Me entra un mensaje de mi hermana desde Camagüey, Cuba: [21:26, 19/10/2024] “Mi hermano escribo ahora xq no sé cuando pueda otra vez, me acaban d poner la corriente después d 40 horas, y es posible q dentro d un rato la vuelvan a quitar, y esta noche acaban d informar q se suspendes todas las actividades incluyendo las clases, el país está paralizado sin electricidad, esto es el apocalipsis”.
Le pregunto, “¿qué solución dicen que van a dar?”
Responde: “Q solución van a dar, ellos dicen q hay q resistir. Llevamos dos días sin pan ni leche, xq sin corriente las panaderías ni nada funciona. Y desde ayer quitaron el agua también. Tratamos d ayudarnos en lo q podemos, hoy le tuvimos q dar comida a una vecina con dos niñas q desde anoche no comían. Y la poca comida q tienen la gente se echa a perder”.
Mi hermana tiene 40 años, es enfermera y tiene dos hijos de 8 y 14 años. Nunca le ha interesado irse de Cuba, nunca me ha hablado con odio de la revolución ni del gobierno cubano. Quiero decir, que no entra en la categoría de “gusana”, un término que le ha servido a la izquierda y al progresismo para cancelar la discusión sobre el cada vez más antidemocrático gobierno cubano.
En los 22 años que llevo en Argentina, he evitado sumarme a las críticas extremas en contra de la Revolución por varios motivos. Primero, porque decidí hacer mi vida aquí, mis hijos son argentinos, por lo que decidí participar en la realidad del territorio en el que elegí vivir. Segundo, porque nunca creí que el odio sea una solución y menos un colonialismo norteamericano o financiero como el que padecen varias democracias en el mundo actual. Tercero, por respeto a los millones de cubanos que han decidido quedarse, y que al menos hasta la llegada del presidente Miguel Díaz Canel, les cabía, con mayor o menor medida, el derecho de creer en la utopía de la isla.
¿Estás con Fidel o en contra?, era una pregunta fija apenas llegué a la Argentina. Después de unos meses aprendí a contestar: Ni a favor ni en contra, sino todo lo contrario. Cuento siempre esta anécdota porque el tiempo ha demostrado que ese blanco o negro, o mejor lo pongamos en los colores que develaron las contradicciones de la revolución, ese Fresa y Chocolate, ha impedido hasta el momento que surja una tercera posición que hiciera posible abrir puertas democráticas y de desarrollo económico dentro del proyecto de soberanía y justicia social que planteaba en su momento la Revolución. Ese sueño es el drama de Diego, protagonista de Fresa y Chocolate, y ha sido el drama de muchos cubanos durante 65 años bajo el dominio de un único partido, con un pensamiento único en el poder y una burocracia que ha profundizado su faz reaccionaria y setentista con la llegada de Díaz Canel a la presidencia.
Cuando Raúl Castro asumió la presidencia, pesaba sobre él la reputación de ser el tipo más duro en contraste con el carisma de Fidel. Sin embargo, supo leer el contexto histórico y realizó las aperturas y cambios que su hermano nunca quiso conceder. El 20 de marzo de 2016, Obama visitaba La Habana, y parecía que esa tercera posición era posible. Pero luego asumen dos extremistas al frente de ambos países. Donald Trump se puede explicar en el contexto del ascenso internacional de la extrema derecha, pero el retroceso que ha significado Miguel Díaz Canel al frente de Cuba es inexplicable. No solamente trajo de vuelta medidas contra la libertad de expresión de hace 50 años, sino que es responsable de la represión masiva a miles de cubanos que se lanzaron a las calles el 11 de julio de 2021, de los cuales muchos siguen presos o bajo asedio policial. ¿Eran “gusanos” todos los que salieron a pedir comida? ¿Eran contrarrevolucionarios, o simplemente hay un pueblo con hambre?
Sabemos cuándo inició el bloqueo de Estados Unidos en contra de Cuba, que más allá de las consecuencias inhumanas para el pueblo, ha sido una torpeza política a la luz de los hechos. Pero lo que no sabemos exactamente es cuándo empezó el bloqueo interno, cuándo la revolución se volvió contra sí misma. Seguramente se pueden hallar varios hechos significativos. El caso Padilla puede ser uno, o las reiteradas limpiezas en la cúpula del gobierno de figuras que emergían políticamente con nuevas ideas de integración. Como en los personajes de Fresa y Chocalate, la revolución fue dejando cada vez afuera a más sujetos, reemplazándolo por la abstracción del pueblo y llevándolos a una asfixia que ese 11 de julio de 2021 les implosionó y entonces no tuvieron mejor idea que salir a darle palos.
Cómo se le puede pedir a un joven que nació en este siglo que resista, con un país colapsado económicamente y a punto de la debacle cultural. A qué mística pueden acudir los jóvenes cuando aquellos que se han investido con los lemas de la revolución están cada vez más separados de la realidad del pueblo.
¿El bloqueo y la política de Estados Unidos son responsables?, seguro, pero no son los mayores responsables. La actual dirigencia cubana debe hacerse cargo de la falta de liderazgo, de la represión que ejerce contra el pueblo, de las condiciones extremas en la que hoy se encuentran los cubanos y de la falta de un programa de política internacional que permita a Cuba reconstruir las relaciones con el mundo. ¿Habrá que hacer concesiones y renunciar a consignas de hace 60 años?, seguro, de eso se trata la política y cuando la política se cancela lo que queda es la represión y la violencia. El mundo es otro, tan feo, o más feo que el de hace 60 años, pero quienes sufren son los mismos, ese pueblo al que la revolución puso simbólicamente en el poder, ese pueblo que se ha sacrificado hasta el espanto, y que hoy se le sigue pidiendo más sacrificio, como una resaca de la arenga fidelista de Patria o Muerte. Pero caben dos preguntas aquí y ahora: qué queda de aquella patria de la utopía revolucionaria y cómo se configurarán las patrias amputadas de la cubanidad, con los miles de cubanos en el exilio y que no todos tenemos la misma mirada. Qué pasará con los oprimidos y empobrecidos de adentro, qué programa tienen los que mantienen una disidencia activa, cómo configurar esos imaginarios para que Cuba sea un país soberano a la altura de las circunstancias del sueño martiano.
Hoy la patria es un archipiélago regado por el mundo. Tal vez lo que voy a decir suene contradictorio para muchos cubanos, pero la derrota de la Revolución, esta derrota pírrica y cobarde que Díaz Canel protagoniza contra su propio pueblo, es una derrota de todos. Nos ha dominado la queja y el odio en ambos extremos, pero no hemos podido hacer una construcción política. Por eso el sistema energético colapsado y un país paralizado es solo el síntoma de un apagón de mayores dimensiones en la isla. Cuba padece un apagón político desde hace muchos años y hoy sufre un apagón de esperanzas. Es hora de hacernos cargo, tanto lo de afuera, como los de adentro, a quienes le seguimos pidiendo demasiado de ambos lados.
*Escritor y periodista cubano, radicado en Argentina desde 2002.
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