Jueves 26.1.2023
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Dice Ralph Nichol: "La más básica de las necesidades humanas es entender y ser entendido. La mejor forma de entender a una persona es escucharla". Me considero un artesano de la palabra en formación continua. Me considero un buen "charlador" pero no tan buen "oidor". Coincido con Anne Burrel cuando afirma que parte del "éxito" reside en formular las preguntas apropiadas y en saber percibir las respuestas que brotan de la boca, los gestos y el alma de nuestro interlocutor (lo que nos dice y lo que se calla). Casi con desvelo, me interrogo: ¿Cómo optimizar el arte de la conversación? ¿Cómo lograr comunicarme con asertividad?
A su vez, presumo que el ejercicio de este arte podría ser la clave para afrontar con éxito muchos de nuestros cotidianos desafíos ciudadanos: ¿Cómo entendernos si nos "ladramos" de un auto a otro en una bocacalle? ¿Cómo sanar las dolencias si el médico habla pero no considera la opinión del paciente? ¿Entiende el paciente todo lo que el médico le prescribe? ¿Entiende el alumno todo lo que el maestro enseña o éste último monologa sin prestar oído a sus discípulos? ¿Cómo comunicarnos mejor con nuestros hijos si nos limitamos a "bajar línea" sin considerar lo que les preocupa, duele, alegra o sueñan? ¿Y qué hay de la pareja que vive bajo un mismo techo como en "Once mil", la canción de Abel Pintos: "Ahogándose en palabra mudas" y "Callándole la voz del alma a los dos"? ¿Cuántas veces nuestro celular interfiere en la confesión de un amigo que está desnudando el alma ante una taza de café? ¿Cuántas veces tenemos que andar a los gritos porque nos aturde la música de un boliche? ¿Cuántas peleas encarnizadas surgidas del grupo de WhatsApp de "mamis y papis del cole" podrían evitarse si leyéramos, escucháramos y respondiéramos con detenimiento? ¿Qué nivel de diálogo político tienen los que debaten enceguecidos por una bandera partidaria?
En "El poder de las palabras", Mariano Sigman afirma que una buena conversación es la fábrica de ideas más extraordinaria que tenemos a nuestro alcance, la herramienta más poderosa para transformarnos, llevar una vida emocional más plena y ser mejores personas. Según él, en los últimos años, la ciencia de la conversación ha florecido y sus conclusiones pueden llenarnos de optimismo. Nos ha enseñado que dialogando se mejoran sustancialmente las decisiones y el razonamiento y, en general, se aclaran las ideas, tanto aquellas que se refieren al mundo como a nuestra forma de sentir. El diálogo a conciencia funciona como una "torre de control" para detectar errores y vislumbrar alternativas posibles. Este efecto es tan general que irradia a todos los dominios de la cognición.
Sigman afirma que los griegos fueron pioneros en construir una visión compartida del mundo a través de la conversación. La filosofía, como señala Platón en su "Banquete", se hace conversando. El banquete socrático incluía a un trágico, a un médico y a un cómico: personas con perspectivas distintas que se tendían cómodamente para compartir algo de comida con música de fondo. Ése era el contexto ideal para el laboratorio y comercio de ideas a través de la conversación.
No podemos soslayar que el arte de conversar se sostiene en el arte de escuchar y ser escuchados. Hay una gran diferencia, según Emerson, entre escuchar con atención y esperar el turno para hablar. Algunos consideran que escuchar es una forma de "hospitalidad espiritual". Por lo general, la ansiedad por interrumpir a nuestro interlocutor nos desboca hasta el punto de preguntar y respondernos sin dar respiro ni oportunidad al otro de decir ni "¡Mu!". Es una falsa cortesía: simulamos abrir el diálogo pero simplemente queremos que el otro repita lo que nosotros pensamos, que no nos contradiga, que nos dé la razón como el reflejo de nuestra sombra.
En "El arte de escuchar", Julia Cameron recrea un diálogo con un amigo suyo que permite entender la columna vertebral de una buena conversación: "Ella es una experiencia de aprendizaje para todas las partes. Si cada persona tiene la oportunidad de expresarse y de escuchar, resulta catalítico. El aprendizaje se produce en el diálogo. Escuchar propicia la perspicacia. Escuchando mejoramos como conversadores. Podríamos decir que creo en la siguiente regla de oro: 'trata a la gente como te gustaría que te trataran a ti', también en el ámbito de la conversación."
