No hay en el peronismo una dirigente capaz de convocar y despertar expectativas como Cristina. Tampoco dispone el peronismo de una oradora como ella. La dolorosa paradoja es que Cristina sabe que su liderazgo no alcanza para ganar elecciones. No alcanzaba en 2019 y mucho menos alcanza en 2023. Por eso Alberto entonces, y por eso Sergio ahora. En 2019 Alberto fue un candidato ganador; tengo mis serias dudas de que Sergio lo sea en 2023. Una derrota electoral de Cristina sería su definitiva derrota política. Si Sergio, Daniel, Wado o Agustín (en estos tiempos se ha puesto de moda designar a los políticos por su nombre), pierden, ella se las arreglará para explicar que la derrota es de ellos y no suya. Cristina sabe que el poder en un sistema político está repartido, y sabe que en ciertas circunstancias un liderazgo opositor puede ser más gravitante que un liderazgo oficialista. Sin ir más lejos, recordemos que Perón tenía más poder en el exilio que cuando recuperó el gobierno en 1973. Y era Perón. Ella misma sabe que en estos años tuvo más poder como vicepresidente que como presidente, tarea que delegó en Alberto, al que le fue como le fue, o como le está yendo. Y al respecto, no nos llamemos a engaño: si Cristina hubiera sido presidente, no habría hecho nada demasiado diferente a lo que hizo Alberto. El marido de Fabiola fracasó, no porque permitió una cena inoportuna o habilitó vacunatorios VIP, sino porque el modelo populista que el peronismo promociona llegó a su límite o agotó sus posibilidades. El populismo en el poder en sus mejores tiempos podría permitirse salvajadas mayores sin que se alterara su adhesión electoral.
Las puestas en escenas de Cristina son luminosas, ruidosas, parranderas, pero ni el estrépito ni las luces alcanzan a disimular lo que importa. Su agotamiento puede que la lleve puesta a ella, pero por ahora también se lo lleva puesto al peronismo. Tragedia, farsa o ironía, pero en el peronismo no hay ningún dirigente que le haga sombra a Cristina. ¿Kicillof? Dispone de posibilidades de ganar en provincia de Buenos Aires. Se lo puede discutir más o menos, pero hasta el momento su capital político más consistente es una virtud que no abunda en las cúpulas del poder kirchnerista: no roba. No roba, pero negociando con organismos extranjeros nos ha provocado más perjuicios que Lázaro Báez y José López. En ese contexto, a veces desolador, a veces sombrío, es muy probable que gobernadores e intendentes peronistas se dediquen a jugar al Don Pirulero, es decir, a dedicarse a atender su juego. Ese juego puede que a veces coincida con el juego de Cristina; a veces, no. Si estas diferencias se hicieran más intensas, es muy probable que el peronismo se divida. En todos los casos, y tal como hoy se presentan los hechos, unido o dividido, el peronismo está haciendo todos los méritos para salir tercero. De todos modos, "a no hacerse los rulos" (la cita no es mía), la derrota en las urnas del peronismo reducirá su poder, pero el poder real del peronismo no solo está en las urnas. Sindicatos, intendencias, provincias, cámaras empresariales, con sus punteros, burócratas y malandras, constituyen una red de relaciones consistentes que constituyen la encarnadura del "movimiento nacional". Hay que sumarle a este dato material, una cultura fundada en tradiciones, privilegios, hábitos, que conforman el denominado "sentido común" populista; un "sentido común" cuya usina principal es peronista, pero que se extiende más allá del peronismo. "Todos somos peronistas", vaticinó el General. Y tal vez, algo de razón tenía. Algo.
En su discurso en La Plata, Cristina no dijo nada que ya no haya dicho. Sus opiniones sobre el FMI, operadores económicos y mediáticos, lo dijo muchas veces, demasiadas veces. También sus ironías y algunas de sus fobias. En el combo, no estuvo ausente su antipatía a Estados Unidos y sus expectativas con China e Irán. Habla desde su liderazgo y su carisma, pero en todos los casos se ocupa muy bien de presentarse como alguien que tiene poco y nada que ver con el gobierno que ella decidió constituir vía un twitter. A decir verdad, como líder política tiene poco y nada que decir y hacer. Su discurso está en el pasado; allí residen también sus posibles glorias. Lo demás es retórica hueca y vocinglera. "Luche y vuelve", "No a la proscripción", "Operativo clamor". Lo siento por ellos, pero los datos impiadosos de la realidad nos dicen lo contrario: no habrá "lucha", y mucho menos "vuelve". Tampoco hay proscripción; y el operativo "clamor", más que un rugido de león, se parece mucho al agonizante maullido de un gatito abandonado. Después, las incoherencias y embustes. Diatribas habituales contra el FMI, mientras su candidato, que es a su vez un enemigo íntimo, no sabe qué hacer para que el FMI le dé un respiro. Respecto de la inflación, mi estimada señora, ella empezó y se consolidó durante las presidencias de su marido y la suya. Lo mismo que la deuda externa y los índices de pobreza e indigencia.
Pasando en limpio, el beneficiario inmediato del discurso de Cristina en La Plata fue Javier Milei, instalado por ella como el principal opositor o como el enemigo más temible. Milei como continuador de Cavallo, una imputación que habrá que probar, porque en principio no conozco fotos de Milei con el ministro de Menem, pero sí sobran las fotos de Néstor y Cristina, fotos en las que sobran los abrazos y las sonrisas obsequiosas. Por su parte, los dirigentes de Juntos por el Cambio se dedican a campanearla. El juego es algo más que contemplativo, porque todas las semanas nos enteramos de un aspirante presidencial más. El último que se sumó, o, mejor dicho, confirmó su aspiración, es el radical Facundo Manes. También en esta semana se incorporó José Luis Espert, avalado en primer lugar por el partido de Lilita Carrió. Digamos que, según se mire, la oposición suma candidatos, lo que genera la crítica de unos cuantos, pero bien mirado, esta suma de candidatos o de incorporaciones es el síntoma que para bien o para mal acompaña a las propuestas ganadoras. En la Argentina sabemos que las Paso son un trámite legal inevitable, por lo que no es un pecado mortal que los candidatos compitan. Nada malo hay en las internas si sus partícipes no se propinan insultos irreparables. Y cuando éstas concluyen, todos se suman al candidato ganador. Además, comparadas con las diatribas e insultos proferidos por Alberto contra Cristina y Cristina contra Alberto, y Sergio contra Cristina, las internas de las Paso parecen un inocente y bucólico juego de niños animado por Gaby, Fofó y Miliki.