Por José Corral
Alfonsín pone al tope de la agenda la necesidad de establecer un acuerdo nacional sobre una serie de procedimientos institucionales que no son otra cosa que el sistema político democrático, y una serie de garantías y derechos de las personas.
Por José Corral
El 30 de octubre de 1983 se impone en las elecciones para presidente y vice en Argentina la fórmula de la Unión Cívica Radical, Raúl Alfonsín-Víctor Martínez, alcanzando casi el 52 % de los votos frente a la fórmula Ítalo Luder-Deolindo Felipe Vittel, del Partido Justicialista, que obtiene 40 % de los votos.
Desde la aparición del peronismo en la escena nacional -cuatro décadas antes- es la primera vez que el partido peronista es derrotado en una elección nacional sin proscripciones.
Culmina -con ese proceso electoral- un período inaugurado en 1930 con el golpe de Estado a otro presidente radical, Hipólito Yrigoyen, de inestabilidad política durante el cual las Fuerzas Armadas fueron árbitro y jugador a la vez del sistema político.
Alfonsín pone como eje principal de su propuesta y de su tarea de gobierno, garantizar la concreción de un período de transición a la democracia y la consolidación del sistema democrático de gobierno. Ese es quizás su mérito principal: entre los temas de agenda que debían abordarse tales como la deuda externa, los desaparecidos, la inflación, la recesión económica, la relación de Argentina con el mundo signado por la guerra fría, Alfonsín pone al tope de la agenda la necesidad de establecer un acuerdo nacional sobre una serie de procedimientos institucionales que no son otra cosa que el sistema político democrático, y una serie de garantías y derechos de las personas. Todo lo cual está fundado en nuestro país en la Constitución Nacional sancionada en Santa Fe en 1853.
Desde la propia campaña electoral, el radicalismo presenta este objetivo de la consolidación de la democracia como tema estructurante de su propuesta. "Más que una salida electoral, es una entrada a la vida", reza la locución el slogan del spot televisivo que mejor sintetiza esa estrategia mientras se abre una puerta por la que ingresa luz, luego de varios segundos de pantalla en negro y sonidos de sirenas policiales y llantos de bebés.
Se logra de ese modo transmitir con nitidez y en emociones los beneficios de la convivencia democrática no sólo para "el país" sino para cada persona, cada familia, para los obreros, los estudiantes, la clase media que tiene aspiraciones de progreso.
La democracia entonces se percibe no sólo como un modo de seleccionar los gobernantes o un conjunto de dispositivos institucionales, mucho más que eso, la democracia se presenta como una manera de vincularse, un modo de organizar las relaciones sociales. Una verdadera "cultura democrática" que implica además de aquellos procedimientos constitucionales de funcionamiento de los poderes legítimos, el reconocimiento del otro, el respeto por las opiniones de todos, la aceptación de la diferencia.
La aspiración a una cultura democrática tiñe de ese modo toda la vida social: la familia, la fábrica, las universidades, las escuelas, las instituciones, los clubes, el barrio.
Alfonsín encarna una idea humanista pero que tiene algo de trascendente y utópico: es la "utopía democrática", dirá Luis Gregorich, algo que todavía no tuvo -con todas sus consecuencias- lugar del todo en el mundo; un sistema y unas reglas de convivencia en virtud de los cuales el Otro es un absoluto que tiene el mismo derecho que yo a la vida, a la expresión, la educación, la salud, el trabajo, el bienestar. Y sobre todo si es distinto que Yo: de otra raza, otra religión, otra nacionalidad, otra ideología.
Y a esa idea de democracia como sistema de convivencia, Raúl Alfonsín le pone una meta concreta al postular "cien años de democracia". Esa propuesta -que es un camino a recorrer- y que en los '80 parecía inalcanzable, hoy se presenta como un objetivo posible de cumplir: hemos superado largamente el tercio.
Pero aquel sentido de oportunidad histórica de Raúl Alfonsín que le hizo ganar las elecciones y lo instauró como el padre fundador de la democracia moderna, debe motivarnos a intentar responder hoy a una pregunta similar a la que él respondió con certeza. ¿Cuál es hoy la cuestión argentina? ¿Cuál es el desafío principal que hoy enfrenta la democracia ya consolidada?
Quienes ingresamos a la edad adulta en aquellos años '80 y hoy rondamos la edad de Alfonsín en aquel momento, tenemos como generación que asumir la tarea inconclusa, retomar los otros temas de la agenda.
A la par que, con todas las dificultades, marchas y contramarchas, en las últimas décadas parece consolidarse la democracia -incluido el cumplimiento de un mandato completo de un gobierno no peronista como el de Cambiemos, hecho que no se daba desde 1928-, el estancamiento e incluso la caída del producto bruto en el país ha venido acompañado de un incremento de la pobreza y la exclusión.
Sin dudas el desafío principal es lograr los acuerdos básicos para construir en la Argentina una economía sana que permita aumentar sostenidamente la producción a la vez que se distribuyan de un modo más equitativos los beneficios de ese crecimiento.
No hay economía que crezca sostenidamente sin distribuir, pero tampoco hay bienestar si sólo hay puja distributiva sin inversión ni aumento de la producción.
El camino por transitar sigue siendo el mismo. Encarar ese objetivo con el empeño que Raúl Alfonsín y su generación pusieron en la transición democrática es continuar la tarea pendiente de hacer realidad la promesa de bienestar y prosperidad del preámbulo de la Constitución Nacional.
Alfonsín pone al tope de la agenda la necesidad de establecer un acuerdo nacional sobre una serie de procedimientos institucionales que no son otra cosa que el sistema político democrático, y una serie de garantías y derechos de las personas.
La aspiración a una cultura democrática tiñe de ese modo toda la vida social: la familia, la fábrica, las universidades, las escuelas, las instituciones, los clubes, el barrio.
No hay economía que crezca sostenidamente sin distribuir, pero tampoco hay bienestar si sólo hay puja distributiva sin inversión ni aumento de la producción.