Fernando Altare (*) Iglesia Brazos Abiertos
Fernando Altare (*) Iglesia Brazos Abiertos
En esta Semana Santa, la cruz de Jesús cobrará protagonismo una vez más. Millones de personas alrededor del mundo volverán a toparse en las redes sociales y en muchos otros espacios públicos con esa imagen única, que dice tanto sin necesidad de mediar palabras.
Es muy fuerte el mensaje que sale de cualquier representación gráfica que intenta mostrar al Salvador del mundo, sacrificándose por amor para cambiar el destino eterno de la humanidad. Si bien Jesús entregó su vida voluntariamente (él no usó el poder más grande del universo para impedir lo que sucedió), la historia nos marca que ese día tuvo lugar una ejecución atroz y sanguinaria.
En aquellos tiempos la crucifixión era el método elegido por los romanos para ajusticiar a quienes, de acuerdo con sus parámetros, eran criminales que merecían la muerte. Los sentenciados eran expuestos de manera vergonzosa y aleccionadora, mientras se desangraban colgados en un poste de madera vertical, donde apoyaban su cuerpo y en otro poste horizontal donde los brazos del condenado quedaban extendidos hacia los costados.
Personalmente, cada vez que pienso en la cruz no puedo dejar de detenerme en esa imagen de Jesús dando su vida con los brazos abiertos. Como si, más allá de los detalles crueles de aquella pena de muerte, el Señor quisiera con ese gesto mostrar en toda su plenitud el calibre del amor incondicional que siente por los seres humanos.
No los cerremos nosotros. La cruz terminó ratificando y confirmando lo que Jesús transmitió durante toda su vida: Dios ama a todas las personas sin distinción y está dispuesto a recibirlas cualquiera sea su condición. Hasta el peor de los pecadores (según nuestros criterios) puede acercarse tranquilo a Dios y será recibido con la más tierna y amigable de las recepciones.
A veces algunos cristianos, paradójicamente, no parecen seguidores de Cristo, ya que suelen estar más concentrados en los supuestos requisitos que alguien debe cumplir para relacionarse con Dios que en lo infinito de su amor por la gente. Como si los errores de los demás fueran más importantes que el perdón que Dios ofrece.
Si lo pusiéramos en los términos de la célebre parábola del hijo pródigo, es como si pusieran toda su atención en el discurso de arrepentimiento que el hijo viene preparando en su regreso a casa, en lugar de enfocarse en la corrida emocionada del padre para abrazar a su hijo sucio e indigno.
No estemos tan preocupados por los cambios y las transformaciones que deben ocurrir en las personas; ese no es nuestro trabajo. Pongamos en cambio lo mejor de nosotros para facilitar que los demás se encuentren con ese Padre del cielo que te da un abrazo sanador y te llena de perdón, derribando todos los prejuicios y argumentos.
En la Biblia los evangelios nos relatan con toda claridad la manera en la que Jesús fue realmente inclusivo, tratando con amor y respeto a todos los grupos que en aquel momento eran discriminados. Él no solo dignificó a los niños, las mujeres, los ancianos y los enfermos que la cultura del momento postergaba, sino que deliberada e intencionalmente se acercó con su amor a los sectores más corruptos e inmorales de la época.
Aquella frase inmortal de Jesús pronunciada desde la misma cruz, "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen", no solo describió de manera magistral lo que estaba pasando ese día, sino que además fue un gran acto de amor hacia todos. Y al decir "todos" incluimos a sus verdugos romanos y a la casta religiosa del momento, que hizo todo lo posible para que eso terminara como terminó. Es decir que mientras el Señor se desangraba, se tomó el tiempo de amar a quienes sin duda se portaron como sus peores enemigos.
Aquellos que nos consideramos cristianos necesitamos amar a quienes se manejan como enemigos nuestros, recordando que, tal como lo dice la Biblia, nuestra verdadera lucha en la vida no es contra ningún grupo de personas, sino contra fuerzas espirituales de maldad.
La Semana Santa llega otra vez y nosotros podemos aprovechar la oportunidad para no pasar por estos días simplemente recordando la faceta histórica de la cruz. Seamos intencionales en abrir los corazones, para que el amor y la aceptación que bajan de la cruz nos contagien, impregnando todo nuestro accionar como individuos y como sociedad.
En estos tiempos extraños en los que muchos reclaman derechos y tolerancia para ellos mientras discriminan y rechazan al resto, que nosotros podamos ser personas que miran con los ojos de la cruz.
Desde la perspectiva de la cruz, en lugar de condena hay amor y en lugar de juicio hay gracia. No hay listado de requisitos, solo hay brazos abiertos para todo aquel que quiera recibir ese abrazo único, que sana las heridas del alma, que limpia los corazones sucios y repara las historias rotas de quienes llegan arrepentidos necesitando perdón y nuevas oportunidades.
Aquella frase inmortal de Jesús pronunciada desde la misma cruz, "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen", no solo describió de manera magistral lo que estaba pasando ese día, sino que además fue un gran acto de amor hacia todos. Y al decir "todos" incluimos a sus verdugos romanos y a la casta religiosa del momento, que hizo todo lo posible para que eso terminara como terminó. Es decir que mientras el Señor se desangraba, se tomó el tiempo de amar a quienes sin duda se portaron como sus peores enemigos.
La Semana Santa llega otra vez y nosotros podemos aprovechar la oportunidad para no pasar por estos días simplemente recordando la faceta histórica de la cruz. Seamos intencionales en abrir los corazones, para que el amor y la aceptación que bajan de la cruz nos contagien, impregnando todo nuestro accionar como individuos y como sociedad.