Trece años después de la sanción de la ordenanza Nº 11.622, que nació para ordenar la nocturnidad en Santa Fe, es necesario debatir un nuevo plan. Los hábitos cambiaron, los boliches relocalizados a la vera de la ruta 168 ya no reciben la masiva concurrencia de otros tiempos, y las tensiones que generan los ruidos molestos por el funcionamiento de algunos bares en barrios poblados hicieron que la actual gestión municipal comience a pensar una nueva norma ajustada a lo que ocurre en la actualidad.
En 2009, la aprobación de esa ordenanza buscó garantizar una diversión segura. Fijó horarios de ingreso y de salida de las confiterías bailables; prohibió la venta de bebidas alcohólicas a menores de 18 años en toda la ciudad y, en el caso de los boliches, para todos después de las 5 de la mañana; y puso como tope de ingreso los 17 años, algo que en la práctica no se cumplió nunca porque los adolescentes ingresan con DNI prestados.
En términos de ordenamiento urbano, lo que esta norma impulsó fue la concentración de los boliches en una misma zona, a partir de un proceso gradual de relocalización, para evitar que el divertimento de los jóvenes cause molestias a quienes querían descansar. Por eso también prohibió la actividad bailable en pubs, habilitándolos exclusivamente para seguir funcionando en el rubro gastronómico con la posibilidad de brindar espectáculos artísticos.
Así, hace unos años la movida estaba concentrada en un puñado de boliches, primero distribuidos por la residencial Recoleta santafesina, luego trasladados a la vera de la ruta 168 para evitar las constantes molestias que se ocasionaba a los vecinos. Los padres sabían dónde iban sus hijos, el Municipio y la policía tenían claro dónde reforzar el control, el ruido de la movida y de la música sonaba en un solo lugar, lo suficientemente alejado de la vida urbana.
Sin embargo, los jóvenes de hoy, pos pandemia y muchos más conectados a través de la tecnología, por lo general no eligen ir a las confiterías bailables. Ya no lidian con el amontonamiento ni pagan tragos caros en la barra. Van donde quieren ir y con quien quieren. Muchos, incluso menores de edad, eligen fiestas que ellos mismos organizan en quintas, campos alejados o salones de eventos que contratan, y convocan a sus pares por redes sociales.
Y esto merece un foco especial. Primero porque la vida de cientos de jóvenes santafesinos está en riesgo cada noche, básicamente porque estos eventos escapan a cualquier tipo de control y a la organización de adultos responsables que puedan garantizar una diversión segura: como muchos son menores, no manejan y para llegar contratan transporte ¿están habilitados y en condiciones para circular de noche en ruta? Los que manejan ¿no toman alcohol? ¿suben al auto la cantidad de pasajeros que pueden ajustarse a un cinturón de seguridad? ¿cómo compran el alcohol que venden en las fiestas? ¿quién controla? ¿Sabe el Estado dónde están los jóvenes de noche? ¿Y los padres?
Por otra parte, están los empresarios que a instancias de decisiones del Estado han invertido en la construcción de enormes estructuras nuevas que hoy están prácticamente vacías, algunas hasta cerradas por falta de público. El combo de este marcado cambio de hábitos y escaso control les está ocasionando pérdidas económicas, según vienen advirtiendo.
Es que hay otro grupo de jóvenes que prefiere la creciente oferta de los pubs y bares de barrio Candioti, donde además se baila en algunas casonas reacondicionadas que no están preparadas para que el ruido no moleste a los vecinos que quieren descansar. Aunque aquella ordenanza de 2009 lo prohíbe, los controles insuficientes permiten que esto suceda.
Ese intento forzado de convivencia genera tensiones, que las autoridades municipales y los legisladores de la ciudad están dispuestos a poner en el centro del debate. En los próximos días iniciará una audiencia pública sobre la nueva nocturnidad en Santa Fe. El registro de expositores está abierto. Las voces que se expresen echarán más luz sobre la convulsionada noche en la ciudad, con la esperanza de que prevalezca la diversión, pero bajo condiciones de seguridad y de sana convivencia social.