Para Cameron, la clave es la reciprocidad. Si una persona acapara la charla, el arte de la escucha se trunca. "Tu turno, mi turno" es el ritmo que perseguimos. Es una especie de danza al son de la música de las palabras entretejidas con lanas de diversos colores.
Para esta autora, escuchar es una calle de doble sentido: escuchamos atentamente y, a su vez, invitamos a escuchar. Al cultivar esta conducta, la conexión con los demás se vuelve más profunda. Ganamos en autenticidad y los demás, a menudo, responden del mismo modo. Con nuestro silencio, con nuestra actitud receptiva, posibilitamos que nuestros interlocutores se sinceren. Nuestra atención resulta halagadora, los incitamos a profundizar cada vez más en sus discursos. Nos complace esa franqueza a la que corresponderemos cuando nos toque el turno de sincerarnos.
Según "El arte de escuchar", en una conversación auténtica se precisan dos tipos de escucha: la interior y la exterior; escucharnos a los demás y a nosotros mismos. La escucha requiere algo más que los oídos. Oímos frases, pero hemos de atender al tono de nuestro interlocutor, a sus gestos; nos esforzarnos en captar la intención que subyace bajo las palabras. Se trata de escuchar con la oreja, el intelecto y el corazón para captar la "verdad" del otro. Sobre todo, al escuchar con el corazón, practicamos la empatía, el ingrediente fundamental de una comprensión genuina.
Por supuesto, vale la advertencia: utilizar la herramienta de la escucha con los demás no significa que dejemos de escucharnos a nosotros mismos. El arte de escuchar no es masoquista, sino realista, pues se cimenta en la valoración precisa de dónde y con quién podemos experimentar la reciprocidad. A través de la escucha atenta a nuestros semejantes, identificamos a los que a su vez tienen la capacidad de escuchar y se convierten en nuestras "cajas de resonancia" o "espejos creyentes" que reflejan nuestro potencial y fortaleza.
Por si esto fuera poco: dialogar con otros tiene un efecto "curativo". Mariano Sigman afirma que el mayor desamparo, la verdadera soledad, consiste en no tener con quién hablar. Sin buenas conversaciones, se desregulan pilares básicos de la salud, desde el sistema inmune hasta la expresión de nuestros genes. También se degrada el sistema de control cognitivo con el que gobernamos nuestras ideas y emociones. La soledad resulta ser, pues, uno de los factores más nocivos e ignorados de la salud física y mental.
En resumidas cuentas, Sigman sostiene que: 1) Conversar ayuda a pensar: hablar con otras personas aclara las ideas; permite encontrar errores en los razonamientos propios y a identificar soluciones mejores; también mejora el diálogo con uno mismo. 2) La conversación sólo funciona en su hábitat natural: no vale cualquier conversación; sólo son eficaces las que se desarrollan en grupos pequeños, formados por personas con actitud receptiva, predispuestas a ser convencidas; en definitiva, se trata de dialogar de buena fe en un proceso mutuo de descubrimiento. 3) La conversación pública de masas no es eficaz: las redes sociales tienen una dinámica e inercias propias que no facilitan la conversación; fomentan un tipo de discusión en el que se vuelve muy difícil el intercambio constructivo de pareceres y la articulación de consensos; con frecuencia sólo consiguen crispar y agravar el enconamiento de las posturas. Por lo tanto, se trata de hablar para aprender y no para convencer. En otras palabras, la conversación no debe convertirse en una batalla o enfrentamiento, sino en un proceso mutuo de descubrimiento.
Tal vez, las vacaciones sean el momento preciso y precioso para poder entablar una provechosa conversación con aquellas personas que nos rodean: mirándonos a los ojos, oyéndonos con plenitud, sin las presiones del trabajo, sin la tiranía del celular, con un mate o tereré de por medio, con la "guardia baja", sin ánimo de batallar, con ánimo de encontrarnos con y en los otros.