Gabriel Rossini
Con el contexto de una jornada recordatoria sin anuncios para el sector, el presidente de la Unión Industrial de Santa Fe dijo que “estamos transitando por un lento y sostenido exterminio industrial”. La perspectiva histórica y la necesidad de un urgente cambio de enfoque.
Gabriel Rossini
Como pocas veces en la historia reciente, el Día de la Industria Nacional pasó sin el anuncio de alguna medida destinada a paliar la grave crisis del sector, que atraviesa una importante caída de la actividad -la capacidad instalada opera al 50 por ciento- y pérdida de empleos, que ya supera largamente los cien mil.
Según las estadísticas oficiales, la retracción de la actividad en los meses de mayo, junio y julio, llevó el acumulado de los primeros siete meses del año a cero, producto de la devaluación, la suba de la tasa de interés, la baja del consumo interno, la apertura indiscriminada de las importaciones y la aceleración de la inflación. La dinámica de “caída libre” permite pensar que finalmente el retroceso de este año rondará el 3 por ciento.
El presidente de la Unión Industrial de Santa Fe habló de “desastre productivo” durante la “celebración” por el Día de la Industria Nacional. Dijo que “estamos transitando por un lento y sostenido exterminio industrial” y recordó que “cuando a la industria nacional le fue mal, al país le fue mal”.
En el mismo sentido, el informe que elabora el Instituto de Investigaciones Económicas de la Federación Industrial de Santa Fe revela que la situación en nuestra provincia adquirió una inusitada gravedad, ya que en mayo de 2018 había 244 industrias menos que en el mismo mes del año anterior (-4%) y 441 menos que en mayo de 2015 (-7,2%).
La situación es muy difícil y la devaluación, que los voceros oficiales aseguran servirá para hacer más competitivas a las industrias regionales, apenas si ha beneficiado a un pequeño puñado de empresas vinculadas a la exportación cuyos titulares, aún así, creen que en unos meses la inflación los volverá a poner en la misma situación en que estaban antes. Por otro lado, empresas vinculadas a la construcción y a la maquinaria agrícola han recibido una gran cantidad de cancelaciones de operaciones en los últimos meses, lo que las puso al borde de la paralización.
Pero más allá de hechos puntuales, el problema de fondo es que ideológicamente Macri y sus funcionarios están más cerca de la propaganda de las sillas que se rompían cuando alguien se sentaba (que el gobierno militar difundió para atacar a la industria nacional), que de quienes piden un programa que atienda a la producción propia. Avalar tasas de interés del 60 por ciento revelan el orden de prioridades.
Cambio de lógica
Por eso la situación no va a mejorar hasta que cambie la lógica económica y las políticas estén dirigidas a incentivar la producción y el empleo, y a desalentar la especulación financiera. Para eso se necesita reactivar el mercado interno, que representa más del 70 por ciento del PBI del país, vía la mejora del poder adquisitivo de los salarios (y no a la inversa, como pasa ahora).
Las inversiones productivas, en forma de lluvia o como sean, sólo vendrán si hay mercado que las justifique. Nadie invierte para no vender. Y para eso antes hay que “generar” consumidores, porque no existe una economía sin consumidores. También confianza y certidumbre, porque no hay manera de avanzar con el estrés diario de la crisis cambiaria y de las marchas y contramarchas de la conducción económica, que un día saca las retenciones, al poco tiempo las reinstala, se apropia del Fondo Soja sin avisarle a nadie o anuncia de un día para el otro que no pagará más los subsidios al transporte o la tarifa social (medida que también ahora quedó en suspenso).
Tampoco se saldrá de esta situación con políticas contractivas en un contexto de recesión económica. De situaciones recesivas se sale con políticas expansivas y no, como propone el gobierno, a través de un ajuste que activará un circulo vicioso de menor actividad, que hará caer la recaudación y acarreará luego otro ajuste más para pagar lo comprometido, y así todo el tiempo. Cualquier experiencia histórica lo demuestra.
Para el presidente, dos hechos permitirán salir de la crisis: acordar con los gobernadores un presupuesto con déficit cero y el apoyo del FMI. Ambas cosas seguramente conseguirá, aunque no tan fácilmente como se informa. De todas maneras, no hay que olvidar que el 30 de julio de 2001 el Congreso Nacional sancionó una ley de déficit cero pedida por el entonces ministro Domingo Cavallo.
Sería bueno terminar con las excusas -el mundo, la suba de tasas, la lira, el real, etc.- para ponerse al frente con decisiones claras y contundentes, que despejen las dudas y recuperen la confianza de una sociedad emprendedora, sofisticada, culta y compleja, que está acostumbrada a superar con organización y participación situaciones más difíciles que la actual.
Ante los industriales nacionales, el presidente volvió a insistir con un argumento que, como eslogan de campaña, repiten todos los dirigentes del oficialismo y economistas que simpatizan con él respecto a que la situación actual del país es consecuencia de 70 años de desmanejos fiscales e incumplimientos de los contratos. Se trata de una afirmación que fácilmente desmiente la historia.
Juárez Celman y Pellegrini
Entre los años 1884 y 1890 el país vivía una euforia producto de la expansión económica como consecuencia de la ampliación de la frontera agrícola y la expansión del ferrocarril. El gobierno nacional, para financiar el gasto público, tomó como deuda el equivalente al 11 % de los bonos que por entonces se emitieron en el mundo, lo que representaba en términos per cápita entre 7 y 8 veces más que en la América del Norte. La élite gobernante aseguraba que se iba a pagar con los frutos de un crecimiento más rápido en el futuro.
El presidente Juárez Celman habilitó un mecanismo de especulación que aumentó de manera descontrolada la deuda externa, hasta que los acreedores pusieron en duda la capacidad de repago, lo que provocó una huida hacia el oro, la reserva de valor de la época. Se vendieron algunas líneas de ferrocarriles y se privatizaron servicios públicos, pero la crisis siguió su curso y en 1889 se tomó la decisión de pagar parte de la deuda con papel moneda y no con metálico, lo que hizo perder definitivamente la confianza de los acreedores.
Por entonces, tal como lo recuerdan Pablo Gerchunoff y Lucas Llach en el libro “El ciclo de la ilusión y el desencanto”, el corresponsal de la revista The Economist escribió lo siguiente: “La pretensión del gobierno argentino es un oportuno recordatorio de que no es fiable en sus tratos con sus acreedores, y está bien que los inversores tengan muy presente este hecho, ya que parece que no tardarán mucho en intentar conseguir dinero aquí...pero la reciente demostración de su falta de fiabilidad, de la que son un ejemplo tanto sus tratos con los tenedores de bonos como su negativa a respetar sus propias leyes, deberían hacer que los inversores se mostraran poco dispuestos a responder a nuevas apelaciones”.
Al año siguiente Juárez Celman renunció y asumió Carlos Pellegrini que, entre otras cosas, se propuso evitar que el país se convirtiera sólo en una “granja de las grandes naciones manufactureras” e impulsó un fuerte desarrollo de la industria nacional, porque “sin industria no hay Nación”.
Para el presidente, dos hechos permitirán salir de la crisis: acordar con los gobernadores un presupuesto con déficit cero y el apoyo del FMI. Ambas cosas seguramente conseguirá, aunque no tan fácilmente como se informa.
Según las estadísticas oficiales, la retracción de la actividad en los meses de mayo, junio y julio, llevó el acumulado de los primeros siete meses del año a cero.
Las inversiones productivas, en forma de lluvia o como sean, sólo vendrán si hay mercado que las justifique. Nadie invierte para no vender. Y para eso antes hay que “generar” consumidores.