Por Susana E. Dalle Mura
Por Susana E. Dalle Mura
“Los que roban a un particular pasan la vida entre esposas y grilletes; los que roban al Estado, entre oro y púrpura”. Marco Porcio Catón (citado por Aulo Gelio, Noches áticas 11,18,18). “La corrupción está santificada por la costumbre, liberada de toda ley”. Hace más de dos milenios, Plauto, el primer gran autor de comedias romanas, escribió este texto satírico para denunciar la corrupción generalizada en la que estaba inmersa la República romana de la época clásica. Son antiguas palabras pero a la vez actuales, y evocan la degeneración de un sistema que se alimentaba de los botines conseguidos en las guerras de conquista, y acaparados por los miembros más destacados de una élite senatorial. En tiempos de Publio Cornelio Escipión y de Catón, la temperatura extenuante del debate político y social por causa de la corrupción, ya socavaba los cimientos de la República romana y la llevaría paulatinamente a la destrucción. Dejando de lado la antigua Roma y volviendo a nuestra época y continente podemos decir que la Argentina mejoró tres puestos en este flagelo. Mientras el Uruguay, Chile y Costa Rica sobresalen como los países menos corruptos de toda América Latina. Nuestra socia del Mercosur, Venezuela, tiene el privilegio trágico de ser el peor de los países en el tema. Está en el puesto 169 a nivel mundial. La Argentina continúa con avances en la lucha contra la corrupción, aunque está muy lejos de los números deseados, según el Índice de Percepción de la Corrupción publicado recientemente por la organización Transparencia Internacional (TI). La Argentina, con 39 puntos, se encuentra en el puesto 85 a nivel mundial y en el puesto 16 entre los 31 países de América del Sur y del Caribe. Es uno de los países que presenta notables mejoras, aunque desde TI insisten en comentar estos datos con cautela.
El mundo
El índice, que clasifica a 180 países y territorios de acuerdo con los niveles percibidos de corrupción en el sector público, usa una escala de 0 a 100, donde 0 es altamente corrupto y 100 es muy poco corrupto.
Un año más, Uruguay (puesto 23), Chile (26) y Costa Rica (28) son los países de la región mejor situados en el ranking sobre percepción de la corrupción y Venezuela (puesto 169), Nicaragua (145) y Guatemala (143) los tres peor ubicados.
Desde Transparencia Internacional, una Organización No Gubernamental, destinada a promover medidas contra crímenes corporativos y corrupción política a nivel global, precisan que la mayoría de los gobiernos de América Latina tienen pendientes cuestiones clave como el financiamiento de los partidos políticos y las campañas electorales, las contrataciones públicas o las reformas de los sistemas judiciales.
El reporte anual que elabora esa ONG se basa en opiniones de expertos sobre la corrupción en el sector público. El resultado es un ranking de países ordenados por una puntuación que va de 0 a 100. En el año 2017, el ranking incluyó a 180 países. Nueva Zelanda es el país que encabeza el listado de países más “limpios” al sumar 89 puntos de 100 posibles. Le siguen Dinamarca, con 88 puntos, y terceros figuran Finlandia, Noruega y Suiza con 85.
En la parte baja de la tabla se encuentra Somalia, un país que por undécimo año consecutivo obtiene el peor resultado del índice con apenas 9 puntos. Este último es el país más “sucio” en materia de corrupción.
La región
Más de dos tercios de los 176 países y territorios en el índice de 2016, caen por debajo del punto medio de la escala de 0 (muy corrupto o sucio) a 100 (muy limpio). El puntaje promedio global es de 43. En América Latina fueron 11 Estados los que obtuvieron una nota menor que el año anterior, (Nicaragua, México, Honduras, República Dominicana, Ecuador, Bolivia, Perú, El Salvador, Panamá, Chile y Uruguay). Sin embargo cinco países mejoraron su puntuación, (Haití, Paraguay, Argentina, Brasil y Costa Rica). Todo esto a pesar de los escándalos de corrupción del caso Lava Jato en Brasil y de sus vinculaciones al resto de los países de la región. Por otro lado en Panamá, el escándalo de los Panamá Papers no menguó el puntaje sobre la percepción de corrupción que se tiene en ese país. Los líderes siguen siendo Uruguay y Chile, que a pesar de haber caído algunos puntos, siguen como los menos corruptos de la región. Lo contrario, acontece con Venezuela que por quinto año consecutivo viene ocupando el último lugar del ranking.
