Nos escribe Triana (38 años, Balcarce): "Hola Luciano, te escribo después de tu columna sobre el pis y la caca, que me hizo mucho sentido para pensar algunas cuestiones de mi hijo. Hace unos meses cumplió dos y está tremendo. Le digo de bañarse y la respuesta es no. Le digo de ir para un lado y va para el otro. Todo de su parte es no. ¿Esto está bien? ¿Hay algo que esté haciendo mal? En particular me preocupa porque lo tuve sola y en este tiempo es que me inquieta pensar que la nuestra no es una familia tradicional".
Querida Triana, ¡Bienvenida a los terribles dos años! En efecto, luego de la etapa más dedicada a la lactancia, con el complejo del control de esfínteres viene una nueva situación. Por supuesto que esto no depende de la edad, sino de los movimientos psíquicos que el niño realiza, pero en términos generales podría decirse que, a medida que un pequeño se prepara para dejar el pañal, más obstinado se vuelve.
Quiero aclarar: obstinado no es caprichoso. Es desde la mirada adulta que varias veces consideramos como berrinche -como algo inmotivado que no debería ocurrir- lo que es un paso fundamental en el crecimiento. Con esta obstinación, el niño afirma su carácter y, por lo demás, se prepara para entregar su capacidad de renuncia. Este es punto que es crucial traer al debate, por una coordenada típica en el vínculo parento-filial.
Muchas veces ante un niño obstinado, los padres optan por la negociación. Esto no es muy bueno, sobre todo cuando los padres cedemos en tener que ocupar el lugar de autoridad. Ocurre que los niños, en la medida en que afirman su carácter, precisan que del otro lado haya una oposición firme. "Firme" no es autoritaria, pero seamos claros: es tirar la toalla que ante el niño cedamos en nuestro rol de padres por no poder elevar la voz o sancionar que una situación es inadmisible.
Esta etapa es capital en la vida de un niño, porque aquí se juega la célula elemental de su aptitud moral. Podría decir que un niño se convierte en una persona con valores según el modo en que sus padres lo trataron en la etapa del control de esfínteres. Y no es casual que la sociedad contemporánea, con un nivel creciente de narcisismo, en la que nadie quiere perder nada y con problemas enormes para compartir, sea el reflejo de una crianza a la que le cuesta dejar los pañales.
Por otro lado, querida Triana, la etapa que se empieza a recorrer con los años es muy importante porque prepara para el complejo de Edipo, del que voy a decir algunas cuestiones a continuación. Siempre me sorprende que colegas que hayan criado niños duden del Edipo. Si no los tienen, entiendo que les parezca un concepto y, edípicamente, lo discutan; pero la cercanía con niños pone de manifiesto de un modo constatable que estos tienen pasiones semejantes a las de los adultos –porque, en este punto, los adultos son niños grandes– respecto del amor y el odio. Además, el Edipo es algo que se puede vivir de muchas maneras. Quizás este sea el aspecto que más haya que debatir.
Por ejemplo, no es lo mismo que, en la relación de la madre con el niño, el padre intervenga para apoyar el deseo de separación (respecto del hijo) de la madre, en la medida en que el pequeño puede ser un déspota posesivo; a que intervenga sobre la posesividad de la madre. Dicho de otro modo, en un caso interviene sobre el deseo del niño (que, entonces, sí verá al padre como rival, uno al que odiará y del que luego se podrá identificar), en el otro sobre el deseo de la madre. En este último caso, lo más problemático es que el deseo del niño no llegó a constituirse.
En el primer caso, antes que la renuncia a un objeto (la madre) el padre impone una modificación del deseo y provee otro modelo para desear, uno que incluye la pérdida; en el segundo caso, el padre no consigue más que instituir una postergación dosificada. En este tiempo, me resulta interesante constatar cómo mujeres en pareja tienen serios problemas para hacerle un lugar a un tercero en la relación con sus hijos, mientras que mujeres que han tenido niños sin pareja –después de dificultades para establecer una pareja– con el hijo lograron separarse mucho mejor de lo materno y relanzar la pregunta por lo femenino y la pareja también.
El contrapunto es la figura del padre, identificado proyectivamente con el hijo (en lugar de que sea al revés), que le reprocha a la madre que frustre al niño, que si este llora por algo, dice: "Dale un poco más la teta (o cualquier sustituto de esta), no ves que él quiere", sin importar el agotamiento de la mujer por tener colgado al pibe.
El Edipo no necesita la familia tradicional, el punto es que el Edipo está en crisis independientemente de los cambios en las estructuras vinculares, porque lo que está en crisis es la filiación y la diferenciación generacional, algo que depende de la intervención de un padre. Se puede tener una familia con mamá, papá e hijo y que no haya terceridad. En efecto, es constatable también como los varones no quieren ocupar el rol paterno y prefieren ser sucursales maternas, así como antes un padre se borraba porque se iba o porque descargaba todo lo de los hijos en la mujer. Y esto no depende de distribuir tareas, sino de la capacidad para vivir una conflictividad triádica en un vínculo.
En la filiación no hay lugar para el poliamor. Esto es el Edipo, querida Triana, así que no te preocupes de más y quedate tranquila que la presencia de un varón en casa no hace a la garantía de que se trate de un padre. Este es un tema que ya hemos trabajado en otra de las columnas, así que espero que puedas leerla también.
(*) Para comunicarse con el autor: lutereau.unr@hotmail.com