Después de la cumbre de Rosario y de la victoria de La Ciudadela el país quedó gobernado en los hechos por un triunvirato: López, Rosas y Quiroga, cada uno de los cuales parecía ambicionar el control general de la política argentina.
Archivo Cigarrera con motivos federales que regalara Rosas a López en 1837, existente en el Museo Histórico Provincial Brig. Gral. Estanislao López .
Aunque no conocemos con precisión la fecha exacta de la reunión, sabemos que ocurrió en la Villa del Rosario en los últimos días de octubre de 1831, hace 190 años. En él se enfrentarían, en medio de recíprocas muestras de amistad, las dos máximas figuras de la política nacional de aquellos días, el general en jefe del Ejército Auxiliar Confederado, Estanislao López, y el representante ante el extranjero de las provincias argentinas, Juan Manuel de Rosas. El uno gobernador de Santa Fe desde 1818, el otro mandatario de Buenos Aires desde 1929.
Los detalles de aquel debate fueron dados a conocer por ambos protagonistas en su correspondencia y de ella surge lo trascendente del temario tratado, las tensiones que suponen las relaciones de poder entre los vencedores de la guerra contra la Liga liderada por el General Paz, y los intereses políticos de los actores del momento: López, Rosas y Quiroga.
La necesaria pacificación del país
Las provincias de Buenos Aires, Santa Fe y Entre Ríos, habían firmado el Pacto Federal el 4 de enero. Era una alianza para enfrentar a la coalición de nueve provincias lideradas por Paz, cuyo centro político era la ciudad de Córdoba. El tratado creaba en su artículo 15º una Comisión Representativa de los Gobiernos firmantes, cuyas funciones se enumeraban en el artículo siguiente, la principal de las cuales era la Quinta, consistente en invitar a las otras provincias, cuando estuvieran "en plena libertad y tranquilidad", a reunirse en federación y organizar al país "por medio de un congreso federativo".
Cuando la nueva alianza decidió enfrentar a Paz por las armas, la Comisión Representativa designó a López General en Jefe del ejército, y quedaron bajo sus órdenes tanto Rosas, que se instaló con tropas sobre el Arroyo Pavón, como Quiroga, que operó sobre las provincias de Cuyo. El comando en jefe que López ejerció era una prolongación del que le había otorgado antes la Convención Nacional reunida en Santa Fe (1828 - 1829) para actuar contra Lavalle.
El 10 de mayo de 1831, sería tomado prisionero por las tropas federales, el General en Jefe de la Liga del Interior, José María Paz. El gran estratega, modelo sarmientino del militar y de la guerra moderna basada en la artillería, era reducido por la más elemental y primitiva arma gaucha: unas boleadoras hábilmente lanzadas por el rústico soldado Francisco Cevallos.
Como consecuencia, López tomó el control de la provincia de Córdoba, entrando triunfante en su capital el 31 de mayo. A partir de allí, ordenó el repliegue de las divisiones porteñas que mandaba el General Juan Ramón Balcarce (el mismo que había invadido Santa Fe en 1818 e incendiado Rosario) y encomendó a Quiroga la campaña contra las provincias de Salta y Tucumán, defendidas por el segundo de Paz, el coronel Lamadrid, logrando el riojano completo triunfo en "La Ciudadela" el 4 de noviembre, cuando la entrevista del Rosario entre Rosas y López ya había tenido lugar.
La cumbre de Rosario y el debate político
El mismo día en que López entraba triunfante a Santa Fe (4 de octubre), Rosas escribía a Quiroga anunciándole que se encontraría con el santafesino para tratar los pasos a seguir una vez asegurada la completa victoria de las provincias federales. Le adelantaba su interpretación de los artículos 15º y 16º del Pacto Federal y opinaba que, si cada legislatura declaraba la adhesión a la liga federal, ya no tendría sentido la continuidad de la Comisión Representativa, y que, delegando las provincias la representación ante el extranjero en el gobernador de Buenos Aires, el país asumía una primera forma de organización general, mientras los estados provinciales se hacían a sí mismos y consolidaban sus propias instituciones, hasta que llegara el momento oportuno para convocar el Congreso previsto en el artículo 16º.