La corrupción y sus efectos
Algunos gobiernos nacidos del voto popular en América Latina fueron perdiendo legitimidad por el fracaso económico y político, así también por la idea de que la democracia está asociada a la corrupción, la pobreza y la violencia. La democracia debería ir más allá del mero acto comicial y crear mecanismos para fomentar la participación y control permanente de todos los actores involucrados. El destino de la democracia estará determinado, sobre todo, por el equilibrio entre sus virtudes políticas y sociales. Es difícil que se supere esta situación mientras se incumpla con las promesas electorales y exista una corrupción generalizada. La mejor fórmula de estabilidad política seguramente siempre será que los individuos que componen la sociedad puedan ver los resultados concretos y tangibles de la democracia y de las virtudes públicas, con ausencia de corrupción en las instituciones. La prensa libre, tanto en nuestro país como en la región, despertó la conciencia sobre el enriquecimiento ilícito de funcionarios y el manejo irregular de los fondos públicos en las últimas décadas. La impunidad en la materia no es una cuestión coyuntural sino estructural y endémica en la que las causas duran décadas y muchas permanecen sin condena. Los ciudadanos latinoamericanos deberán involucrarse en el combate a la corrupción para fortalecer la democracia regional. El fenómeno de la corrupción es complejo y para lograr avances necesitaremos: una mayor participación ciudadana, educación en valores, medios adecuados de control público y privado en asociaciones, fundaciones, organizaciones no gubernamentales y gubernamentales; cumplimiento de la ley de ética pública y transparencia, con libre acceso a la información, sea con medidas preventivas y ante su fracaso la aplicación de sanciones; un Poder Judicial especializado y con medios tecnológicos avanzados para penalizar estos delitos complejos pero, fundamentalmente, la libertad de los medios para investigar y denunciar. Nuestros ciudadanos deberán ser comprometidos y protagonistas en este tema en aras de salvaguardar la supervivencia de las instituciones de una sana y vigorosa República, sin el flagelo de ese mal perverso que es la corrupción política, económica y social. Para finalizar deseo compartir dos textos sobre la corrupción greco-romana, ambos interesantes y aleccionadores sobre la antigüedad y vigencia del tema; el primero de Platón y el segundo de Plauto:
“—Por este azote entiendo esa muchedumbre de personas / pródigas y ociosas, unos más valientes que marchan a la / cabeza, y otros más cobardes que les siguen. / Hemos comparado los valientes a los zánganos armados de aguijón, / y los cobardes a zánganos sin aguijón.
—Me parece exacta esa comparación.
—Estas dos especies de hombres causan en el cuerpo / político los mismos estragos que la flema y la bilis en el / cuerpo humano. Un legislador sabio, como médico hábil / del Estado, tomará respecto de ellos las mismas precauciones / que un hombre, que cuida las abejas, toma respecto a / los zánganos. Su primer cuidado será impedir que entren / en la colmena, y si a pesar de su vigilancia se le escurren / dentro de ella , procurará destruirles lo más pronto posible así como las celdillas que han infestado”. Libro VIII de La República.
“Pues, en una ciudad donde las costumbres son cada vez más corruptas cada día, en la que es imposible distinguir los verdaderos amigos de los traidores, en la que se te arrebata lo que más quieres, es una ciudad en la que, ni aunque te nombraran rey sería deseable vivir” . Plauto Mercader, 838-841 del libro “Corrupta Roma” de Pedro Ángel Fernández Vega (2017).
La mejor fórmula de estabilidad política seguramente siempre será que los individuos que componen la sociedad puedan ver los resultados concretos y tangibles de la democracia y de las virtudes públicas.