Las Paso santafesinas, como las Paso y las finales cordobesas desdobladas, confunden a los analistas porteños acostumbrados a la creencia, con pocas dudas, con mucha fe, casi dogmáticos, que el país es tal y como ellos lo cuentan. Como ellos creen que es. Sobre creencias, ya se sabe, es poco lo que se puede hacer. Las cuestiones de fe son inquebrantables, insondables, indiscutibles.
La frase del candidato electo en Córdoba, Martín Llaryora, los enfureció y les dio espaldas para malabares sobre los arrabales de la noticia: ganó el peronismo con gente que viajaba poco a Buenos Aires a los programas confortables. El gobernador electo tiene atrasos en la información lateral sobre el sitio de reunión de los "pitucos", un argentinismo bastante arcaico por cierto, pero que se entiende. Basta decir que, allá por la década de los años 40, Alberto Castillo tuvo el éxito máximo de unos carnavales cantando un tango donde decía: "Qué saben los pitucos, lamidos y shushetas (…)".
Llaryora y su lenguaje no llegó a Landrú (Colombres) y los del Petit Café. Podría adjetivar que son "petiteros". Sería tan anacrónico y claro como el vetusto "pituco". Es una sugerencia. Las clases altas, con sus modos, usos y costumbres, andan por los "countries", barrios cerrados y extraños boliches de San Isidro, Pilar, Tigre y Puerto Madero,… por citar sitios que sirven para encuentros en los que, se sabe, en algún momento comentarán la realidad nacional según el pequeño ombligo donde están parados.
Unitarios hasta el caracú somos los argentinos, así vivimos. Nuestros diputados nacionales viven con esos reflejos capitalinos. Cada tanto lo advertimos pero como en el poema de Horacio Ferrer ("a su madre mira, yira que te yira, pero no la quiere ver…"), no lo queremos ver. El subsidio a los colectivos, con los diputados nacionales cordobeses, mendocinos, santafesinos y tucumanos jugando para la alegría sería diferente.
Hablando de referencias musicales: "¿Qué saben los pitucos, lamidos y sushetas, qué saben lo que es tango, qué saben de compás? / Aquí está la elegancia, que pinta, que silueta, que porte, que arrogancia, que clase pa'bailar". Éxito fenomenal del cantor Alberto Castillo. Autores: Elías Randall y Marvil, escrito en 1942.
En cuanto a qué se decía cuando se decía "pituco", lo podemos ver en la nube: "Según historiadores y especialistas en lenguajes urbanos, la definición de 'pituco' significa 'presumido', y se utilizaba para calificar a una persona que pertenece a la clase alta de la sociedad. La noción también puede aludir a quien pone mucho esmero a la hora de arreglarse y suele presumir de su elegancia". Wikipedia acude en ayuda de la memoria y eso se transcribe.
Esto es así desde hace tantos años que el gobernador electo atrasa en las calificaciones y en sus enojos; es real, pero la calificación, en el justo enojo, le quita trascendencia a un punto: Córdoba no obedece a Buenos Aires, con lo que eso duele… en Buenos Aires. Sobre tal demostración de independencia suelen tomar venganza.
No hay mucha aflicción, Córdoba sabe defenderse. La más alta y pura envidia provoca a la provincia de Santa Fe el volumen de emprendimientos que, en cuarenta años de democracia, ha tenido Córdoba, en contraposición a lo exiguo de la obra pública nacional en la provincia de Santa Fe.
El yerro en la expresión no quita certeza a lo que resulta tan indignante como doloroso para quien se toma en serio cuestiones muy serias. Unitarismo. El punto central de lo que se vio y se comentó es que a los columnistas de las Casas Centrales les importa cerrar según el cómo y el cuándo de la mirada "porteñocéntrica" (un neologismo) de la política argentina.
Hay una concepción que ahora aparece descubierta. Todo debe referir, es un imperativo, es una orden, al cuidadoso eje de la planificación central. A su modo, un Carl Smith mediático con amigo/enemigo claramente explicitado. Se enojan, vituperan y ridiculizan a un gobernador electo simplemente porque no era lo esperado y planificado desde el ombligo del país.
