dignidad les reconocía la Corona en el marco de una convivencia pacífica.
Dos instancias históricas confirman lo anterior. La primera corresponde al momento de la expulsión de los jesuitas de las reducciones en 1768. El gobernador Bucarelli temía con razón una reacción armada de los indios que no hubiera podido controlar. Si esta respuesta no se dio fue gracias a la prudencia de los misioneros y el aplomo de los grandes caciques. Uno de ellos, el cacique Domingo, lo dejó bien aclarado según lo destaca el padre Florian Paucke, cuando el teniente de gobernador Maciel le intimó a que renunciara a sus intenciones de acompañar a sus doctrineros. "¿Ya se han sanado vuestras heridas –dijo Domingo- que tiempo antes os hemos inferido? ¡Tened cuidado!; nosotros podemos renovarlas". Y luego intimó a Maciel pidiéndole "una prueba de su valentía y no se quede sentado en la ciudad; si él quiere seguir combatiéndonos, no debe imaginarse que nosotros huiremos. Que él mande en su ciudad, pero no a nosotros…".
El poder militar de los indios no había decaído en vísperas de la revolución y se mantuvo durante la mayor parte del siglo IX. La segunda instancia histórica, a la que me refería antes, corresponde al año 1812 y la describe el cronista Iriondo. Ante el peligro de un desembarco de las fuerzas de Montevideo, los santafesinos buscaron la alianza de sus antiguos enemigos. En una reunión con los caciques celebrada en la sala del Cabildo, se los instó a hacer causa común contra los españoles. La alianza se efectuó y fue festejada "con salva de cañón y repiques", pero el cacique Manuel Alaiquin no dejó de aclarar que "si los españoles conquistaron nuestro territorio y nos dominaron, sus hijos son sus herederos de esto mismo", con lo que rechazaba el argumento de que todos constituían una sola Nación. Apunta Iriondo que los indios entonces "no eran tan idiotas como después que los dejaron sus curas", refiriéndose a los jesuitas, consideración que no creo que hubiera hecho si hubiera podido escuchar las referidas palabras del cacique Domingo.
El cacique Alaiquin tenía razón. La dominación española terminaba, pero las paces de 1812 eran ilusorias. Todavía les quedaba a los pueblos originarios un largo protagonismo como inquietante fuerza militar. Tomarían partido en las guerras civiles, pero serían finalmente dominados, y hasta exterminados, cuando la unidad nacional unificó los modernos recursos contra ellos.
(*) Contenidos producidos para El Litoral desde la Junta Provincial de Estudios Históricos y desde el Centro de Estudios Hispanoamericanos.