Siempre había oído mentar/que ante la ley era yo,/igual a todo mortal. Pero hay su dificultad/en cuanto a su ejecución.
Con su situación procesal como absoluta prioridad, Cristina Fernández se concentra en deslegitimar al Poder Judicial. Pero pone en evidencia su doble rasero.
Siempre había oído mentar/que ante la ley era yo,/igual a todo mortal. Pero hay su dificultad/en cuanto a su ejecución.
Alfredo Zitarrosa, "La ley es tela de araña".
En el curso de otra semana que tuvo a los argentinos en vilo por la crisis económica, la vicepresidenta volvió sobre una de sus obsesiones recurrentes: el Poder Judicial, y particularmente la Corte Suprema de Justicia. Órgano al que, quizá para dar un anclaje un poco más a tono con la realidad del país, ahora culpó por "la inflación, la pobreza y el desempleo".
No es la única contradicción de la excesiva pieza retórica audiovisual que publicó en sus redes. Por el contrario, quizás como nunca, esta vez puso de resalto las inconsistencias y tergiversaciones del relato con que enfervoriza a sus seguidores, y también el doble rasero que aplica a todo lo que analiza. Un somero repaso permite conceptualizar e identificar claramente algunos de esos núcleos.
La Corte menemista. La construyó en su momento Carlos Menem añadiendo 4 ministros afines a los 5 que conformaban el Tribunal, generando con la combinación una "mayoría automática" de 5 votos. Con la amenaza de juicio político, Néstor Kirchner consiguió que tres de ellos renunciaran y otro fuera removido. Cristina consintió en su momento la maniobra de Menem, la denostó luego, y ahora busca reproducirla, llevando el número de ministros a 25.
La Corte ejemplar. Es aquella que fue construida por Néstor Kirchner, pero porque tuvo el consenso de las demás fuerzas políticas. Y porque para ello buscó candidatos idóneos y prestigiosos. Entre ellos, los que conforman la mitad de la conformación actual de la Corte. Y también otro proveniente de la integración original, como Carlos Fayt, perseguido insistentemente para que dejara su cargo durante la gestión de Cristina.
La decadencia. El relato ubica el inicio de la metamorfosis en el momento en que Macri pretendió nombrar por decreto a Rosatti y Rosenkrantz. Tal cosa nunca pasó, y juraron recién cuando tuvieron el acuerdo del Senado, peronistas incluidos. Pero para los seguidores del discurso de la vice, ese pecado original se extiende a los magistrados, porque "tenían intención" de aceptar. O algo así (el catecismo kirchnerista solo perdona a los fieles; a los herejes, ni justicia).
Para Cristina, este episodio la encuadra en la "persecución política, judicial y mediática" que aqueja al subcontinente, omitiendo que las causas que hoy la desvelan tuvieron inicio cuando ella todavía estaba en el poder, y no durante el paréntesis macrista.
El siguiente ítem de este apartado consiste en opinar sobre (y desautorizar) la manera en que la propia Corte elige a sus autoridades. Cuestión que parece no estar reservada al órgano en cuestión, sino sometida a control político y "ético" externo.
La Corte de los cuatro. Se trata de un cuerpo menguado, con miembros condicionados por algo llamado "el poder real"; esa coartada pergeñada por el kirchnerismo para cuando está en el poder. La "apretabilidad" de los ministros deriva, establece, de una serie de presuntos ilícitos, convenientemente denunciados en causas que (al menos hasta el momento) no han prosperado. Pero que, en este caso, a diferencia de los suyos, escapan a la sospecha de eventual "persecusión" o artificio.
Cuestión de legitimidad. Tras un meticuloso repaso de casos que, a su entender, demuestran el "plan canje" que funciona en la Justicia federal (donde ella tiene el récord de designaciones, con 251 magistrados, incluyendo algunos que ahora intervienen en sus causas), expone que "nada puede funcionar en un país si carece de un Poder Judicial que tenga legitimidad. Legitimidad que sólo se logra a partir de la credibilidad y el respeto que sobre sus decisiones tenga la ciudadanía". Al fin y al cabo, doble rasero mediante, de eso se trataba.