I
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Alguna vez leí que uno de los rasgos distintivos de la modernidad, es que las personas creen o suponen que les ha tocado vivir en el período más oscuro de la historia. No sé cuánto hay de cierto en esta aseveración, pero me consta que muchos argentinos están convencidos de que es así. Como dice un antiguo refrán, el destino ha decidido que nos toque bailar con la más fea. Yo no estoy tan seguro de que sea así. Los que cargamos con muchos años sobre las espaldas, sabemos que en cada período histórico hemos creído que estábamos hundidos en lo peor. Argentina no está pasando por un buen momento. Eso es más que evidente. Hace rato que venimos de mal en peor. Nos acechan diversas desgracias, algunas reales, otras imaginarias, pero lo cierto es que no hay muchas razones para creer que vivimos en el mejor de los mundos. Sin embargo, en otros tiempos también hemos creído que estábamos al borde del abismo o rodando cuesta abajo. A decir verdad, no conozco una época en la que no nos hemos quejado. Por supuesto que razones no faltaban para quejarse, pero lo que intento destacar es que los problemas que hoy nos acechan son serios, en algún punto graves, pero no nos vamos a precipitar al infierno. En el país que en los años setenta nos dimos el lujo de votar a Cámpora, designar a un rufián como Lastiri presidente provisional, votar a Perón para luego someternos a Isabel, mientras las balas silbaban y las bombas estallaban a nuestro alrededor, una crisis financiera o de liderazgo político no debería hacernos perder el sueño. En la Argentina que sobrevivió a una dictadura militar, que después de precipitarnos en un baño de sangre se le ocurrió jugar a los cowboys en las Malvinas, los problemas que nos agravian en la actualidad son serios, pero no muy diferentes a los que nos agobiaban en otros tiempos. Sobrevivimos a Onganía, sobrevivimos a Isabel, sobrevivimos a Videla. Bien podemos sobrevivir a Cristina, Alberto Fernández y Massa. No quiero relativizar nuestros actuales padecimientos, pero intento ponerlos en perspectiva histórica y, sobre todo, por usar una palabra algo anacrónica, existencial.
II
No sé quién va a ganar las elecciones Paso en Juntos por el Cambio. Puede que Patricia, puede que Horacio. O qué porcentaje obtendrá Grabois para, supuestamente ponerle límites a Massa. No sé nada de las posibilidades de Javier Milei, pero me atrevería a afirmar que va a sacar muchos votos. Tampoco estoy seguro de quién será el nuevo presidente, aunque dispongo de buenas razones para sospechar que no será peronista. Mis dudas incluyen algunas certezas. Por ejemplo, que no habrá milagros. No tengo dudas de que el político, sea del signo que sea, nos diga que con la llegada de él al poder se inicia un tiempo dorado, nos está mintiendo. Salir del actual pantano reclama esfuerzo, creatividad, paciencia y lucidez. El que diga lo contrario es un farsante, un demagogo o un idiota. El peronismo posiblemente será derrotado en estas elecciones, pero el desafío de la oposición será probar que es posible un destino histórico que no incluya la lógica populista del peronismo. ¿Podrán hacerlo? No lo sé: espero que puedan hacerlo, pero veremos qué nos impone la realidad. Insisto en que no habrá milagros, que hacia el futuro nos aguardan tiempos difíciles. Lo que importa saber es si estos tiempos difíciles son el anticipo de un tiempo de prosperidad o justicia o continuaremos enredados en esta tortuosa decadencia en la que nos ha enredado el populismo.
III
El peronismo podrá ser derrotado en las elecciones, pero no sé si el imaginario popular que construyó el peronismo en las últimas siete décadas, logrará desvanecerse. Está claro que en los últimos años ha perdido posiciones. Fue derrotado en las urnas; más de una vez fue derrotado en las calles, pero queda por saber si esa lógica fundada en la concentración del poder, en un orden económico anacrónico y corrupto, en una cultura decadente y disoluta, logrará ser derrotada. El peronismo es una propuesta electoral, pero es mucho más que eso. El peronismo son los sindicatos corporativos y mafiosos, los capangas feudales que viven de las regalías y la coparticipación, la cultura miserable del pobrismo, los privilegios de una burguesía rentística y el saqueo de funcionarios voraces. El peronismo es el despotismo de Insfran, la prepotencia de Moyano, el liderazgo de una Cristina condenada por corrupta por los jueces, la promiscuidad moral de una burguesía modelada en el estilo de Samid o Manzano, los privilegios prepotentes de los jóvenes viejos de la Cámpora y la mafia crapulosa del Conurbano. Ese peronismo posiblemente sea derrotado este año, pero una derrota en las urnas no significa una derrota en las estructuras reales e íntimas del poder.
IV
Sergio Massa es el candidato que el peronismo se merece en la actual coyuntura. A algunos les podrá gustar más o menos, pero él reúne las virtudes necesarias de un peronista en la actual coyuntura. Con sus defectos y habilidades. Es vitalista, audaz, farsante, inescrupuloso, temerario y desvergonzado. Sus "virtudes" modelan al peronista ideal en tiempos de decadencia. A no llamarse a engaño. En la Argentina que nos toca vivir no debería asombrarnos que un personaje como Massa sea presidente. Los argentinos somos talentosos en los aciertos, pero exquisitos en los errores. Si una mayoría lo votó a Alberto Fernández, y algunos cientos de miles de argentinos idolatran a una rea condenada por la justicia, bien podría ocurrir que otra insospechada y empecinada mayoría vote a Massa incluyendo en el voto a Malena y a Moria. Como los vampiros de Transilvania, el peronismo resucita de sus cenizas porque para bien o para mal el peronismo está incorporado a nuestra cultura, a nuestros hábitos, a nuestras tradiciones, a nuestros vicios. Lo escribí alguna vez: el peronismo es la reencarnación del Viejo Vizcacha en nuestra historia. Con su arribismo, su simpatía, su picaresca, su corruptela, su instinto popular, su pulsión para acomodarse con el poder y eludir los rigores de la ley. No estaba equivocado John William Cooke cuando aseguraba que el peronismo es el hecho maldito del país burgués. Ese talento para dañar presentándolo como virtud, esa pulsión para precipitarnos a la decadencia con marchitas, estandartes, mitos y épicas trasnochadas.
V
Sergio Massa no es diferente a Alberto Fernández. Se parecen como dos gotas de agua. Y si alguna diferencia hay, debemos rastrearla en la capacidad de uno y otro para mentir, para sacar ventajas (Ventajita) y para someterse con similar humillación a la jefa, a quien, dicho sea de paso, si pudieran traicionar no vacilarían en hacerlo, porque la palabra "traición", es uno de los vocablos preferidos de su vocabulario. Juan Grabois es su rival interno. A decir verdad, no se sabe si intenta derrotarlo o intenta legitimarlo. De todos modos, los que tenemos memoria sabemos que la denominada izquierda peronista (para muchos un oxímoron) dispone de una exclusiva disposición para ser sacrificados por sus jefes. Por lo menos desde los tiempos de Perón y la Triple A, así se vivieron o se padecieron los acontecimientos. Perón los trató de imbéciles. Tal vez no estaba equivocado.