Por Graciela Ribles
Por Graciela Ribles
Me bajo del auto y con pasos largos cruzo la calle. Un insulto explota en mi boca, desde la puerta de la Empresa Provincial de la Energía comienza una fila de gente que dobla en la esquina.
Un empleado reparte los números. Tener que salir del trabajo por este trámite es culpa de Nicolás. Ayer, le puse en el maletín la factura de la luz y la plata, pero se olvidó de pagar y era el último vencimiento.
"Este pibe tiene la cabeza en otro lado", pienso. Me pesan los expedientes, los lentes se me empañan con el barbijo. Para colmo, un viejo me vio cara de testigo de Jehová y me está dando charla desde que llegué.
El tablero electrónico marca el número 17 yo tengo el 23. Mi número aparece en la pantalla, entro al box una joven de pechos grandes con un escote que no esconde nada, me pregunta por qué trámite vengo.
―Necesito actualizar la factura―le digo.
―Decime DNI del titular por favor―me contesta.
Le doy el DNI de Nico. La empleada mira el documento, sonríe y le da un beso a la fotografía. Se me caen la cartera y varias carpetas.
―Vos debes ser Cecilia la hermana de Nicolás, él siempre cuenta lo unidos que son y cómo se apoyan, se nota que te quiere mucho. Yo soy Pilar, su novia, hace seis meses que salimos―dice la empleada.
La marca que dejan las uñas en la palma de la mano es el único indicio de mi furia. La conversación entre nosotras es breve, le pido a Pilar que no le diga a Nicolás de este encuentro ya que le daremos juntas una sorpresa más adelante.
Tomo la factura actualizada, salgo de la EPE, cruzo la plaza, entro al banco y la pago. Vuelvo al auto, tiro los expedientes en el asiento de atrás y conduzco hasta el departamento. Antes paso por el supermercado a comprar ese salame piamontés picado fino que tanto le gusta a Nico.
Llego a casa, voy a la cocina y corto en tiras el salame, en la bandeja también pongo maní y papas fritas. La puerta de calle se abre es Nicolás
―Mi amor llegué―dice.
Dándole la espalda descorcho una botella de cabernet sauvignon. Con un certero golpe clavo la cuchilla en un trozo de queso. La mezquina tela no oculta mi cuerpo desnudo, sonriendo me acerco y le ofrezco una copa de vino.