Esta forma tan cerrada de informar se convierte en una deformación inevitable. El sesgo quita el centro de la ruta, se ve al través según una amplitud visual que tiene poca abertura y, por consiguiente, nada de apertura. El asunto, en la provincia de Santa Fe, tuvo su ramalazo y las consecuencias visibles. Una figura mediática, con una carrera de tal característica (mediática, panelista, comentarista, con posibilidades de ascender y llegar a conductora alguna vez) fue ofertada como precandidata a senadora nacional. Del modo que se quiera contar es eso, un cuento: ganó su interna.
En las generales para senador nacional la provincia de Santa Fe ofertaba un comentarista deportivo y una panelista de programas porteños. Ganó la panelista, segundo el comentarista deportivo. La panelista Carolina Losada le ganó al comentarista deportivo Marcelo Lewandowski, también senador nacional por la minoría. La diferencia estuvo en votos radicales del norte de la provincia.
No se había asentado la polvareda de tal hecho cuando ambas figuras fueron ofertadas nuevamente, esta vez para la gobernación de la provincia de Santa Fe. Dentro del frente oficialista el resto de los candidatos contra Lewandowski no le quitaron mucho relumbrón a quien aspiraba a la candidatura, pero los votos emitidos demuestran que entusiasmo general no provocó.
En el frente opositor, el fenómeno mediático que fue la candidatura de Carolina Losada, en su momento electa mayoritariamente como senadora nacional, se vio contrastado con un candidato provincial con desarrollo territorial y nada, tal vez muy poco (pero seguiría usando el absoluto), nada de exposición mediática nacional.
Losada lo insultó y acusó públicamente, remedando los insultos del cordobés Luis Juez, que perdió en Córdoba con tantísimas apariciones en los programas porteños… intentando, creo que por última vez, la obtención de la gobernación de su provincia mediante el enojo con el opositor. No la obtuvo.
Maximiliano Pullaro, que de él se trata, no contestó los agravios. Para pensar: ¿Qué hacemos con los agravios como eje de una campaña política?... Tanto Juez como Losada fueron con fuertes epítetos, ampliados en los programas porteños, contra candidatos territoriales. Ambos perdieron.
Es necesario indicar algo: los votos de la oposición al peronismo se acercan al millón. De mantenerlos en esa cifra, el candidato Pullaro empataría o superaría a Reutemann. De hecho, sería el próximo gobernador electo el 10 de setiembre. Insistimos, de mantenerse estas diferencias o disminuirse en números que no lleguen al asombro o al milagro.
Lewandowski, el pre candidato, ahora candidato por el oficialismo provincial reunió, en términos gruesos, medio millón de votos. De no mediar sorpresas, que las hay, claro que las hay, debería disminuir aquel millón y aumentar este medio millón. Todo es posible, hay entre un 35 y 38 por ciento de personas que no votaron el 16 de julio pasado en Santa Fe. En algunos departamentos el número supera al 40 por ciento. Es un faltante considerable.
Lo que indica, con más silencio que el cordobés, acaso porque todavía no es electo, que el triunfador de las primarias en Santa Fe no era un habitante a tiempo completo de los programas políticos de las Casas Centrales de Televisión, pero que se suma al titular de la provincia mediterránea. No ganó con los elogios porteños. Todavía no ha usado un adjetivo calificativo vetusto o "demodeé" para referirse a Buenos Aires y la "tele política". Esperemos.
Aún en Rosario, donde la televisión porteña hace estragos frente a las programaciones locales, que triunfara en las internas un hombre que tiene más territorio que mediatización nacional obliga a refundamentar las campañas, los eslóganes y los enfoques. Ni el odio, ni el insulto y la descalificación sirvieron; tampoco el exceso de exposición de tal característica: mediática. No pueden escaparse del análisis. Los votos mandan. Algo faltó, algo sobró y claro: son diferentes. No sirvió viajar a Buenos Aires mañana y noche… o quedarse a vivir allá. No sirvieron los elogios de los cronistas porteños.
Las dos provincias marchan a destinos parecidos con ejecutores diferentes (en realidad no son asimilables, por así decirlo, el gobernador electo en Córdoba y el posible gobernador de Santa Fe), pero los une un elemento que se debe considerar: territorio antes que pantalla. Hay algo más que se debe valorizar y revalorizar: extensa militancia como un visible CV. Ambos territorios ofertan gobernantes con antecedentes en la gestión pública, no en un debate televisivo de muchos sobre cualquier cosa, tampoco integrar un panel nocturno o resolver la discusión sobre un gol en "orsai".