I
I
Cuando la Señora Cristina anunció que no sería candidata a nada, muchos supusieron que lo hacía movilizada por la furia que le había suscitado la condena a seis años, pero que, no bien pasado el mal trago, la compañera volvería a las andadas. Es decir, a ejercer los atributos y los dones de su insaciable ambición política. También se dijo que en realidad lo suyo era una sobreactuación, por parte de una mujer cuyos dotes histriónicos nadie desconoce, destinada a victimizarse, pero también una manera efectiva de eludir el compromiso de ser candidata con la certeza de que su caudal electoral no es muy diferente al de Menem en 2003. Final abierto. El futuro inmediato nos dirá cuáles fueron sus objetivos reales; objetivos que, dicho sea de paso, en política nunca se cumplen plenamente, porque la política es, entre otras cosas, el territorio de la incertidumbre.
II
Por lo pronto, la Señora no está proscrita. Basta de mentir. Cristina puede presentarse a todas las elecciones que quiera, incluidas las de la comisión directiva del club de bochas de su barrio en El Calafate. Es verdad, que una condena de seis años es una pesada mochila para competir en las urnas, pero siempre existe la posibilidad de victimizarse y en términos prácticos, y atendiendo a su prontuario real, más que enojarse debería estar agradecida por la impunidad que ella y sus familiares y sus compinches disfrutan. La proscripción a la Señora es un cuento chino que, además, pretende jugar simbólicamente con la proscripción de Perón, quien efectivamente estuvo proscripto dieciocho años. La maniobra consiste en todos los casos en manipular los sentimientos emocionales del populismo: a nuestros jefes históricos, los gorilas los proscriben. Ayer Perón hoy Cristina. Macri es el almirante Rojas y Patricia Bulrich sería algo así como una mezcla de María Julia Alsogaray y Norma Kennedy. En todos los casos, lo que hay detrás de todos estos artificios es el impiadoso neoliberalismo y la implacable derecha cuyo objetivo morboso y manifiesto es hambrear al pueblo.
III
Una licencia histórica me permito. Además de Perón, el que fue víctima de una maniobra del poder para dejarlo fuera de competencia electoral fue Marcelo Torcuato de Alvear; una maniobra burda e infame avalada, además, por la justicia. ¿La recuerdan? En 1931 se dispuso que Alvear no podía ser candidato a la presidencia porque la Constitución nacional prohibía la reelección. ¿Verdad o joda? El razonamiento pretendía tener la certeza de un silogismo. Alvear fue presidente entre 1922 y 1928; después fue elegido Hipólito Yrigoyen, quien fue derrocado, como todos sabemos, en 1930; luego llegó, en su carácter de dictador, Uriburu. ¿De qué violación al principio de no reelección están hablando? Sencillo, dijeron los capitostes del régimen: Yrigoyen lo sucedió a Alvear pero no terminó el mandato, por lo que ese período no debe ser contado. Y Uriburu fue un régimen de facto -que la misma Corte legitimó con una desgraciada acordada-, por lo que tampoco debe ser tenido en cuenta. Conclusión: Alvear pretende ser reelecto, motivo por el cual esta Corte, tan escrupulosa, decide que no podrá ser candidato. Parece chiste pero es verdad. No proscribían a la UCR, lo proscribían a Alvear. Los radicales, por supuesto, se calentaron ante tanta desfachatez y declararon la abstención revolucionaria. Pero no termina aquí la comedia. En 1938 el régimen le permitió a Alvear presentarse, aunque el fraude fue tan escandaloso que muchos años después, un conservador, Emilio Hardoy, que entonces era muy joven -pero muy consciente de sus responsabilidades-, en un acto público pidió, en nombre de su partido, disculpas por semejante desvergüenza.
III
Algunos juristas se han preguntado si es justo que con seis años de condena en un juicio en el que dispuso de todas las garantías, pueda presentarse de candidata a presidente. A Romero Feris, en otro contexto, no se lo permitieron. Sí se lo permitieron a Menem. A la hora de discurrir por el gusto de hacerlo, diría que a alguien que pretende ejercer la máxima responsabilidad de la nación se le deben exigir virtudes y conductas más elevadas que las de cualquier ciudadano. En nombre del sentido común, que no es el sentido jurídico, uno dispone del derecho a decir que una condenada por la justicia no puede ser candidata. Qué nadie se alarme o se alegre con anticipación: esto no va a ocurrir. Por más consideraciones que se elaboren, Cristina no está proscrita y las relaciones políticas de poder en la Argentina no lo consentirán. No sé si en el fondo esta certeza de no proscribir a Cristina, a ella la alegra, porque atendiendo los datos de lo real la victimización para la Señora sería una posible estrategia exitosa, sobre todo porque ella y nosotros sabemos que no dispone de los votos para llegar a la Casa Rosada, que con suerte y viento a favor a lo máximo que puede pretender es reiterar una estrategia no muy diferente a la que practicó en 2019: apoyar a un candidato con el compromiso de que luego se reporte con ella. El nombre que más circula para estos menesteres es el de Sergio Massa, un político que ha demostrado con creces que puede digerir una laguna desbordada de sapos sin que se le altere la sonrisa. La dificultad para consumar esta maniobra es que, como dice el refrán, "nunca segunda partes fueron buenas", pero además de las premoniciones de los aforismos, hay otros inconvenientes, como por ejemplo la presunción de que la popularidad de Massa está muy lejos de ser óptima. Siempre en el terreno de las especulaciones, habría que preguntarse hasta dónde Cristina está dispuesta a confiar en un personaje bautizado por uno de sus rivales más tenaces con el apodo de "Ventajita". Massa alguna vez dijo que a los kirchneristas los iba a meter presos. No lo hizo porque el negocio político exigía otro tipo de conducta, pero a Cristina, a su olfato paranoico, no se le debe escapar que, si las circunstancias cambiaran, Massa no tendría reparos morales para hacer efectiva su antigua promesa electoral. ¿Y Alberto Fernández? Si hablamos en serio, esta consideración ni siquiera merece insinuarse, pero como con el peronismo nunca se sabe y en la Argentina todo es posible, hasta la candidatura de este señor podría ser una de las sorpresas que nos brinda la realidad para demostrar su condición de maravillosa.
IV
Lo cierto es que Cristina no está proscrita, que el peronismo emplea esa palabra para victimizarse y que sus principales dirigentes saben que dispone de pocas chances electorales para los comicios de este año. También es verdad que por lo pronto los peronistas han decidido reportarse con Cristina, con la misma convicción con que en otro momento lo hicieron con Menem o en un pasado más lejano con Isabel. Final abierto. Un poco de mentira, un poco de simulación, un poco de azar con un cierto toque de farsa. El peronismo en su plenitud, más allá de los visibles síntomas de decadencia. De todos modos nunca está dicha la última palabra y menos con el peronismo. Se equivocan los dirigentes opositores que suponen que su victoria será arrolladora. El peronismo en la Argentina que conocemos siempre dispondrá de generosas adhesiones, adhesiones que no le alcanzarán para ganar pero les permitirá controlar provincias, intendencias, bancas legislativas y disponer de visibles e invisibles relaciones de poder.