"Qué la gente confíe, no los vamos a dejar tirados", dijo Messi. "Es un valor enorme que mis hijos escuchen a alguien que dice que está dispuesto a estar a la altura de la responsabilidad que le fue asignada y por la que trabajó", dice el autor.
Nos escribe Pamela (32 años, San Cristóbal): "Hola Luciano, en estos días leí algunas de tus publicaciones sobre el mundial, así que por favor te pido que nos escribas a tus lectores de El Litoral una reflexión sobre estos días que vivimos tan emocionados y en que volvimos a creer en algo más que en el fútbol. Te lo agradezco mucho".
Querida Pamela, qué linda y sucinta tu carta, vaya mi agradecimiento también. En todo coincido con vos en que, con este mundial, volvimos a creer en algo más que en el fútbol.
El fútbol es un deporte, pero si fuera solo eso no movilizaría a todo un país como nos pasó en este tiempo. Te cuento una anécdota: hace tiempo le insisto a uno de mis hijos para que sea más prolijo con su letra; nunca me hizo caso, claro, pero cuando empezó a juntar figuritas, el papel en que anotaba las faltantes fue de una claridad impresionante.
Creo que este es el Mundial de los hijos, con una tradición diferente. Aunque para el de Italia '90 yo tenía 10 años y ya habían pasado los mundiales del '82 y el '86, de estos dos no tengo ningún recuerdo. Entonces, mis primeras imágenes de un Mundial son algo agónicas: la derrota inicial con Camerún, la clasificación en el límite, los penales de Goycochea, el gol de Caniggia a Brasil, el rostro furioso de Maradona cuando silbaron el himno argentino, la final que no fue.
Ese Mundial me cambió la vida. La canción todavía me emociona y cuando pienso en lo que vino después, es como si algo de mí se hubiera quedado frente al televisor de la casa familiar, con mis hermanos, todos acostados en la cama de mis viejos. Creo que en aquella época no había pantallas gigantes en los parques, como tampoco tengo el recuerdo de que fuera común que hubiese televisores en los bares. Sí recuerdo que se escuchaba por radio, un gusto que todavía conservo.
Tengo la impresión de que ese año crecí mucho. Tal vez porque ya tenía 10 años, sí, seguramente hubiera crecido de un modo u otro, por efecto de la vida, pero desde el punto de vista de mi vivencia personal, ese crecimiento está relacionado con el Mundial. Pienso que el motivo consiste en que, como niño, no conocía otro acto público y nacional del que participar, ya que, por ejemplo, no votaba ni tenía que hacer un servicio militar. Con el Mundial, tomé conciencia de que había algo más amplio que mi familia, que me unía a un montón de otras familias; como si hasta ese momento no hubiera habido más que una vida privada e interior, con aquellos de mi sangre y amigos cercanos, pero ahí, de repente, me daba cuenta de que en la calle éramos muchos bajo una misma bandera.
A ver, es claro que yo sabía de la existencia de la Argentina y, en efecto, yo soy de la época en que se cantaban las marchas y otras canciones patrias en la Escuela. Sin embargo, eso lo sabía, pero todavía no era una realidad concreta. Voy a decir algo que quizá sea excesivo, pero creo que, si no fuera por Diego Armando Maradona, quizás en alguna ocasión podría haber pensado en vivir en otro país o cambiar mi nacionalidad. No soy nacionalista, pero sí amo este país y no puedo distinguir este amor de lo que descubrí en ese Mundial.
Paso ahora a una escena contemporánea. En estos días me cansé de contar niños con remeras que, en la espalda, decían Messi. Es algo que también me genera emoción. Esto no se relaciona con que ellos quieran ser como Messi cuando sean grandes, aunque muchos digan que les gustaría ser futbolistas. Más bien, a través del fútbol es que se desarrolla un sentido de pertenencia, un conocimiento tácito de que habitan un contexto más amplio que las casas y las Escuelas.
Por cierto, algo de este sentimiento de amplitud lo impulsó también la pandemia, pero con otra orientación, porque se trató de un fenómeno amenazante y, además, fue a nivel del Mundo y no del País. La realización de este Mundial post-pandémico es algo bien interesante, ya que impone la idea de lo internacional: pasamos así de las internaciones por Covid a las inter-naciones que corren detrás de la pelota.
Se dice que el Mundial es un artificio comercial de organizaciones mafiosas, que los jugadores son millonarios, cuando una parte importante de la población tiene hambre y otras cosas más, de las que se dicen, seguro que, con razón, pero con una que falta a una verdad: la del efecto que tiene este espectáculo en la vida anímica de los más pequeños. El Mundial es más que cualquier cosa que podamos decir sobre él, porque nos constituye psíquicamente; por lo tanto, antes que querer explicarlo, mejor hablar de lo que produce en nosotros.
No somos los mismos después del Mundial. Sobre esta Selección en particular podrían decirse muchas cosas. Como decís, sobre esto escribí en redes en estos días. Por eso solo voy a destacar un aspecto, que este equipo logró mostrarnos un grupo que está unido y no solo por un objetivo común, sino por una pasión, que no es la de ganar, sino la de representar a un país a los ojos del Mundo y de los demás argentinos. Se muestran solidarios, compañeros, lúdicos, respetuosos, a mí me da alegría que mis hijos se encariñen con jugadores humildes y alegres como estos en una sociedad en que los liderazgos están destruidos.
Escribo estas líneas unos días antes de la final. Para mí el triunfo ya estuvo en llegar y no quedar abrumados por la primera derrota con Arabia Saudita. "Qué la gente confíe, no los vamos a dejar tirados", dijo Messi en su momento y para mí es un valor enorme que mis hijos escuchen a alguien que dice que está dispuesto a estar a la altura de la responsabilidad que le fue asignada y por la que trabajó.
Con Messi, nosotros ya ganamos. En este punto, el motivo principal por el que quisiera que Argentina gane el Mundial es por él, por su alegría. Pero el fútbol es imprevisible. De lo que estoy seguro, es que –pase lo que pase– ya no lo vamos a dejar tirado de nuevo, como lo hicimos en otras ocasiones. Con este Mundial aprendimos a ser mejores, porque él nos lo enseñó.