Llegó el momento de despedir el año. ¿Qué significa despedirse? Es decir "adiós", es encomendar a Dios, es un buen deseo. ¿Por qué no podríamos despedirnos sin un buen deseo? Porque sin esa entrega, nos quedaríamos aún en el año que se va, reteniéndolo, resintiéndolo, como ocurre con las parejas, cuando se separan y todavía siguen juntas (pensando qué estará haciendo el otro, mirándose en las redes). ¿Por qué nos cuestan tanto las despedidas? Porque en una despedida siempre se trata de reconocer algo inconcluso. Hasta cuando ya no queda nada más por hacer, siempre hay chances de fantasear con lo que podría haber sido.
El pasado requiere un esfuerzo de aceptación, no es solo lo que ya pasó, lo que fue, lo que ocurrió. Es también una actitud que tenemos que tomar y, como dije, aceptar. ¿Qué es el pasado si no una derrota? Incluso en el mejor de los años, por el hecho de que terminó, algo perdimos. El pasado es una pérdida con la que nos tenemos que enfrentar. La pérdida nos exige el duelo. Ahora bien, un duelo solo hace una pequeña parte del trabajo de separación. Una parte muy importante, sí, pero solo una parte.
Si pensamos de nuevo en una pareja, el resto del trabajo de separación está en cómo seguir viviendo en un mundo en que el otro está, o no, sin una relación afectiva. En este punto, la separación es como una pérdida de mundo, mucho más profunda que la pérdida de objeto que se puede elaborar a través del trabajo del duelo. Por ejemplo, en los mejores casos un hijo ya dueló la pérdida de sus padres mucho antes de que estos mueran. Esto quiere decir que pudo dejar de ser un niño, sin dejar de ser hijo. Sin embargo, esto no quiere decir que esté preparado para vivir en un mundo en el que no estén sus padres.
A algunos hijos les agarra por el lado de no poder separarse de los objetos que dejaron sus padres: desde la ropa hasta algún objeto que, en verdad, no es tal, porque más bien recrea un ambiente o una tonalidad emocional. No se trata de fetiches, sino de una recreación de la transicionalidad que, así como está en el inicio de la vida, también sirve para ciertas despedidas finales. Lo mismo podría aplicarse a cualquier relación en la que media el amor y, por qué no, al año que se va. Lo importante -en la medida en que es algo sobre lo que muy pocas veces se llama la atención- es distinguir entre trabajo del duelo y trabajo de separación.
Sigmund Freud estudió principalmente el primero. Sobre el segundo dijeron algunas pocas cosas algunos autores post-freudianos (sobre todo cómo la separación puede enloquecer a ciertas personas). Jacques Lacan habló de separación, pero como lazo respecto del deseo del Otro (es decir, para Lacan la separación no es separación del otro) y su relectura del duelo freudiano no profundiza sobre lo que antes llamé "pérdida de mundo".
Fenómenos típicos de lo insoportable de la separación cuando el otro sigue vivo son el stalkeo y/o el deseo de eliminarlo. Con la virtualidad, saber del otro se vuelve intolerable -eso intolerable de que se goza-, porque no se puede hacer "como si" el otro estuviese muerto. El mundo pre-virtualidad podía con esfuerzo subsumir el trabajo de separación al trabajo del duelo; hoy estos dos trabajos son independientes y, en efecto, separarse se volvió más difícil que duelar. Sobre esto hay muy poco escrito e investigado. En un libro reciente, titulado "Cada vez que decimos adiós" (duelos, separaciones y despedidas), intento hacer una primera aproximación a este problema clínico.
Por otro lado, nuestra manera habitual de hacer duelos es a través de la ausencia; por ejemplo, cuando el otro muere, o bien después de una ruptura amorosa, en la que se impone ese tipo de muerte simbólica que es dejar de verse y todos los síntomas asociados a esa imposición, que lleva a que el duelo se obstaculice.
En el psicoanálisis, en cambio, se realiza el duelo por el analista en presencia, es el trabajo más arduo del vínculo terapéutico, ya que conduce a un desprendimiento que implica atravesar los modos sintomáticos de separarse: el enojo como una forma de reprimir el amor que permanece, el engaño de creer que se puede dejar de amar y, por lo tanto, que la falta de amor es el motivo de la separación (cuando, en realidad, la justifica), la indiferencia fingida para ocultar la culpa que produce querer otra cosa aunque el otro nos ame, y otras maneras neuróticas de transitar las relaciones.
¿Por qué después de una muerte o la ruptura de un vínculo amoroso, muchas personas sufren los duelos? Porque no aprendieron a separarse con amor; porque no aprendieron a despedirse, para no ser destructivos antes de irse de un lugar, para no convocar a la muerte y la ausencia como condiciones para decir adiós.
Despidamos juntos este año, en el que hubo penas y alegrías. Digamos "adiós", sin que la nostalgia nos gane, para tener una relación saludable con el pasado: en su apertura alienta la promesa del futuro, antes que una herida. Lo inconcluso es la huella que conduce hacia el porvenir. Después de tantos años escribiendo esta columna para El Litoral, a través de la cual conocí a muchos lectores, compartí sus inquietudes y hablamos de temas muy profundos, me siento en condiciones de enviarles, con afecto sincero, este saludo de fin de año. El mejor deseo para ustedes y sus familias.
(*) Para comunicarse con el autor: [email protected]
(...) Con la virtualidad, saber del otro se vuelve intolerable -eso intolerable de que se goza-, porque no se puede hacer "como si" el otro estuviese muerto. El mundo pre-virtualidad podía con esfuerzo subsumir el trabajo de separación al trabajo del duelo; hoy estos dos trabajos son independientes y, en efecto, separarse se volvió más difícil que duelar. Sobre esto hay muy poco escrito e investigado.
"Despidamos juntos este año, en el que hubo penas y alegrías. Digamos "adiós", sin que la nostalgia nos gane, para tener una relación saludable con el pasado: en su apertura alienta la promesa del futuro, antes que una herida. Lo inconcluso es la huella que conduce hacia el porvenir (...).
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