Producida la reunión, tanto Rosas como López escribieron a Quiroga haciéndole conocer su versión de lo tratado y acordado. El caudillo riojano, una vez que venció a los unitarios en La Ciudadela presentó a López su renuncia, y no escatimó en expresar su profundo desagrado por lo que juzgó inactividad de López y Rosas en la última etapa del conflicto, a la vez que acusaba al Comandante en Jefe de haber retenido un caballo de su propiedad.
En su versión sobre lo tratado en Rosario, Rosas le cuenta a Quiroga que López habría evitado la disolución de la Comisión Representativa, a lo que él había accedido solo hasta que se pacificaran las provincias de Tucumán y Salta, oportunidad en que la misma Comisión anunciaría el fin de sus actividades, reservándose para el futuro la aplicación del artículo 16º.
La nota de López a Quiroga, en la que le impone sobre lo ocurrido en Rosario, refleja el desencanto que le embargaba en relación con su proyecto de organizar el país y lo urgente que consideraba la convocatoria a un Congreso General. "Cual no habrá sido mi asombro y mi desaliento, mi buen amigo, cuando llamado al Rosario con insistencia por el señor Rosas y cuando yo juzgaba que el objeto de esta entrevista debía ser allanar los obstáculos que pudiera haber a la ejecución de aquel sagrado e importantísimo objeto, me dice el señor Rosas, la primera vez que hablamos sobre este negocio: "Este no es tiempo de constituir el país y es preciso, compañero, que prescindamos de Comisión Representativa".
El triunvirato federal
Después de la cumbre de Rosario y de la victoria de La Ciudadela el país quedó gobernado en los hechos por un triunvirato: López, Rosas y Quiroga, cada uno de los cuales parecía ambicionar el control general de la política argentina, por lo que les era necesario un dominio territorial o económico importante.
De los tres caudillos quien mejor posicionado quedó fue López, aun cuando su estrategia basada desde antiguo en la convocatoria a un Congreso Constituyente parecía diluirse nuevamente. Había establecido un gobierno satélite en Córdoba con los Reinafé y pronto lo haría en Entre Ríos, al apoyar la designación de su ministro Pascual Echagüe como gobernador. Ya contaba con la alianza incondicional de Ferré en Corrientes y la de Ibarra en Santiago del Estero, asegurándole este último su influencia sobre el noroeste.
Quiroga, si bien había construido un poder indiscutido sobre Cuyo, no parecía tener bien definido un proyecto político semejante al de López, al punto de asumirse ante Rosas como unitario, aunque dispuesto a luchar por el sistema federal por ser el mayoritario en el sentir de los pueblos. Se instalaría poco después en Buenos Aires desde donde partiría a su última misión en 1835.
Rosas todavía estaba construyendo su poder en Buenos Aires y tendría que consolidar su frente interno una vez finalizado su primer mandato a finales de 1832. Volvería en 1835 tras el asesinato de Quiroga y pronto lograría el monopolio del poder, tras haberlo compartido con López hasta su fallecimiento ocurrido en 1838.
La Comisión Representativa quedó disuelta el 13 de julio de 1832. El artículo 16º del Pacto Federal sería reivindicado en el Acuerdo de San Nicolás en 1852 y consecuencia de ello fue la sanción de la Constitución Nacional dictada en el mismo recinto en que había sesionado aquel cuerpo, el 1º de mayo de 1853. Era el triunfo del proyecto de López defendido con energía y convicción en la cumbre de Rosario de octubre de 1831.
* Contenidos producidos para El Litoral desde la Junta Provincial de Estudios Históricos.
El gran estratega, modelo sarmientino del militar y de la guerra moderna basada en la artillería, era reducido por la más elemental y primitiva arma gaucha: unas boleadoras hábilmente lanzadas por el rústico soldado Francisco Cevallos.
Después de la cumbre de Rosario y de la victoria de La Ciudadela el país quedó gobernado en los hechos por un triunvirato: López, Rosas y Quiroga, cada uno de los cuales parecía ambicionar el control general de la política argentina.